sábado, 17 de febrero de 2024

CARTAS DESDE MI RINCÓN (III).

A un amigo de la infancia, con el que tantos recuerdos comparto.




«Libertad es poder (decir y) hacer lo que debemos».

-Montesquieu (1689-1755), filósofo y jurista francés

cuya obra destaca en el contexto de la Ilustración-.


«Estima y vive satisfecho con el arte que aprendiste;

y lo que te reste de vida, pásalo de manera que,

poniendo todas tus cosas en las manos de los dioses,

a ninguno de los hombres tiranices y a ti nadie te esclavice»

-Marco Aurelio (121-180 d.C), Meditaciones, IV, 31-.




Definición del subgénero epístola:

«Epístola es sinónimo de carta y hace referencia a un tipo de texto que busca establecer un canal de comunicación a través de la forma escrita, siendo el medio de notificación más usado en toda la historia de la humanidad. A menudo la carta es usada con la intención de expresar ideas, pensamientos, sentimientos, deseos, etc.»


Querido amigo,

ya han pasado las navidades, ¡a Dios gracias!, porque ya empezaba a estar harto de tanta fiesta… No, ya sabes que a mi no me gustan las fiestas, nunca me han gustado; prefiero la calma de la rutina diaria, y el silencio. ¡Bendito silencio! En este sentido la vida en el pueblo tiene sus ventajas, una de ellas es precisamente la tranquilidad que se respira. A veces he visto en la ciudad gente joven haciendo deporte, corriendo por calles, aceras o jardines con los auriculares puestos, y los entiendo, no creas; imagino lo hacen para aislarse del ruido de los coches; aunque el artilugio no les protegen del humo que produce la combustión de los motores; para ello precisarían también algún tipo de mascarilla de carbono. Lo que me parece inaudito es que este mismo tipo de deportistas se ponga auriculares para correr en el campo. Aquí en Torrebaja los he visto por los caminos y me dan pena. ¿Qué escucharán?, me pregunto. Imagino que alguna música, canción o melodía para aislarse del silencio que les inunda, del sonido del agua del río, del canto de los pájaros, del picotear del picapinos, del viento entre las hojas de los álamos y sargas de la ribera. No me extrañaría que acostumbrados al ambiente de la ciudad este tipo de sonidos naturales les enervara. Estos deportistas con cascos en las orejas que corren por el campo me recuerdan al célebre Abundio: ya sabes, aquel que hizo una carrera consigo mismo y quedó segundo…

Como todos los años los reyes magos se han portado conmigo mejor de lo que merezco,

me han traído algunas cosas que no había pedido, y un libro. Mis hijos se empeñaron en que debía cambiar el teclado del ordenador; decían que estaba ya muy viejo, que era anticuado, que las teclas bailaban… a mí no me lo parecía, me iba perfectamente. Pero no me ha valido, me han traído un nuevo y estupendo teclado mecánico que estreno con esta carta. Te decía que me han traído también un libro; bueno, el libro me lo he traído yo: no en vano los Reyes somos los padres. Y no ha sido un libro, sino tres y con el mismo título: uno para mí, y otros dos para mis hijos. Se trata de Meditaciones de Marco Aurelio (121-180 d.C), ya sabes, el emperador filósofo. Yo ya conocía a Marco Aurelio, pero no sé cómo me apareció una cita suya y me decidí a comprarlo, pensando que su lectura sería buena también para ellos. Espero que mis hijos aprendan y lo disfruten, porque sus pensamientos y reflexiones pueden ser de gran ayuda para orientarse en la vida, y -a falta de otra ética- como norma de comportamiento. En alguna de mis estancias en Roma he visto la estatua ecuestre del emperador, se alza en la bellísima plaza del Capitolio, centro religioso de la antigua Roma; pero esta escultura es una copia, la original se halla en los Museos Capitolinos. Se le representa barbado, el cabello rizado, la mano derecha alzada, imponente y descuidado a la vez… monta un caballo sin estribos, porque los romanos no conocían el estribo; los pies le cuelgan por debajo del vientre del equino. La estatua de Marco Aurelio estuvo durante toda la Edad Media frente a la basílica de San Juan de Letrán. En realidad lo confundieron con Constantino el Grande, a quien se tenía por santo; de lo contrario la Iglesia no lo hubiera permitido y su bronce hubiera sido fundido para otros fines. Supe de Marco Aurelio a través del escritor y ensayista Adolfo de Azcárraga (1911-1999), esto es, merced a la segunda edición de su libro Viaje por Italia (1976), que leí dos veces antes de ir por primera vez a aquel país. Esto fue en el otoño del año 2000, y viajé con mi hermano pequeño. Fue un viaje de ensueño, pues visitamos a nuestro aire varias ciudades italianas: Pisa, Siena, Florencia, Venecia...


