lunes, 7 de enero de 2013

OBITUARIO RINCONADEMUCENSE (I).

Relatos cortos –entre la anécdota y la historia- referidos al Rincón de Ademuz.


“Si tu intención es describir la verdad,
hazlo con sencillez y la elegancia déjasela al sastre”.
Albert Einstein (1879-1955),
científico alemán nacionalizado estadounidense.









Palabras previas.
El Rincón de Ademuz es un lugar como cualquier otro, donde diariamente se representa el misterio de la vida y de la muerte, su drama... Varias de las historietas recogidas en esta entrada se hallan en relación con este aspecto de la realidad humana, pues aunque las anécdotas no sean propiamente historia, contienen reflejos del escenario de una comunidad, de su forma de ser y entender el mundo que le rodea. Sucede lo que con los dichos, refranes y frases proverbiales que, sin ser estricto conocimiento científico, encierran una cierta sabiduría y experiencia válidas en un momento dado.

Bajo el epígrafe propuesto, el lector encontrará una serie de relatos cortos –entre la anécdota y la historia: todos se hallan acreditados o testimoniados-, con diverso contenido. Enfocados al mundo de la muerte y lo mortuorio, si bien alejados de lo lúgubre y luctuoso, en tanto el dolor y la hermana muerte constituyen una parte de la circunstancia humana. Realidad que dada su inevitabilidad estimo no se debe ocultar, sino conocer y aceptar para hacerla más llevadera. Algunos de los apólogos pueden provocar una sonrisa, otros son meramente descriptivos; también los hay trágicos, cálidos y revestidos de cierta ternura. Valga decir que, con independencia de otras consideraciones, el autor sólo pretende mostrar, ilustrar y argumentar un contexto, aquel que como documentalista percibe o cree percibir en la sociedad de su tiempo. Por lo demás, el mejor homenaje a todos los que aquí se nombran es nuestro recuerdo...

Vista del pasillo central del Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia), 2012.



Obituario rinconademucense.

Tras la Desamortización, el convento de San Guillermo de Castielfabib (Valencia) fue abandonado y sus edificios se perdieron. Consta la demolición de la iglesia conventual y otras construcciones conventuales, cuya piedra fue utilizada para la fábrica de bóvedas y puentes de conducción del agua del Ebrón, destinada a la central hidroeléctrica que se construyó en sus inmediaciones –me refiero a la Teledinámica Turolense, S.A., empresa con sede social en Madrid: las obras comenzaron en julio de 1913-.[1] Durante los trabajos de demolición y descombro fallecieron dos trabajadores de Castielfabib –José Domingo Tortajada, de 42 años, casado, con cinco hijos y Florentino Díaz Martínez, de 20 años, soltero-, ambos domiciliados en la aldea de Los Santos. El hecho sucedió el 20 de mayo de 1914: según testimonio, la tía Hereja de Castielfabib, madre de la señora Felicitación Durbán Guillermo (a) la Cafetera (1900-1996), donó un par de sábanas a modo de mortaja con las que se enterró a los vecinos.[2] Los restos mortales de José y Florentino descansan en el cementerio de Castielfabib...


Obituario rinconademucense, restos de la iglesia conventual de San Guillermo en Castielfabib, en cuyo descombro fallecieron los vecinos José Domingo Tortajada -de 42 años- y Florentino Díaz Martínez -de 20 años-: el día 20 de mayo de 1914 (Castielfabib, 2009).

Hubo un vecino en Torrebaja al que llamaban Antonio Esparza Esparza (1837-1920), alias el Obrero. Falleció el 30 de abril de 1920 -a los 83 años-, y le cabe la distinción de ser el primero que se enterró en el nuevo cementerio de Los Llanos. A tenor del año y la edad de fallecimiento podemos ver que nació en 1837; ese mismo año Valencia fue asediada por los carlistas, que estuvieron a punto de entrar en la ciudad, y el célebre escritor y periodista Mariano José de Larra se quitó la vida pegándose dos tiros... ¡Cuántas cosas del acontecer de nuestra comarca podría habernos contado el señor Antonio, de haberle conocido! Su esposa fue Blasa Gómez Asensio, que falleció en 1887 –a los 53 años-; esto es, un tercio de siglo antes que su esposo: su nombre figura en la misma lápida del marido, pero ella fue enterrada en el viejo cementerio de Santa Bárbara, ya desaparecido. Del señor Antonio se recuerda que era un hombre con muy buen humor, siempre estaba bromeando y –según dicen los que le conocieron- el talante lo mantuvo hasta los últimos momentos de su vida, pues se asegura que, cuando estaba en el trance de la muerte, días u horas antes de morir, indicó a sus hijos: Ponerme un trozo de magra en la boca..., ¡que me muera harto! –no sé si se lo pondrían, para mí que no; pero no puede negarse que era un hombre ocurrente-; y en apariencia, no le arredraba el aprieto que para la mayoría supone dejar este mundo.

