viernes, 28 de octubre de 2016

DON JOSÉ DOMÉNECH BARDISA (Alcoy, 1980) , SACERDOTE.


Conversación con el párroco del Rincón de Ademuz.




“Mira, donde yo comencé a conocer a Dios fue en mi casa,
en la forma en que mis padres se querían y
nos querían a mí y a mis hermanos, y en la forma en que nos hablaban de Dios.”
-del contenido textual-.




A modo de introducción.

Durante mi infancia en Torrebaja, años cincuenta y primeros sesenta del pasado siglo, hubo varios sacerdotes. En aquella época había muchos niños en el pueblo, algunos eran monaguillos y yo también quise serlo. Se lo dije a mi madre y una mañana me acompañó a ver al cura, lo era don Pedro-Manuel Miguel Benedicto: Don Pedro, que mi hijo quiere se monaguillo –le dijo ella-. Don Pedro me miró –recuerdo que era un hombre alto y corpulento, con el flequillo terminado en punta- y me preguntó: ¿De verdad quieres ser monaguillo? –y como le dijera que sí, me puso la mano sobre la cabeza y dijo: Pues ya lo eres, mañana ya puedes venir a ayudar... –esto fue hacia finales de los años cincuenta, tendría yo sobre ocho años-.

En aquel tiempo las misas eran en latín, se celebraban de espaldas al pueblo, y en cierto momento había que trasladar el evangelio de un lado al otro del altar –un libro y un atril que pesaban lo suyo-; y en el momento de alzar a Dios se le levantaba la casulla al celebrante, al tiempo que se hacía sonar una campanita. Después de don Pedro estuvo don Salvador Plá, al que sucedió don Gabriel Sancho Marín, el verdadero cura de mi infancia, al que recuerdo con afecto.

Disculpen la personalización, pero hablando de curas no he podido evitar la referencia, para constatar que el cambio de época ha llevado consigo una mudanza de enorme trascendencia en la mentalidad. Sin duda que la mayoría de curas de entonces lo fueron por vocación, otros lo serían como una forma de formarse y salir adelante en la vida. Pero los de hoy son otra cosa, nada que ver con los de mi infancia: Además de vocación la mayoría posee una gran formación, y calidez humana. Aunque ésta es una cualidad intemporal.

Don José –me refiero a don José Doménech Bardisa (Alcoy, 1980)- párroco del Rincón de Ademuz, lleva dos años de cura en estas parroquias, pero hasta ahora no había tenido oportunidad de entrevistarle. Le conocía de vista, sin haber hablando nunca con él. Bueno, me lo había presentado mi mujer, íbamos nosotros paseando en bicicleta por la orilla del Turia –por la margen izquierda, entre el puente de Guerrero y el del Botiar-, y él iba corriendo, digamos haciendo footing. Este había sido nuestro primer contacto, el único hasta ese momento.

A principios de agosto vino a celebrar la misa dominical a Torrebaja, aproveché para saludarle y solicitarle una entrevista, así que después de la misa me acerqué a la sacristía y se lo propuse. Le pareció bien; quedamos para hacerla más adelante, ya que él estaba muy ocupado por entonces, con las celebraciones de las fiestas patronales en cada localidad. El nuevo cura me pareció una persona cercana –asequible, próxima, sonriente- de las que hacen caso a los demás, carismas que debieran ser intrínsecos a todo sacerdote, pero que no siempre es así. La conversación la tuvimos en mi casa, una tarde de mediados de octubre, mientras tomábamos una taza de té y fue del tenor siguiente.



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Don José Doménech Bardisa (Alcoy, 1980), párroco del Rincón de Ademuz, Valencia.

Contenido de la entrevista.

– José, comencemos por el principio, cuéntame algo de tu infancia, de tus padres, ¿dónde y cuándo naciste, tienes hermanos...?
  • Nací en Alcoy, Valencia, el miércoles 19 de marzo de 1980... Verás, mis padres tenían idea de llamarme Pedro, pero como nací el día de san José no quisieron quitarme el nombre del santo del día. A mi madre la llaman María José y a mi padre Luis. En mi familia hay mucha tradición de “Pepes” y “Josés”, por eso mi madre no quería que llevara sólo su nombre, y me inscribieron como José Luis Doménech Bardisa. Al mes, cuando me bautizaron, se acordaron sólo de José, y así figuro como bautizado. En casa siempre he sido José, en los sitios oficiales José Luis, pero todos me dicen José... Somos tres hermanos -dos chicos y una chica-: yo soy el del medio... Alcoy es un pueblo muy grande, una ciudad de sesenta mil habitantes, allí hay muchos colegios. Yo fui a las “Carmelitas Vedrunas”, el colegio estaba cerca de mi casa, allí fuimos los tres hermanos. Sí, es un colegio religioso, concertado... Tuve una infancia normal: Si en tu casa te quieren y las cosas van bien, creces bien. Tuve también una buena formación, y buenos amigos. Mis recuerdos de infancia son los de un niño feliz... Claro que recuerdo a mis amigos de entonces, pero sólo los veo de vez en cuando. La vida te va distanciando, cada uno toma su camino y les pierdes el rastro, no sabes dónde paran. Claro, hace mucho tiempo que me marché de Alcoy -tenía yo 18 años-; y cuando voy es a ver a mi familia... Al marcharme a Valencia ya no volvía todos los fines de semana, me quedaba allí estudiando, y fui perdiendo el contacto.