Paisaje urbano del Rincón de Ademuz:
gatos subidos a una acacia en la plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), 2024.


En lo fundamental el estoicismo y el cristianismo comparten algunos postulados,

de ahí que me sienta atraído por este sistema filosófico. Pero como dicen los expertos, el estoicismo no fue propicio a los intereses de la Iglesia, porque en el estoicismo el todo es más importante que la parte; el Estado, la colectividad, importa más que el individuo, que el ciudadano -esto también sucede con el comunismo y el fascismo-; lo que para la mentalidad liberal actual también resulta inaceptable. Para Marco Aurelio la secta cristiana era peligrosa para el Estado, y “no podía sentir simpatía por un grupo de adeptos a una fe dogmática que no aceptaban los dioses tradicionales”; máxime cuando “el servicio al Estado era un deber sagrado para un estoico romano”. Marco Aurelio supo de los cristianos; no los persiguió pero toleró su persecución y muerte en algunas provincias del Imperio durante su mandato, por ejemplo en la Lyón de la Galia, año 177. Incluso los cita brevemente (Med., XI,3), considerándolos obstinados, dispuestos a la muerte por oponerse al Estado. No obstante, como Juan-José Marcos escribe en su estudio preliminar, los estoicos no podían creer, como hacían los cristianos, “en las promesas de una recompensa de ultratumba, sino que su satisfacción es la de cumplir el deber conforme a su ética, estando en armonía con la naturaleza y su divinidad inmanente”.1 Respetar la naturaleza y estar en armonía con ella era importante para los estoicos; como puedes ver, amigo mío, el estoicismo es algo más que aguantar con entereza las adversidades de la vida. Hoy resultaría moderno, ya que contiene importantes elementos ecológicos y medioambientales. Lo que no podía prever el emperador-filósofo es que apenas dos siglos después el cristianismo se introduciría plenamente en las entrañas del Imperio, desplazando a los antiguos dioses y su religión, y constituyéndose en la religión oficial. Y mucho menos que el Estado romano se aliaría con la naciente Iglesia, y que con el discurrir de los siglos esta acabaría constituyendo un Estado propio en el concierto de las naciones. Claro, Marco Aurelio era probablemente un sabio, pero no adivino.

No sé si te habrás hecho algún propósito para este año nuevo;

yo desde luego que no. Lo habitual entre la gente, entendida ésta como pluralidad de personas, es establecer algún objetivo: ir al gimnasio, adelgazar, aprender inglés, ser amable, no enfadarse por tonterías… y cosas semejantes que después no cumplen. Cuando me jubilé me propuse vivir de forma más sosegada, más tranquila, y sobre todo no enfadarme. Al principio puse todo mi empeño en ello, pero no lo he conseguido; lo cierto es que vivo más relajadamente, pero me sigo enfadando, porque la vida te empuja a ello. No soporto la tontería, y menos la estupidez, la necedad, la injusticia, la mala praxis en el quehacer diario. Tampoco me resigno a la hipocresía, ni a ocultar lo que pienso. A veces me enfado por cosas nimias, aunque luego recapacito y me sosiego. Porque entiendo que no merece la pena enfadarse; las cosas son como son, y no podemos cambiar los hábitos de toda la vida sin mucho esfuerzo; ni los nuestros ni los de los demás. Además, ¿por qué habríamos de cambiarlos, me refiero a los demás? A lo largo de mi vida he aprendido que a la gente -familiares, amigos, conocidos, vecinos...- no podemos exigirles más de lo que pueden darnos. En nuestro devenir diario hay muchas cosas que ponen a prueba la amistad entre las personas. Por eso es importante conocerse uno mismo, y también a los demás. En ocasiones los amigos nos defraudan, pero la culpa no la tienen ellos, sino nosotros por exigirles lo que no pueden darnos. A veces sí pueden, pero no quieren. Y están en su derecho… He aprendido también que cuando no te entiendes con alguien, cuando no se puede hacer cambiar a alguien de parecer con argumentos razonables, lo mejor es dejarlo, respetarlo, y en última instancia alejarse. El beneficio suele ser mutuo en estos casos. Eso sí, jamás negar a nadie el saludo, una sonrisa. Porque “la mejor venganza consiste en no ser como tu enemigo” -una sentencia estoica, por cierto-. Quien dice enemigo dice adversario, rival, contendiente… alguien distinto que no piensa ni actúa como nosotros. Lo ideal sería poder esgrimir ideas y razonamientos contra el que piensa diferente; pero eso no siempre podemos ni sabemos hacerlo.