Antonio Esparza y Blasa Gómez tuvieron tres hijos: Isidro, Ricardo y Cayetana Esparza Gómez. Isidro casó con una señora a la que apodaban tía Solfa, con la que tuvo dos hijos: Serafín y Amadeo. Serafín casó con Magdalena, con la que tuvo tres hijos: Pilar, Magdalena y Manolo. Amadeo marchó a América (USA), dicen si se juntó con la mafia y que traficaba con drogas; no sé con qué traficaría, ni si trabajó para la mafia, pero estuvo preso en San Quintín y luego fue expulsado del país, como persona no grata. A España entró por el puerto de Bilbao, y de allí se vino a Torrebaja, donde fue molinero y casó con Rosalía Manzano, de cuyo matrimonio no hubo hijos. 
 Ricardo Esparza (hermano de Isidro) casó con Antonia Gómez Luis y tuvo dos hijas: Clotilde y María (a) las Ricardas. Y Cayetana (hermana de Isidro y Ricardo) casó en primeras nupcias con uno al que decían Terremoto. Contra lo que pueda parecer, lo de Terremoto no era apodo, sino apellido. Pues su nombre completo era Antonio Terremoto Julián, natural de Puebla de Valverde (Teruel). Cayetana y el tal Terremoto no tuvieron hijos; él era albañil y falleció joven, al caerse de un balcón que estaba poniendo en Torrealta.. En segundas nupcias Cayetana casó con José Gómez (a) Dotor, con el que tuvo al menos cinco hijos: Antonio, José, Clotilde, Librada y Cayetano.
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Obituario rinconademucense, lápida correspondiente a Antonio Esparza Esparza (1837-1920) en el Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia), 2012.

El tío Casto –me refiero al señor Casto Licer Casinos (1893-1937)-, hijo de José y de Josefa, él de Alobras (Teruel) y ella de Torrebaja (Valencia), nació en Ademuz –el 3 de julio de 1893-, pero se asentó en Torrebaja, y aquí se casó. Su esposa fue la señora Clotilde Esparza Gómez (a) la Ricarda, con la que tuvo dos hijos –Pepe y Marina-, y murió en el hospital Provincial de Valencia –el 3 de enero de 1937-: víctima "de una bala perdida" que recibió en el frente de Villel... -al menos eso se comentó. Decía que falleció en Valencia, pero se halla enterrado en Torrebaja: cuando lo enterraron hubo presente una formación militar al pie de su tumba que disparó salvas en su honor, pues el señor Casto era un político muy conocido en la zona, de ideología socialista, perteneciente a la UGT... Personaje controvertido -al que  se describe como “alto y bien parecido”-, era propietario de una tienda de ultramarinos en la calle san Roque de Torrebaja, inmediatamente por debajo de la Posada "José Gómez", más conocida como  "Posada de la Cayetana". Mucha gente del pueblo asistió al entierro, pues su muerte fue muy comentada; mientras unos decían que había sido accidental, otros afirmaban que fue intencionada. De hecho será difícil averiguar lo realmente sucedido, pero lo cierto es que tenía partidarios y detractores, incluso dentro de su agrupación.

Según sabemos, el señor Casto salió de su casa de madrugada, junto con otros –dicen si periodistas y políticos venidos de Valencia-, para visitar e informar sobre esta parte del frente de Villel (Teruel). Estando por Cascante recibió por detrás un balazo en la cabeza o el cuello. Mal herido como estaba lo trajeron a Torrebaja, desde donde lo llevaron al Hospital Provincial de Valencia. Pero fue traído de nuevo, ya cadáver… Fuera como fuese lo de su muerte, sucumbió por arma de fuego y su entierro fue muy concurrido. Cuando lo enterraron, justo en el momento de meter el cajón en el nicho, hicieron una descarga de honor: ¡Carguen armas, apunten, fuego!, y dispararon al aire... -eso me comentaba Manuel (a) Varela, me refiero al señor Manuel González Tregón (Torrebaja, 1928), que estuvo presente-. La milicia que lanzó las salvas estaba acuartelada en el torreón de Los Picos, les llamaban “Guardias de Etapas”. Los libros del Juzgado municipal no registran su inhumación, pero su Acta de Defunción consta en la Causa General, certificada por don Andrés Gallardo Ros, Juez de Primera Instancia e Instrucción, Encargado de su Registro Civil. Cuando falleció, el señor Casto contaba 44 años...[3]

Obituario rinconademucense, lápida correspondiente a Casto Licer Casinos (1897-1937) en el Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia), 2012.

