viernes, 24 de julio de 2020

LA PARTIDA DE CALLEJONES EN TORREBAJA, VALENCIA.


Reflexiones desde mi huerto de los Callejones.





“[…], en sustitución de los lugareños,

van surgiendo nuevos cultivadores:

emigrantes marroquíes como el-Kibir o rumanos como Vali…

que resultan también buenos vecinos y hábiles horticultores,

que traen nuevas formas de hacer.

Sean bienvenidos!”

-del contenido textual.







Palabras previas, a modo de introducción.

Hace un par de años, con motivo de mi jubilación, tras treintaisiete de vida laboral como médico de primaria, decidí poner en marcha un par de huertos que tengo en la partida de Callejones, en Torrebaja. Estos huertos no se cultivaban desde la muerte de mi padre, hace de ello tres décadas largas. Me aconsejaron esta nueva actividad como forma de entretenimiento, pues aunque poco original resulta efectiva para ocupar una parte del día haciendo ejercicio en plena naturaleza y todo eso, además de pasear en bicicleta, caminar, leer, sentarse al ordenador... y las faenas compartidas de la casa. Un primo mío, Pepe el Pito, dice que hacer el huerto es como ir al siquiatra; yo diría que mejor, pues además de resultar más barato, no precisa de cita previa. La terapéutica resultaría recomendable para ese tipo de trastornos del ánimo en los que uno está excitable, tales el estrés y la ansiedad; en estos casos parece que el medio natural sosiega y apacigua. Aunque no siempre, ni necesariamente; todo dependerá de la persona y de sus circunstancias.

Que un jubilado dedique parte de su tiempo a la agricultura no tiene nada de particular, ni extraño, muchos lo hacen. En particular aquellos que emigraron del campo a la ciudad en la adolescencia y primera juventud y ahora regresan a la tierra que les vio nacer. Estos vivieron la actividad agraria en sus lugares de origen, la practicaron o la vieron practicar a sus padres y abuelos. Por eso digo que no tiene nada de particular que en el ocaso de su vida, con mucho tiempo libre por delante, decidan retomar las prácticas de sus años mozos. Aunque ahora por placer, sin las apreturas de antaño. Podría decirse que mi caso es uno de estos, pues mi padre quiso redimirnos a mi hermano y a mí de la agricultura y nos mandó a estudiar. Lo he escrito en otros lugares, él nos decía siempre: El campo lo último, más vale una mala carrera que una buena hacienda... -porque sabía lo ingrato del trabajo en el campo, lo incierto de las cosechas y la variabilidad en los precios del mercado. Y ello no obstante las límpidas mañanas de abril y la dulzura de las tardes en otoño, que no todo era malo. En este sentido, me encuentro más próximo a mi padre que a mis hijos, porque ellos difícilmente harán el huerto, ni practicarán la agricultura. Aunque con los tiempos tan revueltos que vivimos en lo social y económico, quién sabe lo que les tocará hacer! 

Poner en marcha los huertos me llevó tiempo y esfuerzo, además de algún dinero. Algunos me aconsejaban que no gastara mucho en ello, que no valía la pena. Otros me decían que ellos no invertirían ni un euro… yo tuve que desembolsar más de uno, pero lo hice a gusto. Hubo que quitar zarzas y malas hierbas, levantar nuevas paredes de piedra en los desniveles, hacer nueva toma de agua para el riego, canalizar una acequia dentro de la finca, instalar una zona de sombra, poner una verja, desfondar y labrar, plantar nuevo arbolado (frutales y de sombra), hortalizas… una faena considerable, pero lo hice a gusto. Quiero decir que me compensó la inversión y el esfuerzo. Reservé también una zona ajardinada, pues mi mujer tiene pasión por las flores; solo con verla "enredar" entre las plantas considero productiva la inversión.


Vista occidental del tramo inicial del Camino de los Callejones en Torrebaja (Valencia),
con detalle de una frondosa noguera (Juglans regia) a la izquierda (2020).

Me resulta en especial agradable, y satisfactorio, llegar a mis huertos de Callejones y disfrutar con todo todo mi ser del rocío de la mañana en primavera, al tiempo que correspondo al saludo de algún vecino que pasa. Aunque también los hay que pasan sin decir nada, yo les llamo “somordos” (variedad peripatética de maleducados), que de todo hay. A los somordos no hay que importunarles, tampoco recriminarles nada; al menos yo no lo hago, sobrada desgracia tienen. La vecina Trini Martínez, hija del tío Gregorio, le preguntaba a su padre: Padre, con todo el mal que le hicieron a usted cuando la guerra, cómo no denunció a nadie después. El padre le contestaba: Hija, no denuncié a nadie porque bastante tenían con haber perdido la guerra... Pues eso, que bastante desgracia tienen los somordos con serlo. La cuestión, sin embargo, es que algunos no lo saben.

Muchos de los que pasean por Callejones no lo hacen por amor al paisaje, a la naturaleza, aunque habrá de todo; la mayoría lo hace para pasear a sus perros, que cagan y mean, con perdón, donde les parece. Entiendo que los animales tiene que aliviar sus necesidades en alguna parte, es su derecho. La pregunta, sin embargo, es la siguiente: ¿Tenemos los demás obligación ineludible de soportar sus excrementos, de ir por el camino ojo avizor para no pisar sus deyecciones? La cuestión no se resuelve solo con ordenanzas y sanciones, también es cuestión de educación cívica, de respeto a los demás.


Cartel relativo a las mascotas y sus excrementos en Casas Altas (Valencia), uno de los pueblos más limpios y aseados del Rincón de Ademuz, y del que algunas poblaciones comarcanas debieran tomar ejemplo (2020).

Paisaje urbano en Ademuz (Valencia), con cartel referido a los cánidos: "Las heces de los perros deben ser recogidas por sus dueños, 1ª multa 50 €" (2020).


Cartel referido a los cánidos en una calle de Ademuz (Valencia): "Las heces de los perros deben ser recogidas por sus dueños, 1ª multa 50 €" (2020).