Paisaje rural en el Rincón de Ademuz: Camino de Guerrero en Ademuz (Valencia),
con ganados pastando al fondo (2024).

Leyendo los Dietarios de José Pla (1897-1981) -recomendables para los interesados en este autor-,

creo recordar que en algún punto alude a la dificultad de compaginar en literatura la creatividad con el análisis introspectivo (de introspección: del latín «introspicere», mirar en el interior). En su discurso cita al diplomático y escritor francés Paul Claudel (1868-1955), notable representante del catolicismo en la literatura francesa de la primera mitad del siglo XX, afirmando que aquel “condenó siempre la posición introspectiva”. Esta idea me llamó la atención entonces, y me la sigue llamando hoy. Reconozco que pocas cosas hay más adictivas que los recuerdos, y me produce cierta desazón que la introspección, el hecho de mirar a nuestro interior para reflexionar sobre lo que vemos: pensamientos, recuerdos, motivaciones, inquietudes… sea condenable. Aunque Pla se refiere a la literatura. Porque la introspección me sirve como herramienta para entenderme a mí mismo, y por ende para comprender mejor el mundo que me rodea. Pla afirma que para Claudel la máxima socrática “Conocete a ti mismo” -la misma que dicen figuraba escrita en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos es sencillamente falsa-. El argumento para sustentar su afirmación es que resulta imposible el autoconocimiento, “porque el fondo de cada persona es la nada. Literalmente la nada”. Es como decir que por mucho que avizoremos en nuestro interior, en nuestra mente, alma, espíritu o lo que sea que fuere esa parte insustancial que nos conforma… no vamos a encontrar nada. Como en un pozo sin fondo. Nada. La idea me resulta inquietante en extremo, desasosegadora. Al mismo tiempo estoy conforme que para un escritor resulta mucho más productivo “observar el mundo exterior, la relación con la gente”, antes que “detenerse en las insignificantes historias personales”. Porque según afirma, “cultivar sus sentimientos es destruir la propia sinceridad; hablar de ello es adoptar una pose intolerable; mirarse a sí mismo es falsearse por completo”. No sé lo que te parecerá todo esto, pero pienso que merece una mayor reflexión. 