Durante la Guerra Civil (1936-39) hubo en Torrebaja un Hospital de Sangre, se hallaba en la carretera de Cuenca a Teruel, en unas casas que el Comité requisó a Roque (a) el Manzanero –me refiero al señor Roque Tortajada Martínez (1890-1974)-: Sí, vinieron los del Comité y nos hicieron quitar nuestras cosas, las camas y todo lo que teníamos. Claro, nos echaron de donde vivíamos y nos dejaron una pequeña parte de casa en la planta baja, dos habitaciones que daban atrás y media cocina... –dice el señor Roque Tortajada Gimeno (Torrebaja, 1925-2009), hijo del Manzanero. El centro sanitario fue concebido como hospital de guerra, para atender a los enfermos y heridos del frente de Teruel, pero también acogía a los civiles, vecinos y desplazados. Su momento de mayor esplendor, por decirlo de alguna manera, fue cuando la toma de Teruel por los republicanos y la contraofensiva nacional, lo que conocemos como “batalla de Teruel”: entre diciembre de 1937 y enero de 1938. Entonces hubo muchos pacientes, unos heridos por arma de fuego, otros con miembros congelados y enfermos por las circunstancias de la guerra; en general hubo muchos, aunque no han quedado registros de los fallecimientos... A los que morían en el hospital los colocaban en un depósito que había en la parte posterior de la casa, donde el señor Roque guardaba el trigo: allí los tenían hasta la noche, momento en que los llevaban a enterrar al cementerio municipal. Al cementerio los llevaban en un furgón: El chófer del coche de muertos era uno de los hermanos “Mosquito”, Cayetano le decían... Sí, a enterrar los llevaban preferentemente por la noche, para que no se viera tanto... El hecho de llevarlos a enterrar por la noche puede ser por razones tácticas o por cuestión estratégica, para no desmoralizar a la población, ya estaba bastante acobardada. 

Sea como fuere, del depósito del hospital los llevaban a enterrar por la noche... Al principio iban los propios vecinos de Torrebaja, atendiendo a un orden de concejadas establecido por el Ayuntamiento, “puede que fueran casi todos los del pueblo, cada uno cuando le tocaba”; pero de otras fuentes sabemos que en aquellas listas figuraba preferentemente gente de derechas... Finalmente iban sólo soldados: Claro, iba el conductor y los ayudantes, para descargar a los muertos, porque el chófer no les tocaba... El joven Roque, hijo del Manzanero, fue alguna vez al cementerio, para ver los enterramientos: Recuerdo que una vez me fui con Cayetano, montado a su lado, para ver cómo los enterraban. Los camilleros los sacaban por detrás y los echaban en la fosa. Sí, con respeto, claro... Los cogían entre dos y los echaban al hoyo... Pero no siempre ponían cuidado; unas veces porque llevaban varios muertos y otras porque se les hacía tarde: Los muertos venían envueltos en sábanas..., los iban echando y luego los tapaban con tierra... En uno de aquellos viajes al cementerio iban de ayudantes los mellizos, hijos del tío Garroso; uno de los hermanos era sordomudo: No sé muy bien lo que pasó, pero parece le gastaron una broma con un muerto y (el mudo) salió pitando del cementerio, corriendo sin parar hasta el pueblo, y ya no quiso volver más... De otras fuentes sabemos que la broma fue del tenor siguiente: uno de los que iban se envolvió en una de aquellas sábanas de sudario, como si fuera un muerto de los que iban a sepultar, de forma que cuando el sordomudo fue a asirlo para echarlo a la fosa, aquel se levantó... El susto del mozo fue morrocotudo, de ahí que saliera echado chispas del cementerio y no quisiera volver más...[4]


Vista interior del Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia), 2012.
Carretera de Cuenca a Teruel, a su paso por Torrebaja (Valencia), frente a las casas donde se ubicó el Hospital de Sangre durante la Guerra Civil (1936-39), 2012.