Cada día en el huerto resulta diferente; no solo cambia el quehacer, sino el panorama, que evoluciona según el momento y la estación. Del verde mórbido y lujurioso al gris seco y mineral. La circunstancia estacional y meteorológica daría para una larga disquisición, por decirlo de alguna manera; pero mejor dejarlo para otro momento. No obstante, si tienen ocasión, vayan a pasear por la zona cualquier día de verano, la recomendación vale también para la primavera y el otoño, incluso el invierno, y podrán disfrutar de un panorama espléndido. Al final del camino se encontrarán con un árbol grandioso, el tilo de doña Vista, merece la pena verlo. Durante la primavera y el verano luce todo su follaje, pero cuando más llamativo resulta es en otoño, entonces sus hojas recogen la plenitud de la luz dorada del atardecer. Si son agradecidos me lo agradecerán; si no lo son, no me lo agradecerán, pero no importa. La invitación sigue en pie...


Vista occidental del tramo medio del Camino de los Callejones en Torrebaja (Valencia), 2020.


Tramo distal (occidental) del Camino de los Callejones en Torrebaja (Valencia), 2020.
Vista occidental del tramo final del Camino de los Callejones en Torrebaja (Valencia),
con el monumental tilo (Tilia platyphyllos) al fondo (2020).

Tan importante como tener buenos amigos en la vida (no en vano un buen amigo es siempre un tesoro, dicen), es tener buenos vecinos de huerto. Los buenos vecinos te ayudan y aconsejan, te enseñan y favorecen, se interesan por lo que haces. Yo fui afortunado en este sentido, aunque la felicidad me duró pocos. En uno de mis huertos (el que llamamos “de los olivos”, pues hemos plantado algunos de estos nobles árboles de la variedad picual, con un caqui en el centro, un ciprés en un extremo y un laurel en el opuesto..., además de hortalizas), tuve por vecino a Juan Jiménez, de Cubla, casado con Pili López, una vecina que vino a Torrebaja de niña con su familia, procedente de Hoya del Peral (Salvacañete, Cuenca). Tengo también otros buenos vecinos de huerto, Pepe el Moreno (hijo del tío Alberto, marido de Dora), el-Kibir (emigrante marroquí que trabaja como pastor para Paco el Toperas), Vasi (emigrante rumano que trabaja en la truchera), Paco Monterde, Agustín Chicharro (ademucero asentado en Torrebaja, guardia civil retirado), Filomena (ademucera, vecina de Torrebaja, viuda de Emilio el Sordico), Ramón Díaz y su cuñado Paco, hijo de la tía Agustina y otros. En general, gente sencilla, servicial, amable, estupenda. Para mí, el mejor vecino es aquel que respeta a sus convecinos.


Paisaje humano en un huerto de los Callejones en Torrebaja (Valencia),
con detalle de cultivos (2020).

En mi infancia todos los huertos de Callejones estaban cultivados, era una zona privilegiada por su proximidad al pueblo, por la calidad de la tierra y la facilidad del riego, además de por el paisaje rural que desde la partida se contempla: el valle del Ebrón a los pies, la Loma del Montecillo al suroeste y los puntales del Mediero y el Cerrellar al este. De niño los puntales del Mediero me parecían unos montes imponentes, los más altos del mundo que yo conocía. Cuando subí por primera vez a sus cumbres me llevé una gran sorpresa, vi que por detrás de estos montes, hacia levante, había otros mucho más elevados, eran las cumbres de Javalambre y sus estribaciones. Fue quizá mi primera experiencia de lo que después entendí era la relatividad: las cosas no son como las vemos, sino que cambian según el lugar desde donde las miramos.

Podría decirse que desde los ya lejanos tiempos de mi infancia han cambiado muchas cosas en la zona de Callejones; la mayoría de aquellos huertos, antaño verdaderos vergeles del Paraíso, están hoy abandonados. Estimo, sin embargo, que lo que más ha cambiado es mi percepción del mundo, ya que el paisaje sigue siendo el mismo, al igual que la forma de plantar los tomates y el atarlos (aunque otrora se ataban con esparto remojado y hoy con hilo de plástico), las mismas acequias, idéntico sistema de riego. Uno de los aspectos que más valoro del huerto es que me permite el contacto con la naturaleza, escuchar los intervalos del silencio, el canto de los pájaros y sus cadencias... circunstancias que me ayudan a escucharme a mí mismo, esto es, a la introspección. De alguna forma, sembrar, plantar, cultivar... es participar en la obra creativa de la madre Naturaleza, y en última instancia de Dios. Ahí es nada! En verano, cuando riego (la mejor hora para regar dicen que es el atardecer), mientras corre el agua entre los caballones del patatar o las tomateras, las golondrinas vuelan rasas haciendo prodigiosas acrobacias para beber, aprovechando también para llevarse en el pico un poco de barro húmedo a sus nidos. Amo las golondrinas; además, estoy en deuda con ellas. En cierta ocasión, siendo niño, maté una con un rifle de perdigones que me regaló mi padrino. Cuando me acerqué a cogerla todavía boqueaba por su pico ribeteado de amarillo, era un ejemplar joven. Fue una experiencia triste, nunca más apunté a un pájaro con el dichoso rifle. Por eso pienso que estoy en deuda con ellas, me las imagino como las golondrinas de Bécquer, tal vez sus parientas lejanas, sus herederas, que obran sus nidos bajo los aleros de las casas.


Sector oriental de la partida de Callejones en Torrebaja (Valencia),
con el caserío al fondo (2020).


En Las ciudades del mar (1942) refiere Josep Pla (1897-1981) que, durante su estancia en Valldemosa (Mallorca), supo de la beata mallorquina sor Catalina Tomás. Cuenta de ella que sintiéndose morir (hecho ocurrido el 5 de abril de 1574), pidió a las hermanas de su convento (Santa Magdalena de Palma) que la subieran a la azotea, para despedirse de las montañas: una singular forma de manifestar su amor a la vida, a lo material y tangible. Y ello no obstante su vida de oración y las experiencias místicas que marcaron su devenir. Da la impresión de que sor Catalina quisiera llevarse consigo, a la otra vida, el recuerdo de las montañas de su tierra querida. No debe extrañarnos que el mito de la existencia de otra vida más allá de la muerte, y de la creencia en la resurrección de la carne, tal como la formula nuestra Santa Madre Iglesia, haya cundido tanto en las civilizaciones mediterráneas. La religión egipcia ya propugnaba esa consoladora posibilidad hace más de cinco mil años, con el requisito del embalsamamiento. Más allá de cualquier actitud mesiánica, Erich Fromm (1900-1980) argumenta que la vida -el vivir- es un continuo renacer y que la tragedia de muchos humanos es que mueren antes de haber empezado a vivir. En sentido pleno, vivir implica ser conscientes de ello, y de lo que nos rodea.