Como te decía arriba ya han pasado las navidades,

¡a Dios gracias!, y también san Antón, el santo del cerdito a los pies y de las hogueras. San Antón fue en otro tiempo, en nuestra infancia, un santo de gran predicamento en el medio rural. Hoy, con la ruralidad en declive lo es menos, pero todavía se sigue celebrando. El lugar de nuestra comarca donde más entusiasmo le ponen a esta fiesta tal vez sea Casas Bajas (Casas del Río Bajas, la antigua aldea de Ademuz); pero en nuestra época se celebraba en todos los pueblos y aldeas comarcanos. Los vecinos preparaban hogueras en casi todas las esquinas del pueblo, se reunían varios y acopiaban un buen montón de leña basada en ramas, cañotas, raigambres de chopo y manzano… algunas ponían un monigote hecho con ropa vieja rellena de farfollas y paja y lo colocaban en lo alto con un sombrero. Los niños íbamos a los cañares de las riberas a buscar una buena caña, la cortábamos y pelábamos con esmero para utilizarla como pértiga para saltar las hogueras. Claro, cuando las llamas disminuían. Armados con nuestras varas recorríamos el pueblo saltando los fuegos en tropel. Era un espectáculo hermoso que contenía trazos de ritos ancestrales. Cabe imaginar que saltar sobre el fuego, llamas o brasas supone una forma de purificación del sexo, un rito de iniciación, y también para invocar la fertilidad cuyos orígenes se remontan a la antigüedad más lejana, celta, pagana… El cristianismo, cuando los ritos y festividades no eran demasiado contradictorios con su forma de pensar, supo incorporarlos a la nueva religión. Hizo bien, en aras de la continuidad. Algo parecido a lo que sucede con el misterio de la Santísima Trinidad y el culto a los santos, que no deja de ser otra forma de politeísmo, como lo fue el del Panteón romano. ¡No vayas a escandalizarte por esto, que ya lo hemos hablado otras veces! Lo que quería decirte es que pese a que la fe cristiana se halle en horas bajas en Europa, por el laicismo imperante (en el sentido de organización social aconfesional) y la laicidad (defensa de la separación entre la sociedad civil y religiosa), entre otras razones, la gente sigue celebrando festividades del santoral de honda raigambre como san Antón, aunque ya no crea para nada en los carismas del santo. Además de no creer en ellos los desconoce. En sociología, carisma significa “capacidad personal para atraer o fascinar”, mientras que para la mística cristiana es “un don gratuito concedido por Dios a algunas personas para el bien del conjunto”. Te decía que la gente celebra la festividad, pero sin creer ya en lo que el santo representa; esto es, la fiesta y celebración se queda en hacer una hoguera, asar carne y embutidos sobre las brasas para comerla con amigos y vecinos, regada con un buen vino en bota. Sin olvidar poner unas patatas asadas al amor de brasas y cenizas… todo lo cual está bien, pero que muy bien. El hecho me recuerda una frase inolvidable que al parecer encontró Marguerite Yourcenar (1903-87) en una carta de Gustavo Flovert (1821-80) -dice el escritor francés-: «Los dioses no estaban ya, y Cristo no estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en que el hombre estuvo solo». La genial frase resume toda una época, la que hubo entre Cicerón (106-43 a.C) y Marco Aurelio (121-180 d.C) el emperador estoico y la nuestra propia, en la que mucha gente en Europa ya no cree en nada y todavía no ha llegado el ser u objeto de una nueva creencia. Pensarás que todo esto son elucubraciones mías, pero en el fondo sabes que tengo razón. La prueba la tienes en que la inmensa mayoría de nuestros vecinos que celebran a san Antón en nuestros pueblos no sabrían situarlo en el tiempo; algunos incluso dudarían si es un personaje de antes o después de Cristo. Tampoco saben mucho más de sus carismas, más allá de que por san Antón se bendecían antaño a los animales de labor, y hoy solo a las mascotas.


Portada de Meditaciones, obra de Marco Aurelio (120-180 d.C),
 en una edición de bolsillo (Madrid, 2020).

A propósito de san Antonio (ahora me refiero al santo de Padua),

te contaré una anécdota curiosa que me ocurrió hace poco en relación con un objeto perdido. Ya sabes que en la tradición cristiana san Antonio de Padua es el intercesor por los objetos perdidos. Aunque debe haber otros santos a este propósito. Resulta que el pasado otoño eché en falta un serrucho de mano recién comprado -sí, de esos de podar, y que poseía una funda de plástico duro-; lo busqué por todas partes, por el huerto, por el garaje, en el coche… me lo estimaba mucho, más que por su valor material por su utilidad. A la hora de hacer el huerto, aunque no te lo creas, hacen falta muchas herramientas. Le conté a mi mujer lo de la pérdida y enseguida me hizo la oración de san Antonio. Es una oración muy curiosa que ella siempre reza cuando se le pierde algo: las llaves, las gafas, el móvil… cualquier cosa. La oración la aprendió de una vecina amiga suya ya fallecida, persona muy devota y de grata memoria que conocía muchas de estas tradiciones antiguas. Dice la oración:

San Antonio fue al desierto y el rosario perdió;

tres pasos atrás dio y con Jesucristo se encontró.

Tres deseos le pidió:

que lo dicho fuera cierto, lo olvidado recordado y

lo perdido hallado.