            En relación con el Hospital de Sangre de Torrebaja existen muchas historietas, una de ellas se halla vinculada a Antonio (a) el Manco –me refiero al señor Antonio Blasco Blasco (Puebla de San Miguel, 1932)-, que siendo niño, por causa de un accidente en su pueblo con una caballería perdió un brazo, siendo intervenido en este centro. El señor Antonio nació en el segundo año de la República, hijo de Sebastián y de Victoria. Su padre se casó dos veces, con la primera mujer tuvo dos hijos y con la segunda cuatro, pero el último murió siendo niño: Yo soy el mayor de los que tuvo con mi madre... Acerca de lo que le sucedió, dice que un tío suyo que estaba labrando bajó a la fuente a abrevar las caballerías y a la vuelta se empeñó en que su sobrino montara: Yo no quería, porque tenía miedo de que me tirara, pero él me montó y subiendo por la calle Larga arriba me caí... Evocando aquellos momentos, el señor Antonio recuerda que llevaba puesto un jersey, que enseguida se le empezó a empapar de sangre, pues la herida era abierta: Cuando fueron a buscarme, yo no me dejaba tocar ni coger, sería por el dolor... Enseguida lo bajaron a Ademuz, que distaba dos horas de marcha por un camino de montaña: Pero el médico de allí, un tal don Felipe Navarro, no quiso o no pudo atenderme, no sé... 

El caso es que de Ademuz le llevaron a Torrebaja, donde estaba el Hospital de Sangre que llamaban, porque esto fue durante la guerra, en el año 1938, cuando Antonio tenía 6 añitos... En el hospital le curaron la herida y le pusieron un yeso en el brazo, encomendando a sus padres que vigilaran los dedos, no se le fueran a poner morados. Y con esta recomendación le enviaron de nuevo a Puebla de San Miguel: Pero yo tenía mucho dolor, no podía ni dormir, por los pinchazos que me daba la herida, hasta que se me pusieron las uñas negras... Lo bajaron de nuevo al hospital de Torrebaja y allí le dijeron que era gangrena, que tenían que amputarle el brazo. Pero antes debía dar su autorización el padre, que se hallaba en el frente; se lo habían llevado con los de la quinta del saco... Del hospital recuerda que estuvo en una habitación alargada, donde sólo había dos camas: la suya y la de una chica joven, de unos veintitantos años, que no paraba de quejarse: Todavía recuerdo los quejidos que daba la pobre... –contaba el señor Antonio. El caso era que si no le amputaban se moría; por eso le amputaron, pero él no recuerda de entonces verse sin brazo...[5]

Vista interior del Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia), 2012.

            Decía que en relación con el Hospital de Sangre de Torrebaja existían muchas anécdotas o historietas, prueba de ello es esta otra perla, basada en el testimonio de la señora Magdalena Cruzado García de Tormón (Teruel), la cual tuvo una hermana suya ingresada en el hospital de guerra, por causa de una grave herida en la cabeza; la herida se la produjo durante el bombardeo ocurrido la primavera de 1938. El argumento del testimonio fue aportado por la señora Trinidad Martínez Arnalte (Torrebaja, 1941), hija de Gregorio y Josefina. Resulta que en cierta ocasión iba la señora Trinidad en un autobús, procedente de Barcelona, adonde había ido por asuntos personales... En el asiento de al lado se puso una señora muy sociable y habladora, y comenzaron a conversar. Durante la charla la de Tormón le comentó a su compañera de viaje que tenía un pariente llamado Emilio, casado con una moza de Torrebaja, a la que decían Veneranda la Colasa. La conversación fue personalizándose y al enterarse que la tal “Trini” era hija de Gregorio Martínez Gómez, la mujer no sabía que hacerse, pues resulta que su familia siempre le había estado muy agradecida a su padre, por el interés que éste había demostrado con una hermana suya a la que decían Consolación, que había muerto en el Hospital de Sangre de Torrebaja cuando la guerra. 