La beateta mallorquina fue contemporánea de san Juan de la Cruz (1542-1591), y como el místico abulense debió ser impresionable a los encantos de la naturaleza, donde no podía faltar Dios. En este punto yo quisiera ser como sor Catalina y que, llegado el momento de mi fin y acabamiento, pueda pedir a los que me acompañen en ese trance que me suban hasta la ermita de san Roque, para despedirme de Torrebaja: de sus casas y tejados, de la iglesia y de la torre, del Turia y del Ebrón y de sus campos, del puntal del Mediero y de sus montes... Podrá parecer pedantería, y posiblemente lo sea, pero hay personas que se sienten parte de un paisaje; yo soy una de esas personas y fuera de este paisaje quizá no me encontrara. 

Una de las bendiciones del ser humano es poder vivir donde uno quiere, no donde se lo imponen las circunstancias laborales o familiares. En ese caso lo mejor es adaptarse como mejor se pueda. Yo doy gracias a Dios todos los días por ello; por haber podido vivir donde he querido. Asimismo, Torrebaja (y el Rincón de Ademuz por extensión) me parecen buenos lugares para dar el salto hacia la eternidad; al menos tan buenos como cualquiera otros. Respecto del trance de la muerte los ha habido más prácticos y prosaicos que la santita de Valldemosa. Por ejemplo el tío Antonio el Obrero (me refiero al señor Antonio Esparza Esparza: que tuvo el cuestionable honor de estrenar con su inhumación el cementerio nuevo de Torrebaja, en 1920). En el momento de morir el hombre dijo a sus hijos: Ponedme un trozo de magra en la boca, que me muera harto… -el relato no dice que se lo pusieran, pero conociendo a esta progenie todo podría ser. El tío Antonio el Obrero fue marido de Blasa Gómez Asensio, padres de Cayetana, Ricardo e Isidro Esparza Gómez: dado su peculiar sentido del humor, gente de lo más recomendable para pasar un buen rato.


Paisaje humano en un huerto de los Callejones en Torrebaja (Valencia), detalle de cultivos (2020).


A Juan Jiménez, in memoriam.

Desde el principio, Juan Jiménez (natural de Cubla, Teruel) me acogió con simpatía y cariño, me enseñó muchas cosas relativas a los cultivos, sobre el momento de plantar o sembrar cada cosa, y sus cuidados. Juan tenía mucha experiencia en esto de la hortaliza -lo llevaba haciendo desde hacía años, aunque parece no era su profesión-; además, era muy sociable y servicial, al menos a mi me lo parecía. No fumaba ni bebía, tampoco le gustaba el bar; donde mejor se encontraba era en el huerto, rodeado de sus cultivos. Pili, su mujer venía a veces al huerto. Juan le tenía preparada una silla junto al ribazo, para que se sentara. Cuando yo le preguntaba si no le ayudaba a su marido, contestaba: No me deja entrar en el huerto, en cuanto entro me dice no pises aquí, no pises allá, así que prefiero no entrar… El alguna ocasión, con motivo de estar yo fuera algunos días, Juan me regaba la hortaliza, o me plantaba algunas acelgas que le sobraban, o me daba medio cubo de patatas ya cortadas para la siembra. Y me enseñaba a meter los trozos cortados de patata en el caballón, siempre con el rijo para arriba, como los ajos, insistía. El aprendió a preparar las patatas para sembrar de su suegra: Te voy a cortar una patata para que aprendas, pero solo te voy a cortar una, fíjate bien… -me contaba que le dijo.

Hablo en pasado, pues Juan falleció inesperadamente en enero, poco después de Reyes, dijeron si de una “neumonía vírica de origen desconocido”. Es posible, sin embargo, que ese virus anónimo fuera ya el de la pandemia que nos afectó, y sigue afectando. Su fallecimiento nos cogió a todos por sorpresa: por mucho que sepamos que vamos a morir, la muerte siempre nos sorprende. Como otros de Torrebaja, mi mujer y yo fuimos a su entierro: la misa corpore in sepulto se celebró en la iglesia de Santa Emerenciana, su parroquia en Teruel. No sé si Juan era hombre de fe, tampoco sé de sus creencias, ni de sus ideas políticas, si es que las tenía; nunca hablamos de ello ni me importan. Puedo asegurar, sin embargo, que era una persona buena, sencilla y a su manera sabia.

Tras la última cosecha Juan había dejado el huerto labrado, acondicionado para el próximo año. Pero ya no pudo prepararlo, le arrebató la muerte. Algún tiempo después del fallecimiento, su cuñado, Antonio López (persona de muchos atributos, antiguo alguacil del ayuntamiento de Torrebaja, que lo mismo arreglaba una avería de agua que tapiaba un nicho), fue al huerto, recogió todo lo que aquel había dejado su cuñado de valor (varillas metálicas, compuestas, tubos...), quemó palos, broza, cañas... lo dejó todo perfectamente limpio, impecable: como le hubiera gustado al finado, seguro. Descansa en paz, Juan, compañero de huerto; sit tibi terra levis, que la tierra te sea leve.


Vista occidental del tramo medio del Camino de los Callejones en Torrebaja (Valencia), con detalle de peral (2020).


El camino y la partida de Callejones de Torrebaja.