Este tipo de religiosidad evoca una espiritualidad mágico-religiosa, que de siempre ha acompañado al cristianismo, y a todas las religiones, y es propia del pensamiento prefilosófico. Como los ritos de "circunvalación" utilizados desde las antigüedad más remota (los dextrovorsum o dextrorsum de los romanos), que todavía practican los musulmanes en la Tawaf: dar siete vueltas alrededor de la Kaaba en La Meca. Y que también se practicaba en la Ermita de Santerón, en Algarra (Cuenca), y en Pego (Alicante), alrededor de la Ermita de San Antonio -siempre con fines rituales de sanación. Pero vayamos al caso, como todas las oraciones la de san Antonio hay que decirla con mucha fe y devoción tres veces. Si la haces de mala gana no da resultado. No sé cuántas veces la rezaría mi mujer, pero el serrucho no aparecía. Incluyo yo la recitaba cuando me acordaba del dichoso serrucho. Pasó el tiempo y mi mujer decía que si no había aparecido ya no aparecería, que me comprara otro, pues más que pérdida parecía robo, y ahí ya san Antonio no podía intervenir. Pero ya sabes aquello de que “lo que no se llevan los ladrones aparece por los rincones”. Cuando le conté el asunto a un amigo de Los Santos, me dijo: Si san Antonio no te hace caso inténtalo con san Honorato. Le dije que desconocía la oración de este santo, y él me la dijo: San Honorato, los cojones de ato; si el serrucho no me aparece no te los desato… -esta oración me pareció demasiado drástica, así que continué con la de san Antonio. A todo esto pasó la mayor parte del invierno, hasta que un buen día de febrero me dispuse a preparar el huerto para la nueva temporada. Yo ya iba algo retrasado en comparación a mis vecinos, que ya tenían sembrados los ajos y las habas. Es caso fue que estando labrando con el motocultor me detuve un momento, cuando observé algo oscuro que sobresalía entre las hierbas del ribazo, me acerqué y ¡sorpréndete!, allí estaba el serrucho, intacto, sin pizca de óxido… Como buen agnóstico me dirás que de no haber sido robado, con oraciones o sin oraciones, el serrucho hubiera aparecido tarde o temprano. Es probable, pero el caso es que apareció y hubo oraciones de por medio. La enseñanza que yo saco es que el creyente debe confiar en la divina providencia, en particular en los momentos de pérdida espiritual o material. Incluso siendo esta sea pequeña. Entiendo que cuando uno pierde algo su obligación es buscarlo, y si no lo encuentra y le resulta preciso, reponerlo. Si yo le hubiera hecho caso a mi mujer en el primer momento, hoy tendría dos serruchos: el comprado y el hallado. Aunque sé que tú no participas de esta idea, entre los cristianos es lícito solicitar la intercesión de Dios o de los santos en cualquier circunstancia -con ello no se hace daño a nadie-; además, en momentos de penuria esta actitud podría verse como muestra de confianza. En otras grandes religiones (hinduismo, islam, judaísmo…) sucede algo similar, pues en todas ellas la oración y los rituales se interpretan como una forma de conexión trascendente con la divinidad a la hora de buscar consuelo. La segunda enseñanza que saco de la anécdota es que hay que estar atentos a lo que hacemos, y no dejar las cosas en cualquier parte.


Paisaje rural en el Rincón de Ademuz:
fincas de la partida del Rento en Torrebaja (Valencia), desde la Fuente de los Pobres (2022).