Resulta que en un bombardeo que sufrió la localidad en mayo de 1938 ella estaba allí. Iba corriendo hacia un refugio, pero se detuvo para asistir a una mujer que cayó herida, cuando un trozo de metralla le penetró en la cabeza: Claro, la llevaron al hospital, y tu padre iba todos los días a verla, hasta que murió... –decía la señora de Tormón-: Siempre le estuvimos muy agradecidos en mi familia, porque si se enterró con cajón fue por tu padre... –de lo contrario la hubieran enterrado en una mortaja, probablemente en la fosa común. El relato de la señora Trinidad me conmovió, y en cuanto tuve oportunidad fui al registro civil del Juzgado de Torrebaja, para comprobar si existía rastro documental de la fallecida, y cuál no sería mi sorpresa cuando hallé su partida de defunción: Consolación Cruzado García, nacida en Tormón (Teruel) -en 1916-: hija de Ramón y Dorotea, fallecida el 17 de mayo de 1938, a consecuencia del bombardeo de esta población por la aviación nacionalista: Consolación era casada y tenía 22 años...[6]

Lápida correspondiente al nicho del señor Francisco Gómez Muñoz (a) Pachicho, que falleció el 12 de octubre de 1952, a los 74 años en Torrebaja (Valencia), 2013.
 

Los cementerios están llenos de historias, la mayoría de ellas tristes... Tal es la del tío Francisco el Pachicho –me refiero al señor Francisco Gómez Muñóz (1878-1952)-, que murió en Torrebaja -el día 12 de octubre de 1952- a los 74 años: Sus restos fueron inhumados en el cementerio local, en un nicho próximo al de su esposa e hija, que le premurieron. Los últimos años de su vida fueron para él de una gran aflicción, aunque no sabemos hasta qué punto fue consciente de su dolor. Vivía en la calle del Rosario, junto frente a la calle del Sol, por cuyo centro discurría un ramal abierto de la acequia de Castielfabib que regaba una parte de los huertos de La Porcal y Callejones. La vivienda era de buena fábrica, con planta baja, piso alto y cambra. Por un patio de la parte de atrás de la casa pasaba la acequia mencionada, algo que destacaba el valor la vivienda, pues entonces no había agua corriente en las casas y tener un curso de agua próximo era una bendición. En dicha casa se hallaba la oficina de farmacia de la localidad, pero el tío Pachicho no era farmacéutico, no: lo era su yerno, don Iñigo-Francisco García Monferrer (Mosqueruela, 1895), un turolense asentado en Torrebaja que había casado -en 1926- con su hija Antonia. Antonia era hija única, producto de su matrimonio con la señora Virginia Sánchez Garrido (1879-1946), una de las hermanas de mi abuelo Román. Durante la guerra el tal Pachicho padeció lo suyo, pues estaba aterrorizado con la idea de que lo detuvieran y mataran en cualquier cuneta, pues era persona de orden, gente conservadora y de derechas de toda la vida. El terror le venía de que se llevaron a su cuñado Román, a su yerno el farmacéutico, a don Antonio Hernández Montesinos (1882-1945) el médico, a don Francisco Valero Valero (1895-1936), el secretario del Ayuntamiento, y a varios vecinos más del pueblo. Todos volvieron, sin embargo, menos el secretario, que lo asesinaron en Paterna (Valencia) –el 8 de diciembre de 1936-.[7] 

El tío Pachicho tenía miedo de que se lo llevaran también..., aunque no se lo llevaron. Pasó la guerra y su hija Antonia Gómez Sánchez (Torrebaja, 1904) enfermó de tisis pulmonar y murió -esto fue el 24 de septiembre de 1942, cuando tenía 37 años-. La casa se vistió de luto y el farmacéutico se quedó viudo y sin hijos, quedando a su cuidado los suegros, el tío Pachicho y su esposa la señora Virginia, que falleció el día de la Virgen del Pilar de 1946, a los 67 años. La salud mental del tío Pachicho, que no debía andar ya muy entera, se resintió; por nada del mundo quería salir de casa. Andaba todo el día como huido y dicen que cuando le dirigían la palabra se escondía, diciendo: ¡Qué vienen, qué vienen...! –aludiendo a los que pensaba venían a buscarle. Así vivió los últimos años de su vida, hasta que falleció el mismo día que su esposa, seis años después... Don Francisco, el farmacéutico viudo, se quedó sólo, motivo que le decidió a marchar a Valencia, donde tenía familia: vendió la casa y las fincas de sus suegros y se marchó a un pueblo próximo a la capital, donde continuó ejerciendo de boticario. Que se sepa no volvió a casarse, y nunca más regresó a Torrebaja... Yo le conocí en el Centro Aragonés de Valencia, cuando tenía su sede en la calle Barcas: de esto hace ya muchos años, don Francisco era ya mayor entonces. ¡Me hubiera gustado preguntarle tantas cosas...! Además de lo relatado, tiempo después conocí que durante unos meses fue alcalde de Torrebaja (1939-39); su nombre figura en la placa de alcaldes del Ayuntamiento. Las lápidas que cubren los nichos de la familia del tío Francisco el Pachicho, de su esposa la señora Virginia y de su hija Antonia, se hallan al fondo, justo a la izquierda del pasillo central. No es porque sean familia lejana mía, pero a veces limpio los cristales de las lápidas, pues verlas llenas de polvo me produce congoja. Son de esas tumbas olvidadas, desatendidas, que ya nadie conoce ni recuerda...