El camino de los Callejones es uno de los más conocidos del pueblo, se halla en la zona meridional del caserío, nace al final de la calle del Sol (donde la casa del tío Vicente y la tía Agustina) y concluye en la bajada de la Hoya (donde el huerto del tilo de doña Visita). Discurre pues de este a oeste, parcialmente paralelo al tramo alto de la calle del Rosario y da nombre a la partida de Callejones, una zona de huertos. El nombre de Callejones proviene de que hasta mediados los años cincuenta, varios tramos del camino estaban bordeados por la izquierda (que es el sur y abajo) por una tapia de piedra y tapial con albardilla de piedra (en algunos tramos de teja o cemento), mientras que por la derecha (que es el norte y arriba) lo está por un muro de piedra arenisca sosteniendo la parte alta. Aquel era un camino de herradura encajado entre un muro de piedra y una tapia. Si se encontraban dos personas una tenía que salir del camino, cuanto más si se cruzaban dos animales cargados en sentido opuesto. Hoy el camino se ha ensanchado a costa de los huertos de la parte de abajo, pues la antigua tapia ha desaparecido, ello permite el paso de vehículos. Pero ya digo, se ha ensanchado a costa de los huertos de la parte de abajo. Parece que a los de abajo siempre les toca perder... incluso en cuestión de caminos.

En el tramo inicial del camino (yendo de este a oeste), junto al muro de piedra discurría una acequia, hoy parcialmente cubierta. Dicha acequia era antaño de tierra, y a ella acudían las mozas y mujeres del pueblo a fregar los cacharros de cocina -como a la calle del Sol, por cuya parte central discurría una acequia descubierta. El camino de los Callejones era antaño muy transitado, no en vano daba acceso a una franja de huertos donde se cultivaban variedad de hortalizas. De ahí que se dijera que de los huertos de Callejones salía el primer plato de la comida de muchas familia, y era cierto. Hoy, sin embargo, ya no lo es. La mayoría de los que cultivamos en los huertos de Callejones lo hacemos por gusto, por amor a la tierra, por entretener el tiempo, por esas cosas que no son de primera necesidad, aunque saludables.


Vista oriental del tramo medio del Camino de los Callejones en Torrebaja (Valencia),
con detalle del muro de contención de la parte alta y la acequia de riego (2020).


Vista oriental del tramo medio del Camino de los Callejones en Torrebaja (Valencia),
con detalle del muro de contención de la parte alta y la acequia de riego (2020)

Hasta hace unos años toda la zona de Callejones fue propuesta por la la administración local como suelo urbanizable, esto es, susceptible de ser preparado o acondicionado para el uso urbano mediante la apropiada transformación urbanística. La idea, inicialmente buena, incluía una vía que comunicaba el camino de la Hoya con la calle Fuente (sobre el Complejo Escolar), vía Callejones y La Porcal, esto es, a modo de vía perimetral circundando la zona meridional del caserío. Dicho proyecto hubiera hecho posible el paso de vehículos en todo el trayecto, y permitido la entrada (por detrás) a las casas de la margen izquierda de calle del Rosario. Con ser buena la idea hoy no me lo parece tanto, dado que ello significaba sacrificar una porción de huertos al asfalto y la edificación, en detrimento de una zona verde magnífica. Porque, si sacrificamos los huertos de Callejones a la urbanización, dónde los pondremos, en Los Pajares. Hay que pesar que solares para la construcción en Torrebaja tenemos para los próximos cien años. Por suerte el proyecto se arrumbó y la zona continúa como terreno rústico. Al menos la contribución se sigue pagando como rústica. Esperemos que no aparezca algún día un alcalde iluminado con la idea de recuperar aquel proyecto inicial. Todo es posible, lo que supondría un absoluto despropósito. Ello no obsta para que se abra el citado camino, obviamente a costa de todos los beneficiados, claro. No como ahora, que unos ponen el terreno y otros se aprovechan. Los deberes y derechos deben ser compartidos, estimo yo.

El camino de los Callejones permite el acceso a todas las las fincas (huertos y propiedades) de esta partida; dicho de otro modo, los huertos a los que puede accederse directamente desde el camino de los Callejones constituyen propiamente la zona de Callejones. Como decía, esta se extiende de este a oeste, desde el final de la calle del Sol hasta el huerto del tilo de doña Visita y el camino de la Hoya. De norte a sur, la partida comprende los huertos que hay entre el camino de los Callejones y el talud más meridional, que circunda el camino del Portillejo, que baja hasta la ribera izquierda del Ebrón.


Las acequias, el riego y otras consideraciones.

Los huertos de Callejones se riegan mediante una acequia secundaria que nace en la de Castielfabib, donde el partidor del Carlas: conceptualmente, un partidor es un lugar donde se parte el agua para dos o más acequias. La acequia de Castielfabib es una de las más antiguas de la zona, la nombra ya don Diego Ruiz de Castellblanque en su testamento, a principios del siglo XVII, para definir el término de su señorío. Ello hace pensar que la acequia es tan vieja como el mismo pueblo. La acequia de Castielfabib entra en el término por el Mojón, procede de Los Santos y discurre por la parte alta del pueblo, de noroeste a noreste. Antaño servía de límite entre la aldea-barrio de Los Pajares y Torrebaja, pero desde 1995, con motivo de su segregación de Castielfabib para agregarse a Torrebaja quedó dentro del casco urbano. Algo por lo demás perfectamente razonable que zanjó una anomalía histórica. Curiosamente, el trazado de la acequia pasaba por debajo de algunas casas, de forma que una parte quedaba en Castielfabib y otra en Torrebaja. Todos los inconvenientes que se producían como consecuencia de la anómala situación de la aldea con respecto a Torrebaja se subsanaron con el citado proceso administrativo.


Calle del Ángel en Torrebaja (Valencia), con detalle del partidor del Carlas en la acequia madre de Castielfabib (2020).

La acequia de Castielfabib tiene un largo trazado, decía que entra en el término de Torrebaja por el Mojón de Los Santos y termina en el río Turia, entre la partida del Reguero y la del Rento. Por ella circulaba el agua todos los días de la semana -durante la temporada de riego el paso del agua no se suele interrumpir, no obstante el uso que hacen los de Los Santos-: hasta hace unas décadas, de lunes a viernes se regaba desde el partidor del Carlas hasta la casa de Antonio Verbena; los sábados y domingos se cerraban todas las acequias secundarias en ese tramo y se regaban los Regueros y parte del Rento. Puede decirse que su aprovechamiento era completo, pues con las aguas sobrantes podían regarse incluso huertos de la zona de Los Llanos, por encima del Cementerio Municipal. Hasta la citada agregación de Los Pajares a Torrebaja, el camposanto quedaba en término de Castielfabib, otra anomalía histórica.