El mundo rural,

el que fue de nuestros padres y abuelos -la ruralidad de que te decía arriba-, anda hoy de capa caída, y lo tiene muy mal para remontar. Empleo el término “ruralidad” (vivir y ganarse la vida en el medio rural) por oposición a “civilidad” (vivir y ganarse la vida en la ciudad). En una entrevista a Fermín Luz Yuste (Sesga, 1927), me dijo respecto de la emigración: «La gente empezó a marcharse y marcharse de la aldea y no había manera de pararla… nadie hacia caso de esto. Hubo años en que para las fiestas de agosto apenas estábamos los de aquí, diez o doce personas. Claro, entonces no se hacía fiesta...».2 Mi amigo Fermín, sesgueño de grata memoria, fue un personaje entrañable, digno representante de una época ya desaparecida, un héroe anónimo (o contumaz, que dirían otros) de los que se quedaron en su tierra, no obstante la situación. La agricultura y el mundo rural vienen padeciendo desde principios del siglo XX; desde entonces han estado en crisis, como el teatro. Hace unos meses me contactó un señor catalán de nombre Jaume Font Garolera, se presentó como geógrafo por la Universidad de Barcelona, solicitándome una entrevista para hablar de despoblación. Pobre de mí, como si yo fuera una autoridad en ese campo, cuando no sé nada. Eso le dije, intentando escabullirme de la entrevista. Pero no me valió; un día se presentó en mi casa y realizamos la entrevista. El texto de aquella conversación se incluyó en una publicación Las Españas despobladas. Entre el lamento y la esperanza (2023).3 El señor Jaume me pareció una persona sensible y sincera, interesada por el tema que se traía entre manos, con preocupaciones similares a las mías propias; en cualquier caso se mostró cercano y educado, algo que yo valoro en extremo; por eso le atendí y respondí a sus preguntas. Ahí queda el contenido de la entrevista, para quien le interese [Cap. 8: Dos miradas desde la España despoblada, pp. 236-250]. El libro en cuestión se pregunta y trata de responder a muchas cuestiones, tales: ¿El vaciamiento rural es irreversible? ¿O más tarde que temprano se producirá, si no se está produciendo ya, un retorno al campo favorecido por las TIC, las redes sociales y el teletrabajo? ¿Este hipotético retorno será temporal, permanente o solo estacional? Su conclusión es que “tal vez vayamos hacia modos de vida nómadas, donde la distinción urbano-rural ya no tenga sentido”. A tenor de lo que manifiesta el autor, su objetivo con este libro es analizar el problema desde distintas perspectivas (ambientales, territoriales, económico-demográficas), para dar a conocer lo que se ha hecho y se está haciendo en el mundo rural e “intentar cambiar la hegemonía del discurso victimista imperante”. En cualquier caso, y sea como fuere, “nada será como antes”. Esto es incuestionable, pues “las formas de vida ligadas al terruño se extinguieron hace mucho tiempo”. Te lo diré en confianza, nunca o casi nunca me he arrepentido de haber regresado al pueblo para vivir aquí con mi familia. Fue mi opción, nuestra opción; la de mi mujer y la mía. De facto solo he tenido una incertidumbre, la de pensar que cuando crecieran mis hijos tendrían que marcharse fuera para formarse. Cuando llegó el momento de mandar a mis hijos a la ciudad para proseguir estudios me consolaba pensando que los hijos pertenecen a la vida, no a los padres. Por mucho que se quiera a los hijos, llega un momento en que deben marcharse de casa y salir al mundo. La vida en el pueblo supone que ese momento se adelante. Pero no se puede tener todo: la vida tranquila del pueblo y el instituto y la universidad al lado.


Las Españas despobladas. Entre el lamento y la esperanza (2023),
obra de Jaume Font Garolera.

Bien sabes amigo mío que en el Rincón de Ademuz la agricultura está bajo mínimos hace décadas.