Tumba-cruz en el Cementerio Municipal de Torrebaja (Valencia), correspondiente al señor Rogelio Soriano Cortés, fallecido el 18 de agosto de 1965, a los 68 años de edad (2013).
 
Dicen que la caridad es la reina de las virtudes del cristianismo, pues se basa en el precepto evangélico de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos... En cierta ocasión, de esto hace ya muchos años, estuve con mi esposa visitando a don Gabriel Sancho Marín (Los Santos, 1914), sacerdote jubilado, que había sido cura en Corcolilla de Alpuente, Casasbajas y Torrebaja. En Casasbajas todavía se le recuerda porque en su tiempo se adquirió una preciosa imagen del titular, San Salvador, me refiero a la “Transfiguración del Señor, San Salvador”. Estando en Torrebaja participó activamente en las obras de la iglesia nueva, siendo él quien en última instancia decidió la instalación del artesonado de la nave central, paradigma de belleza y buen hacer artesano en su género. Durante aquella visita en su casa de Valencia, donde vivía con su hermana y casera, la señora Majencia, me dijo: Cuando llegué a Torrebaja, la única cristiana que encontré fue doña Visita... –se refería a Visitación Navarro Ruescas, una hija de don Felipe Navarro Artigot, célebre médico de Ademuz. El sacerdote achacaba la descristianización de Torrebaja a los muchos años que había estado sin iglesia, celebrándose los oficios religiosos en una nave de la carretera habilitada como tal, pues desde que demolieron el viejo por causa de la guerra, luego de intentar repararlo, el nuevo templo tardó años en construirse... 

Yo no sé si sería la única cristiana del lugar, pero sí que tenía fama de buena persona. La recuerdo como una mujer muy de misa, alta y delgada, ligeramente encorvada y con el cabello recogido, siempre vestida de oscuro. Doña Visita era viuda de don Antonio Hernández Montesinos (1882-1945), un "médico de espuela" que había ejercido en la localidad durante la guerra, y vivía en una casa estupenda de tres plantas, construida a principios de siglo en estilo modernista, con un gran mirador encristalado en la fachada principal... La casona se hallaba en la calle del Rosario, frente a la de Zaragoza, esquina con el callejón del Horno, y poseía un descubierto con un añoso ciprés y solanares por detrás. No puedo evocar su fisonomía, pero viéndola en una fotografía la reconocería de inmediato. Tenía un huerto en la partida de Los Callejones, allí mandaba hacer la hortaliza a su mediero, donde también había un “tilero” monumental...[8] Decía que no sé si sería buena cristiana, pero recuerdo una anécdota que hace al caso, relatada por una vecina, la tía Antonia la Tata –me refiero a la señora Antonia Tortajada Luis (1896-1981)-, y dice lo que sigue:
  • Doña Visita era una buena mujer, muy caritativa... En cierta ocasión se puso malo de morir Rogelio, el hermano de Josefa Soriano Cortés (1905-2000), que vivía en una casica muy humilde del callejón del Horno, pues era gente pobrecica, aunque habían tenido. Sí, la Josefa se juntó después con uno de Riodeva al que decían Melchorín... El caso fue que Rogelio se puso tan malo que dijeron que de esa noche no pasaba, tanto que estaba a punto de morir, y ya se la daba por muerto. Doña Visita, que era vecina suya se enteró y a la mañana siguiente muy temprano, lo primero que hizo fue prepara un caldico de gallina que tenía con algo sólido y lo llevo a casa de Rogelio, para que lo tomaran los que habían estado velando al enfermo, al que ya imaginaba en el cajón, de cuerpo presente. Llevó las viandas en una bandeja y cuando llegó a la casa, que solía tener la puerta abierta, comenzó a llamar: ¡Josefa, Josefa...! así varias veces, hasta que alguien, con voz de ultratumba dijo: Josefa..., ¡mira a ver quién llama...! –Doña Visita reconoció la voz del Rogelio, al que daba por difunto, y se dio un susto de muerte. Dejó caer la bandeja con el caldo, las tazas y demás en la entrada, y sin mirar atrás echó a correr hacia su casa... Según parece el moribundo Rogelio se recuperó del trance, aunque duró poco, pues falleció poco después... –el 18 de agosto de 1965, a los 68 años-: una lápida de mármol blanco en forma de cruz, con un retrato del muerto conmemora su defunción. Doña Visita murió años después -el 21 de agosto de 1971-: sus restos descansan junto a los de su hijo, don Joaquín Hernández Navarro (+1992), médico, en el Cementerio Municipal de Los Llanos de Torrebaja (Valencia).