Pero volvamos al hilo de nuestro relato... Decía que la acequia que riega la partida de Callejones nace en la acequia madre de Castielfabib, donde el partidor del Carlas. Se trata pues de una acequia secundaria cuyo caudal de agua se regula mediante una compuerta metálica, fijada en un determinado nivel mediante un candado. El cajón de la acequia hace ángulo recto respecto de la de Castielfabib y parte en dirección meridional, calle del Ángel abajo, cruza la carretera N-420 y se dirige hacia el este por la calle de la Hoya. Nada más atravesar la carretera, sin embargo, frente a la casa de Serafín el Mingo, la acequia tiene un registro con un sistema de compuertas. Desde este punto puede encaminarse el agua hacia otras zonas, no hay más que levantar las correspondientes compuertas; de facto el registro hace las veces de partidor secundario. Una de las compuertas del registro encamina el agua hacia poniente, mientras que otra lo hace hacia el este y el sur, siendo esta última la que riega los huertos de cabecera de la partida de Callejones, entre otros.


Detalle de la acequia que riega los huertos de la partida de Callejones en Torrebaja (Valencia), 2020.

La acequia secundaria continúa por la calle de la Hoya, donde hay otros registros para nuevas tomas de agua y entra en el tramo final de la calle del Rosario, hasta la casa de Teodoro Manzano. En este punto hace un giro de noventa grados para dirigirse hacia la partida de Callejones, allí hace otro giro en ángulo recto y continuar por el pie del muro hasta el comienzo del camino de Callejones, en cuya margen izquierda hubo antaño un lavadero cubierto de propiedad particular, que aprovechaba el agua de esta acequia. En este punto el cauce hace nuevo giro para proseguir entre huertos, hasta desaguar finalmente en la acequia de la Hoya, junto con la que pasa por debajo de la calle del Sol. La acequia de la Hoya desagua en el río Ebrón, a la altura del cauce nuevo. En general, la red de acequias de la zona es sumamente compleja, no en vano fue diseñada para aprovechar el agua de riego al máximo. Propiamente, en el punto donde la acequia aboca al camino de Callejones hay una toma de agua que sirve para el riego de varios huertos de la cabecera de la partida. Asimismo, en todo el tramo en que la acequia discurre paralela al camino existen muchas tomas de agua, casi tantas como huertos; digo casi tantas como huertos, pues algunos huertos utilizan la misma toma.

Entre los agricultores el tema del agua siempre resulta un asunto serio, nada de bromas pues con el agua de riego. Sin agua no hay huertos, ni cultivos que valgan. El pueblo más respetuoso con el agua y las acequias que he conocido es El Cuervo, Teruel, solar de mis abuelos maternos. Allí el agua y las acequias son lugares cuasi sagrados, bienes muy valorados; al menos en mi infancia lo eran, pues nadie se hubiera atrevido a tirar absolutamente nada a las acequias. Solo en los terminales de algunas de ellas podían fregarse los cacharros de cocina. El lavado de la ropa se hacía en el lavadero público, situado junto molino del tío Floro, que era el molino de Abajo. Por el contrario de lo que sucede, y ha sucedido a lo largo de la historia en Torrebaja. Aquí la gente echaba, y continua echando, cualquier inmundicia a las acequias, en particular a la de Castielfabib. He visto pasar de todo por esta acequia, incluso animales muertos, lo que constituye el colmo de la inmoralidad y la indecencia, de la falta de respeto, primero por los animales y después por las personas, ya que los cadáveres son fuente de insalubridad. Imagino que tirar una animal muerto a una acequia de riego constituye un delito contra la salud pública y está castigado por las leyes, y si no lo constituye debiera. A los irresponsables que realizan tales prácticas (incluidos los que maltratan a los animales) yo les propondría para el escarnio público; por ejemplo la picota, con media docena de latigazos en la espalda, esto es, un jubón de azotes. Esto la primera vez; si reincide, doblar el castigo. Aunque no dejará de haber pacatos a los que les parezca demasiado severa la sanción! Estos preferirían una multa con advertencia, imagino.

Inevitablemente, en los huertos de los Callejones existen también los amigos de lo ajeno, gentes "viciadas a ratonerías" que se llevan todo lo que pillan: tomates, pepinos, calabacines... una verdadera plaga, como los pulgones, el mildiu o la cenicilla. Esto no tiene nada de extraordinario, ya que ladrones de frutas y hortalizas han existido siempre. En los años sesenta se asentó en las Casas de la Venta una familia de gitanos, que tenía acobardados a los vecinos de su entorno, pues todos los días faltaban productos en los huertos. Los gitanos eran gente brava, en particular las mujeres, acostumbradas a ir de aquí para allá, y a las penalidades de la vida en el camino. Una de las gitanas parió un crio y a la media hora de dar a luz subió a la farmacia a comprar un rollo de algodón en rama. Alguno de los varones trabajó en la serrería de los Cesáreos, o de los Doñates, pero no se hacían a la vida sedentaria, a los horarios, a recibir órdenes... y acabaron marchándose, para alivio de los huertos y de los hortelanos. Eran también gente leal a los suyos, y con gran sentido de la familia, pues uno de los gitanos jóvenes murió en Torrebaja y lo enterraron en el cementerio local, y durante muchos años, por Todos los Santos, estuvieran donde estuviesen, venía alguien de aquella progenie a poner flores en su tumba. A eso le llamo yo lealtad familiar, por el contrario de otros, que no saben ni dónde están inhumados sus abuelos!