El milagro no es que haya algo de agricultura -que también-, sino que se mantenga. Nadie sabe cómo consiguen sobrevivir, quizá por las subvenciones, la austeridad de vida y el mucho trabajo. Los agricultores comarcanos han participado también en las movilizaciones y tractoradas hacia Teruel por la carretera N-330, como lo han hecho en muchas ciudades españolas, y en más de diez países de la Unión Europea. Protestan por las políticas nacionales y europeas vinculadas al sector, por el encarecimiento de la actividad económica, por el aumento de las importaciones de productos extracomunitarios, por la burocracia excesiva, por la transición ecológica… esto es lo que dicen los diarios. Pero si les preguntas a los agricultores locales te lo dirán de forma más escueta: Porque no podemos vivir… Los problemas de la agricultura van de la mano de los que padecen los industriales en el medio rural: Hace falta mucho cuajo para montar una industria aquí, en el medio rural; si tuviera que empezar ahora me lo pensaría dos veces -me decía hace poco un emprendedor-. Lo entiendo perfectamente, además de que me hablaba en confianza y de corazón. No sé lo que pensarás, pero yo estoy en desacuerdo con Font Garolera cuando dice que “Los pequeños pueblos de la España vacía o vaciada no desaparecerán”, argumentando que “incluso las aldeas más remotas, vaciadas hace mucho tiempo, reciben cada verano y por fiestas un soplo de vida, aunque esta sea episódica o intermitente”. Una familia no puede vivir todo el año con la actividad económica de un par de meses. Demasiados gastos. Imposible. Incluso teniendo huerto y algunos animales de corral. Nuestros pueblos y aldeas se mantienen básicamente por las pensiones de los jubilados, y por alguna industria local. En lo que sí estoy conforme es en que “en ningún momento de la historia han gozado (nuestros pueblos) de unos equipamientos y de unas condiciones materiales de vida como las de ahora mismo”. Esto es incuestionable. Cualquiera de los nacidos en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo lo sabe. De la guerra civil hacia atrás, ni te digo. Aunque de estos ya quedan pocos. Y esto podría hacerse extensivo al resto del país; jamás en la historia de España se ha vivido mejor que ahora. La cuestión es, ¿hasta cuándo durará este estado del bienestar? Entiendo que la democracia como forma de gobierno está ligada a la situación económica; sin riqueza no hay democracia. Porque la democracia es cara. Si el nivel de vida disminuye la democracia se verá cuestionada. ¡Y si no, al tiempo!


Paisaje rural del Rincón del Ademuz:
preparando la tractorada en Torrebaja (Valencia),
camino de Teruel por la carretera N-330 (2024, 9 de febrero).


Me preguntabas sobre el panorama político nacional,

que qué pienso. Pues ya conoces mis ideas al respecto, y que desconfío profundamente de las ideologías. Un grafiti del mayo del 68 francés decía: “Las ideologías son los condones de la imaginación” -pienso lo mismo-. No obstante, de tener que elegir alguna me decantaría por el liberalismo: libertades civiles, derechos individuales, igualdad ante la ley, reducción del poder y el control del Estado, propiedad privada, libre mercado, priorizar el individuo sobre el grupo... Mi opinión general sobre los políticos es que están degradando el noble arte de la política (entendida ésta como la capacidad para hacer posible lo necesario), y que más pronto que tarde ello tendrá consecuencias. «¿Qué haré yo en Roma? Yo no sé mentir» -decía el poeta satírico latino Juvenal (60-120 d.C). El presidente de gobierno Pedro Sánchez Pérez-Castejón (Madrid, 1972) no habría tenido problemas para vivir en Roma, porque sabe mentir. Dijo que “No dormiría tranquilo con Podemos en el Gobierno”, mas formó gobierno con Podemos. Pero el presidente de Gobierno no miente, solo cambia de opinión… De ahí en adelante, una “fechoría” tras otra, sin parar… el indulto a los nueve condenados en el juicio del "procés", una medida de gracia justificada como “utilidad pública”; la reforma del código penal que suprime la sedición y rebaja penas para la malversación, enmienda que obligará a revisar cientos de casos, entre ellos, la sentencia del “procés”. Los pactos con los bilduetarras… A todas luces resulta inmoral pactar con un partido heredero de los terrorista que no ha condenado la violencia desatada por ellos en los años de plomo -mataron más en democracia que durante el franquismo-, y que todavía no ha pedido perdón a las víctimas ni a los españoles. Los pactos con los nacional-separatistas, otros enemigos declarados de España, a los que la gobernabilidad del país les importa un pito... Resulta inmoral indultar a los condenados por el “procés” -toda vez que cometieron delitos muy graves contra la nación y contra el Estado-, y que cuando salieron de la cárcel dijeron con toda su pachorra: Ho tornarem a fer… Ahora, en un supremo ejercicio de cinismo, el Gobierno pretende aplicarles una amnistía a la carta. La intención es que no haya delito en lo que hicieron; en todo caso, el delito lo cometieron los políticos y jueces que los encausaron. A propósito de la corrupción y otras cuestiones, el presidente Sánchez decía. "El que la hace la paga" y "caiga quien caiga"; no sé si se refiere también a Puigdemont y a los indultados por el juicio del "procés"... Resulta difícil soportar tanta desfachatez, pero parece que el país aguanta y aguantará lo que haga falta. Porque muchos españoles suelen votar a su partido, con independencia de lo que éste haga o deje de hacer; digamos que tienen la memoria de los peces. Todo el mundo sabe que si el presidente Sánchez hubiera ganado las últimas elecciones generales nadie estaría hablando hoy de amnistía, pero necesita a los enemigos de España para mantenerse en el poder. La Moncloa bien vale una misa..., quiero decir una amnistía, un referéndum, una autodeterminación, lo que sea. Propiamente, nadie se hace pérfido de repente. Decía Tomás Moro (1487-1535): “El hombre no puede separarse de Dios, ni la política de la moral”. No se puede vivir sin una norma ética o moral; sin éstas todo estaría permitido, todo valdría. Pero déjame precisar: lo que está sucediendo no es inmoral, sino amoral. Le preguntaron a un político catalán: ¿Cuándo cree usted que terminará todo esto del independentismo en Cataluña? El político respondió con flema: Cuando quieran los catalanes. Nada más cierto. En una entrevista que Carlos Alsina hizo en Onda Cero al presidente González, éste criticaba con argumento la política de Sánchez. Pero cuando Alsina le preguntó a qué partido votaba el señor González respondió: A mi partido, al partido socialista obrero español… ¡Acabáramos, con esta tropa no podemos ir muy lejos! Esto es lo que pienso: lo digo de los socialistas y lo diría de los populares si fuera el caso, y del sursuncorda si hiciera falta. Pero esto que quede entre nosotros, vaya.