Vista de Torrealta-Torrebaja (Valencia), desde la ribera del Turia (2012).


El señor Provencio –me refiero a Francisco Provencio Garrido (Torrealta, 1924)-, hijo de Heliodoro y de Ángeles, es el cuarto de cinco hermanos: Antonio, Rafael, Heliodoro, Francisco y Manuel, de los que sólo quedan él y Manuel, que vive en Valencia. En cierta ocasión le hice una entrevista y me contó que en su juventud había sido “lucero”, de los que se encargaban de dar y quitar la luz en los pueblos, y de arreglar las averías, cuando se producían: las subidas y bajadas de tensión y los apagones eran entonces frecuentes. ¿Cómo es que te hiciste “lucero”? –le preguntaba en aquella conversación-. Resulta que cuando vine de la mili, allá por el año 1946-47, yo quería hacerme forestal, por aquello de salir del pueblo y hacer mi vida... Pero su hermano mayor le convenció de que no le convenía, “porque estaría siempre sólo por el monte”. De ahí que le buscase un puesto en la “Teledinámica Turolense”, como electricista en Torrealta, Mas de Jacinto, El Ventorro y la Masadica de los Mudos. 

Él señor Provencio no entendía nada de electricidad, ni le dieron ningún cursillo sobre la materia: Me compré algunos libros y fue aprendiendo sólo... Entró a trabajar en lo de la luz porque la plaza quedó vacante, pues el que hacía de “lucero”, un tal Antonio Martínez el Patricio de Torrealta, falleció: Sí se suicidó agarrándose a los cables de alta tensión en el transformador de Mas de Jacinto... Por aquella época estaba de “lucero” en Torrebaja el tío Ricardo el Mosquito -me refiero al señor Ricardo Hernández Luis (1911-2000)-; y su misión era dar la luz cada día al atardecer y por la mañana quitarla -el transformador estaba en una loma que hay antes de llegar a Mas de Jacinto, todavía persiste el edificio-: allí entraban las líneas de alta tensión de Castielfabib y Teruel, y salían dos líneas de baja tensión, una para Mas de Jacinto y El Ventorro otra para Torrealta y Mas de los Mudos. Al atardecer, Paco iba a darla, subía por El Ventorro, donde el puente de las Casas de Angelina y seguía por la casa de Simón, que entonces era de don Valentín Alegre Martín (1884-1956), el cura; y por la mañana subía su padre a quitarla.[9]

Vista de Torrealta-Torrebaja (Valencia), desde la ribera del Turia (2012).

El día que sucedió lo de Antonio se produjo un apagón, y como el “lucero” no aparecía, subieron al transformador y le encontraron allí, carbonizado: Sí, subió por la mañana a quitar la luz y se agarró a los plomos y murió... Claro, como se hacía la hora de comer y no bajaba, fueron al transformador y allí estaba; del chispazo que dio salió despedido y se produjo el apagón... Nunca se supo con certeza el motivo del suicidio, pues Antonio era un chico joven, de veintipocos años, alto y bien plantado, lleno de salud, lo que se dice un mocetón; aunque algo apocado de carácter. Lo enterraron en el cementerio de la aldea. Antonio era el hijo mayor de sus padres –Antonio e Isabel- y fueron cuatro hermanos: Antonio, Isabel, Pedro y José. 
Albañil de profesión, el padre trabajaba en La Azufrera de Libros; era buena persona, pero le perdía el juego, pues había semanas que se jugaba a las cartas lo que había ganado y bajada a su casa sin nada... Antonio no dejó ningún escrito explicando por qué tomaba aquella decisión, pero todo el vecindario sabía que su padre lo incordiaba constantemente, echándole en cara que otros a su edad cobraban el doble de su jornal –el descrédito del padre y la constante humillación que sufría pueden estar en el origen del suicidio, pero esto no son más que conjeturas. 
Lo único cierto es que se suicidó, dejando a la familia destrozada... Pienso que no se debe, ni se puede juzgar a quien comete suicidio, al menos yo no lo haré. Creo que la decisión de abandonar este mundo debe estar motivada por un dolor moral o espiritual tan grande que la vida se les hace insoportable. La única salida entonces es escapar por el callejón oscuro de la muerte... Pero esto no es más que una frase literaria; en realidad no sabemos cómo será este tránsito, si será sombrío o estrecho, ni si será calle, calleja o callejón. Pero debemos reconocer que a algunos seres humanos la vida se les hace insoportable, y en un momento dado la dejan y escapan...