Pero no hace falta ser gitano para robar, que también hay entre los payos gente ladrona. Se cuenta el caso de un vecino (disculpen que no cite nombres, pero no consigo recordar la fuente de la anécdota) al que le robaban los tomates por las noches. Cierta mañana, cuando acudió al huerto, se encontró entre los caballones un llavero con llaves de coche. El vecino tuvo la paciencia de ir por todo el pueblo, a ver qué coche abría las llaves encontradas, hasta que lo halló. La sorpresa fue mayúscula, y tiene su gracia; resulta que el ladrón de tomates era un familiar suyo, no sé si sobrino o sobrina. El dueño del huerto falleció hace unos años, era una persona muy conocida y apreciada, por el contrario de los familiares ladrones, que pasan sin pena ni gloria.  

Decía que para regar los huertos de la cabecera de la partida de Callejones basta levantar la compuerta del registro situado frente a la casa de Serafín el Mingo, encaminando, no obstante, el agua al huerto correspondiente. Terminado el riego hay que volver al registro y bajar la compuerta. La práctica aconseja cerrar siempre la compuerta que permite el acceso al huerto regado; quiero decir que no es prudente dejar el agua encaminada hasta el huerto. Por el contrario, en la acequia que discurre paralela al camino de los Callejones, para regar basta poner una tabla y levantar la hilera correspondiente a cada huerto, invirtiendo el proceso al concluir el riego.

Los turnos para regar siempre resultaron comprometidos, en particular cuando todos los huertos estaban cultivados. Los regantes tenían que esperar horas para hacerse con el agua, en ocasiones no lo conseguían hasta altas horas de la madrugada, cuando habían terminado los de aguas arriba. Contaba Serafín el Mingo que frente a su casa les hacía una fogata a los regantes, para paliar el fresco de la amanecida, pues estaban allí, hablando y fumando, hasta que les tocaba el turno. Hoy el riego es más sencillo, dado que más de la mitad de los huertos están incultos. Se conserva, no obstante, la norma consuetudinaria consagrada por la tradición y la costumbre. Todos tienen derecho al riego, pero la preferencia corresponde siempre al de aguas arriba. En realidad el derecho de riego lo tiene la finca, no el propietario ni el cultivador. Ello significa que si hay un vecino regando y llega otro de aguas arriba, este puede quitarle el agua al primero. Lo habitual, sin embargo, es que exista cierta cortesía entre los regantes y si alguno está regando se le deje terminar.


Huertos en la partida de Callejones de Torrebaja (Valencia), 2020.

En este sentido llama la atención que los regantes de otro tiempo no hubieran conseguido establecer un sistema más adecuado; pues resulta absolutamente irritante que haya alguien regando y estando a mitad, otro de más arriba -alegando preferencia- le quite el agua al de más abajo. Esta sinrazón en el sistema de riego causaba -y causa- algunos problemas entre los regantes, cuando no malquerencias. Quizá hubiera sido mejor sentarse en torno de una mesa, para estudiar un sistema de riego más ponderado y razonable. Por ejemplo, prohibiendo tajantemente el hecho de cortar el agua al que estuviera regando; estableciendo turnos para cada tramo de acequia, bien por días u horas, incluso turnos rotativos si fuera preciso. Cabe pensar, sin embargo, que si nuestros padres y abuelos no lo hicieron tal vez fue porque no pudieron; hay que considerar, no obstante, que los agricultores en nuestra zona han sido siempre gente terca, apegada a costumbres seculares, poco amiga de innovaciones. En muchos casos cabría decir con el conde de Romanones: Vaya tropa!

La partida de Callejones constituye un mirador sobre el valle del Ebrón, con el monte de la Loma al fondo. El mirador forma a modo de planicie alargada que asciende suavemente de este a oeste, es por ello que el riego se hace de poniente a levante. Algunos huertos del extremo distal se hallan elevados sobre los circundantes, con taludes y ribazos entre ellos. Los muros, ribazos y taludes altos pertenecen siempre a la finca de arriba. Ello resulta lógico, toda vez que las paredes sujetan la tierra de la finca elevada.

Mientras que la partida se extiende longitudinalmente de levante a poniente, los bancales se orientan de norte a sur, esto es, desde el camino de Callejones hacia el terraplén del Portillejo, que queda en posición meridional. Asimismo, muchos de estos huertos están escalonados, formando en la práctica hasta dos o tres huertos en distinto nivel. Estos huertos escalonados pertenecen en ocasiones a un mismo propietario, pero no siempre. En el caso de que no pertenezcan al mismo dueño, los del nivel inferior tienen derecho de paso y riego, ello significa que los de arriba tienen servidumbre respecto a dichos derechos. En el caso de pertenecer a un mismo propietario, no hay problema; pero cuando estos huertos tienen distintos amos, el de arriba debe mantener el ribazo y la acequia de riego expedita, para que pueda pasar y regar el de abajo. En el caso de huertos abandonados, sin embargo, lo que suele ser habitual en la actualidad, la norma no se cumple, ello va en perjuicio del huerto de abajo. Es un signo de los tiempos en que usos, derechos y deberes se desvanecen.


Paisaje humano en la partida de Callejones en Torrebaja (Valencia),
con el caserío al fondo (2020).

Las propiedades están delimitadas por ribazos, elementos comunes que al tiempo que definen la propiedad sirven de zona de paso. Conceptualmente, en nuestro medio, un ribazo es una porción de tierra y hierba con cierta elevación con respecto de las fincas limítrofes, que no necesariamente deben estar a distinto nivel. Los ribazos constituían a veces motivo le litigio entre propietarios, siendo este el motivo por el que en los extremos de las fincas estaban señalados por alguna piedra grande clavada, a modo de hita. El propietario segaba antaño su parte de ribazo -y ojo que se atreviera a hacerlo el vecino!-; la hierba se destinaba a los animales de carga y corral. Hoy, por el contrario, solo se siegan los márgenes correspondientes a los huertos cultivados; y a veces, ni eso. Otro signo de estos "tiempos líquidos" a los que alude Zygmunt Bauman (1925-2017), en los que no hay principios duraderos, en los que todo vale, en los que nada importa demasiado.


Acerca de los cultivos tradicionales en los huertos de Callejones.