Paisaje rural en Torrebaja (Valencia),
detalle del río Ebrón tras la limpieza selectiva de sus riberas (2024).

Paisaje rural en el Rincón de Ademuz,
detalle la limpieza selectiva de las riberas del Ebrón a su paso por Torrebaja (Valencia), 2024.


Tengo una buena noticia que darte,

durante las últimas semanas las brigadas municipales han limpiado de forma selectiva las riberas del Ebrón, desde La Presa hasta Las Ajuntas. Resulta increíble, teníamos un hermoso río de aguas claras y abundantes y solo podíamos intuirlo, incluso sentirlo, mas no verle. Ahora da gusto pasear por los caminos de ambas cuencas disfrutando de algo tan hermoso y natural como el discurrir de las aguas por su cauce. En septiembre del pasado año hice en este sitio web un artículo al respecto,4 y aunque los impedimentos para la limpieza y el mantenimiento de los ríos parecían insalvables, se ha producido el milagro. Bien por los que lo han hecho posible. Lo deseable sería que los responsables del río educaran a los ciudadanos en la comprensión de los ríos como la unidad ecosistémica que son, enseñándonos de paso a respetar y disfrutar del don que suponen para una pequeña comunidad rural como la nuestra.

Habrá que poner fin a la carta,

así que lo dejó aquí. En la próxima, que será ya para la primavera, te contaré con algún detalle lo que sucedió en la última reunión del Consejo Parroquial de Torrebaja, lo prometo. El interés que has demostrado por el asunto lo justifica. En aquella reunión, que duró poco más de una hora, aprendí más de la Iglesia y del ser humano que en todo el curso del Instituto de Ciencias Religiosas al que asistí en Ademuz, que duró cuatro años. Un abrazo desde Torrebaja. Vale.

© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN.

De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).


Véase también:

** CARTAS DESDE MI RINCÓN (I).

** CARTAS DESDE MI RINCÓN (II).

______________________________________________

1 MARCO AURELIO, Meditaciones, estudio preliminar e ilustración: Juan-José Marcos, Mestas Ediciones, segunda edición, Madrid, 2022, p. 11.

2 SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Fermín Luz Yuste, la persistencia de la memoria, en Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2009, vol. III, p. 129 (123-132).

3 FONT GAROLERA, Jaume. Las Españas despobladas. Entre el lamento y la esperanza, edita Los libros de la Catarata, Madrid, 2023, pp. 236-250.

4 SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. El Turia y el Ebrón: los ríos invisibles del Rincón de Ademuz, en el sitio web Desde el Rincón de Ademuz, del miércoles 20 de septiembre de 2023.