          






[1] CARRASQUER ZAMORA, José (2011). Los comienzos de la electricidad en Teruel (1889-1936), Edita Fundación Teruel, Siglo XXI, Teruel, p. 50. SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. José Carrasquer Zamora y los comienzos de la industria eléctrica en Teruel y Castielfabib, en Desde el Rincón de Ademuz, del lunes 17 de octubre de 2011.
[2] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo (2001). Aproximación a la Historia del Convento de San Guillermo en Castielfabib..., Valencia, p. 105. ID., Dos momentos cruciales en la Historia del Convento de San Guillermo de Castielfabib, en Del Paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2009, vol. III, p. 342. ID. Iconografía funeraria en el cementerio de Torrealta (Torrebaja), en Desde el Rincón de Ademuz, del sábado 31 de marzo de 2012.
[3] ID. Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2009, vol. III, p. 181 y 505.
[4] ID. El Hospital de Sangre de Torrebaja durante la Guerra Civil Española, en Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz., Valencia, 2009, vol. III, pp. 85-94.
[5] Ibídem, p. 92.
[6] ID. Acerca del bombardeo de Torrebaja del 22 de noviembre de 1983, en Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2009, vol. III, pp. 17-33, 93 y 511.
[7] ID. Don Francisco Valero Valero (1895-1936), secretario del Ayuntamiento de Torrebaja, asesinado en Valencia, en Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, 2011, vol. IV, pp. 93-101. 
[8] ID. El tilo de Los Callejones, un árbol centenario en Torrebaja (Valencia), en Desde el Rincón de Ademuz, del jueves 13 de junio de 2013.
[9] ID. Francisco Provencio Garrido, natural y vecino de Torrealta (Torrebaja), en Desde el Rincón de Ademuz, del sábado 10 de diciembre de 2011.

4 comentarios:

mariano dijo...

Gran artículo amigo Alfredo y muy documentado con entrevistas a mucha gente y exclentes fotos.¡Cuanto saber hay encerrado en nuestros mayores !Tenemos la gran suerte algunos, entre los que nos encontrmaso ambos , que nos ha gustado aprender de ellos y transmitir esos conocimientos, que de otra forma se perdererían.Gracias por compartir conmigo esos saberes y ¡enhorabuena por este neuvo trabajo del Rincón de Ademuz que tantas cosas comparte con Salvacañete!
Un fuerte abrazo.
Mariano

ALFREDO SÁNCHEZ GARZÓN dijo...

Amigo Mariano: gracias por tu comentario, siempre tan acertado... Con independencia de la calidad del artículo, comparto contigo la idea de que somos unos privilegiados, al tener la posibilidad de recopilar toda esta pequeña-gran información que nos viene dada de nuestros predecesores, y que de otra forma se perdería irremediablemente: quizá no sea un saber trascendental, pero sin duda que nos ayuda a conocernos mejor... Un abrazo.

Óscar Pardo de la Salud. dijo...

Alfredo como siempre un placer leer tus artículos, por lo trabajados, documentados, y por la pasión que le pones a todo aquello relativo a esta preciosa comarca que es el Rincón de Ademuz.
Un abrazo muy grande.

ALFREDO SÁNCHEZ GARZÓN dijo...

Amigo Oscar: gracias por tus palabras, eres muy amable y tienes razón en lo que dicen de que pongo pasión en todo lo relativo a nuestra comarca, porque todos los temas son apasionantes. Lo cierto, sin embargo, es que procuro poner pasión e ilusión en todo lo que hago, porque es la mejor forma de disfrutar de la vida. Un abrazo.