A principios del siglo XIX (1815) en Torrealta (entonces todavía dependiente de Ademuz) y en Torrebaja (aún dependiente de Castielfabib) había ya variedad de cultivos, entre ellos avena, adaza, alubias, garbanzos, trigo… lo sabemos porque dichos cultivos estaban sujetos al diezmo y al paner (pie de altar) que percibía la iglesia y el párroco para su sostenimiento. Entre los productos citados, la avena, la cebada y el trigo estaban sujetos al diezmo y la primicia, siendo comunes a todos los partícipes, incluido el comendador de Montesa), mientras que la adaza (maíz, panizo), las alubias y garbanzos estaban sujetos al paner, siendo exclusivos del rector o vicario.[1] Merece la pena destacar el cultivo del maíz (Zea mays), gramínea procedente de América traída a Europa en el siglo XVII. Según vemos, un siglo después, esto es, a finales del siglo XVIII-principios del XIX, ya se cultivaba en nuestra comarca, siendo la  base culinaria de nuestras tradicionales gachas de panizo. 

J. Pla dice que los límites geográficos del Imperio Romano llegaban hasta donde llega el cocido... Algo similar podríamos decir nosotros del Rincón de Ademuz, esto es, que sus delimitación la marca la forma de guisar y comer las gachas de maíz, desde Mas de Jacinto a Casas Bajas, desde Puebla de San Miguel y Sesga al Royo y Negrón. Porque los de Libros, las comen de otra forma, y los de Santa Cruz de Moya también. Otro tanto podría decirse de Salvacañete y de Losilla de Aras. No en vano nos hallamos entre Aragón y Castilla. Por lo demás, la gente de los pueblos del valle utilizan más la harina de maíz (más arenosa), mientras que los del secano usan la de trigo (más finas). También los hay que el cocimiento lo hacen a base de harina de trigo y maíz, son las gachas mixtas, mezcladas. La ventaja de las de maíz es que pueden tomarla los celíacos, detalle nada despreciable. Lo cierto es que resulta muy difícil sistematizar, y hoy más que nunca, pues he visto comer pan con las gachas, incluso acompañadas de ensalada, lo cual resulta una extrema barbaridad. Pero más bárbaro resulta beber agua con las gachas, cuando a todas luces es el vino lo que procede para pasarlas. Quiero decir que las gachas con vino se pasan divinamente, porque el plato resulta contundente, digamos que poco aconsejable para estómagos delicados.

Medio siglo después, en tiempo de Madoz (1849), cuando Torrebaja había formado Ayuntamiento independiente de la jurisdicción de Castielfabib y tenía ya a Torrealta por anexo, los caminos locales eran “de herradura en mal estado”, siendo la producción agrícola todavía escasa y poco variada: trigo, cebada, avena, algún vino y legumbres.[2] A los productos agrícolas que cita Madoz cabe añadir pues el maíz, base de las gachas de panizo, nuestra comida comarcal por excelencia. Es de su poner, sin embargo, que sus campos y huertos producirían distintas hortalizas, aunque el estadista no las menciona.


Vista occidental del Camino de los Callejones en Torrebaja (Valencia),
con detalle de noguera (Juglans regia) en el margen (2020)


Huertos en la partida de los Callejones de Torrebaja (Valencia),
con detalle de ribazo y cultivos (2020).


Durante el siglo XX, los cultivos tradicionales en los huertos de los Callejones han sido las verduras y hortalizas: patatas, judías, tomates, pepinos, pimientos, coles, habas, guisaltos, acelgas, espinacas, incluso melones y sandías, calabazas, calabacines, rábanos, zanahorias…. En los márgenes de las fincas se plantaban cerezos, ciruelos, caquis, parras; también avellanos, higueras, nogales, olivos… Todavía quedan algunos de estos frutales en la partida, también arbustos de saúco (Sambucus nigra), plantas como el hinojo (Foeniculum vulgare) y la menta de caballo (Mentha longifolia), y malas hierbas como el yezgo o saúco menor (Sambucus ebulus), planta absolutamente tóxica de la raíz al fruto. Hoy día pueden verse además plantaciones de olivos, algunos cipreses (también los hubo antaño, aunque desaparecieron), membrilleros, laureles, manzanos, incluso castaños de indias como árboles de adorno y de sombra.

Detalle de bayas maduras de yezgo o saúco menor (Sambucus ebulus), una planta venenosa muy abundante en la zona (2020). 


El más célebre de los huertos de la zona de Callejones, sin embargo, es el huerto de doña Visita Navarro (viuda de don Antonio Hernández Montesinos, médico que fue de la localidad), hoy pertenece a un nieto; el huerto estaba circundado por la parte del camino por un muro de piedra y tapial y tiene un monumental tilo (
Tila platyphyllos) en la parte de arriba, frente a la entrada. El tilo debió plantarse a principios del siglo XX, y aunque vetusto todavía conserva su  porte elegante y frondosa vitalidad.


Huertos en la partida de los Callejones de Torrebaja (Valencia),
con detalle de ribazos y cultivos (2020).

Huertos en la partida de los Callejones de Torrebaja (Valencia),
con detalle de ribazos y cultivos (2020).

Los huertos comienzan a prepararse para el cultivo a principios de año, de forma que con la luna menguante de enero ya se siembran los ajos, que se cosecharán por san Juan. De un diente saldrá una cabeza de ajos; de una cabeza, los ajetes, esto es, los ajos tiernos. De los ajos se extrae el rijo central, denominado “porrito”, por donde florece. Los porritos se trocean y se comen sofritos a modo de revuelto con huevo o en tortilla. Un manjar exquisito, no obstante la evidencia de su ingesta que puede dejar en el aliento. Es por ello que conviene comerlos cuando prevemos escasa actividad social. El resto de cultivos se realiza a lo largo de la primavera (abril, mayo, junio). A mediados de julio se suelen plantar los productos para el invierno (acelgas, repollos, coliflores, lombardas, puerros…), durante este mismo mes maduran los demás cultivos: cebollas, pepinos, tomates, pimientos… Las patatas tempranas se suelen cosechar a finales de julio, principios de agosto. En agosto vendrán las jugosas sandías y los dulces melones, cuya sazón se completa para santa Marina la Melonera. Las calabazas de asar se recolectan tras las primeras heladas, cuando se amustian las hojas, como los caquis, que se cogen todavía duros a principios-mediados de noviembre, preferiblemente pasado Todos los Santos. Los caquis, deliciosos tarros vegetales de mermelada natural, no son muy apreciados en la zona. Basta ver que muchos se pierden en los árboles; nadie los aprovecha, excepto los pájaros. Los palosantos maduran a lo largo del invierno; antaño se disponían sobre el trigo de forma que en diciembre, para Navidad, constituían y constituyen un delicioso postre.


Paisaje humano en un huerto de la partida de los Callejones de Torrebaja (Valencia),
con detalle de cultivos (2020).

Paisaje humano en un huerto de la partida de los Callejones de Torrebaja (Valencia),
con detalle de cultivos (2020).


Palabras finales, a modo de epílogo.

El camino y la partida de Callejones constituyen una de las zonas de Torrebaja más antiguas, populares y estimadas por los lugareños. Desaparecidos los tapiales, origen del topónimo, y ampliado el camino de herradura a su costa, quedan sus huertos, tradicionalmente dedicados a la producción de verduras y hortalizas. No en vano se decía que el primer plato de muchas familias de Torrebaja procedía de productos cultivados en la zona de Callejones.

La partida, situada en posición meridional respecto del caserío, se orienta de este a oeste, protegida de los vientos del norte y disfrutando de una estupenda vista sobre el valle del Ebrón. La zona fue recalificada hace años como urbanizable; no obstante, en la actualidad ha vuelto a ser rural, lo que responde a su idiosincrasia y tradición. El lugar constituía antaño un verdadero vergel del Edén, daba gusto verlo en verano: los huertos formando deliciosos dibujos vegetales, los frutales en sazón, los ribazos repelados, limpios, aseados. Hoy todo ha cambiado, muchos de los cultivadores de la generación anterior han desaparecido por ley de vida (Antonio Fortea, Luciano el Francés, Pedro el Burrero, fallecidos; Vicente el Gasiosero, que lo dejó por la edad), y difícilmente se renuevan. Más de la mitad de los huertos están abandonados. No obstante, en sustitución de los lugareños, van surgiendo nuevos cultivadores: emigrantes marroquíes como el-Kibir o rumanos como Vali… que resultan también buenos vecinos y hábiles horticultores, que traen nuevas formas de hacer. Sean bienvenidos!


Paisaje humano en el Camino de los Callejones de Torrebaja (Valencia),
con hortelanos posando (2020).

Por el contrario del camino, el sistema de riego de la partida sigue siendo el tradicional, como las acequias, que apenas han sufrido mejoras en cien años. Lo cual no deja de sorprender, pues la zona constituye uno de los parajes más frondosos, bellos y singulares del término. Habremos de esperar a que venga gente de fuera a enseñarnos a valorar lo que tenemos. Lo cual resulta doblemente paradójico, siendo como es Torrebaja un pueblo harto joven (sus albores datan apenas de principios del siglo XVII, cuando Ademuz y Castielfabib ya eran antiguos), cuyos vecinos proceden de todos o casi todos los pueblos de la comarca, y de su entorno de Cuenca y Teruel. Un pueblo joven, decía que es Torrebaja, aunque prematuramente envejecido. La historia no ha sido generosa con nuestro pueblo, lo demuestra el envejecimiento vecinal, la despoblación, la falta de recursos; aunque la geografía nos situó en un lugar privilegiado, relativamente llano, al pie de las vegas del Turia y el Ebrón, bien emplazado y comunicado. A Torrebaja, como a otros pueblos de la zona, le falta lo que a la lira de Bécquer, una “mano de nieve” que sepa templarlo, despertarlo.

Mi querencia por la partida de Callejones resulta evidente, su evocación me lleva a la infancia, esa época de la vida en que comienza a gestarse en las personas el carácter, los sueños, las ilusiones. Con esta disposición en el ánimo me veo caminando detrás de mi padre, que marcha a grandes zancadas por el camino de Callejones, con su sombrero de paja, los bordes de la camisa atados por delante en un nudo, la azada al hombro, las perneras del pantalón arremangadas, calzado con esparteñas… esperando llegar al huerto y que baje agua para regar la hortaliza. Vale.


© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN

De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).




Véase también:

* EL TILO DE LOS CALLEJONES, UN ÁRBOL CENTENARIO EN TORREBAJA.

* LA CALLE DEL ROSARIO DE TORREBAJA, VALENCIA (I y II).

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[1] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo (2002). Aportaciones al conocimiento de la Encomienda de Montesa en el Rincón de Ademuz, Valencia, p. 308. ISBN: 84-931563-2-9

[2] MADOZ, Pascual (1849). Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España y sus posesiones de ultramar, Madrid, Madrid, tomo XV, p. 72.


GALERÍA FOTOGRÁFICA:

Vista del comienzo del Camino de los Callejones, con la acequia de riego todavía descubierta (2013).

Vista del comienzo del Camino de los Callejones, con restos del antiguo tapial que le bordeaba por la parte de abajo y la acequia de riego todavía sin cubrir (2013).

Vista del comienzo del Camino de los Callejones, con restos del antiguo tapial que le bordeaba por la parte de abajo y la acequia de riego  (2013).

Vista parcial del tilo de doña Visita en otoño, con detalle de la entrada y del muro de tapial que circundaba el huerto por la parte del Camino de los Callejones (1998).

Vista general (suroriental) del tilo de doña Visita en la partida de Callejones de Torrebaja (Valencia), verano (2020).

Vista general (suroriental) del tilo de doña Visita en la partida de Callejones de Torrebaja (Valencia), verano (2020).

Vista general (suroriental) del tilo de doña Visita en la partida de Callejones de Torrebaja (Valencia), otoño (2020).


Vista general (suroriental) del tilo de doña Visita en la partida de Callejones de Torrebaja (Valencia), otoño (2020).

Vista general (noroccidental) del tilo de doña Visita en la partida de Callejones de Torrebaja (Valencia), invierno (2021).

Vista general (noroccidental) del tilo de doña Visita en la partida de Callejones de Torrebaja (Valencia), invierno (2021).


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