Cuando dice de las “Carmelitas Vedrunas” se refiere a las “Hermanas Carmelitas de la Caridad Vedruna”, una congregación católica femenina dedicada a la educación cristiana de la juventud y a la asistencia hospitalaria, fundada por la religiosa española Joaquina Vedruna (1783-1854), a comienzos del siglo XIX (1826).


– Antes de seguir adelante, dime algo más de tu familia, ¿a qué se dedican tus padres...?
  • Mi padre es arquitecto y mi madre estudió filología hispánica; ella trabajó un tiempo dando clases hasta que nacimos nosotros, que fue cuando se dedicó al cuidado de la familia y de la casa. Un trabajo muy importante que no siempre está valorado adecuadamente en esta sociedad. Sí, además de necesario es muy importante... Yo agradecía mucho volver a casa y encontrar a mi madre, poder contarle lo que había hecho en clase, hacer los deberes con ella... Porque volver a casa y no encontrar a nadie debe ser triste, y es lo que les ocurre a muchos niños. Claro, esto fue así porque con el trabajo de mi padre había suficiente, ello permitió que nuestra familia creciera bien. Pero esto no es posible en todas las familias, en muchas en necesario que trabajen los dos, lo que puede favorecer que los hijos se críen a la intemperie... Sí, uno descubre el trabajo que lleva el cuidado de la casa cuando se marcha de casa de los padres, tener que comprar, guisar, limpiar, mantener ordenada la casa es un trabajo enorme: Yo lo descubrí cuando comencé la universidad, hasta entonces me había dedicado a ensuciar ropa y echarla en el cajón de la ropa sucia, luego aparecía limpia y planchada en el armario. Te das cuenta de que el cajón solo no funciona, aunque yo cumplo mi parte de echar la ropa... Ahí es donde descubres lo que es llevar una casa. Tengo muchos recuerdos de la infancia, pero no sabría destacarte ninguno en particular, tendría que pensar en relación a qué... Recuerdo la muerte de uno de mis abuelos, cuando tenía yo 16 años, aunque entonces yo ya no era tan niño... Sí, he sido siempre feliz, de niño, de adolescente y ahora de joven, me he considerado afortunado y he sido enormemente feliz. No recuerdo ninguna etapa de mi vida que no fuera feliz, lo fui de niño en el colegio, en el instituto, en la universidad, en el Erasmus, en el trabajo, en el seminario: Ahora en mí ministerio en el Rincón de Ademuz también soy feliz. No sé si tengo capacidad para la felicidad, tampoco es un propósito que uno se hace, quizá sería mejor decir que estoy contento, esto siempre es bueno, es un rasgo, una señal de felicidad... San Pablo insistía mucho en esto: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito, estad alegres...”. Lo dice en su carta a los Filipenses, y lo manda en imperativo: Estad siempre alegres... Y lo dice también en carta a los Tesalonicenses: “Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión...”: Son tres grandes consejos que todo cristiano debe seguir. Esto no es algo opcional para el cristiano, es una obligación y una necesidad: necesitamos estar alegres, necesitamos orar y dar gracias. En estos consejos se resume de cierta manera lo que es ser cristiano...


– ¿Qué recuerdas de la escuela, del instituto, hubo algún profesor o profesora que te impactara especialmente?
  • Nombrar sólo a uno no sería justo... Recuerdo con cariño a las hermanas Carmelitas que nos daban clases en los distintos cursos -hermana Teresa, hermana Manolita, hermana Isabel...-, fueron varias, y a la hermana Concha que estaba en la portería, venía a los campamentos, ayudaba en la cocina... También había profesores que no eran religiosos, que me ayudaron mucho; en sexto, séptimo y octavo tuve de tutor a José Luis Briet, profesor de matemáticas. Con él hice buenas migas, había mucho entendimiento entre nosotros, tanto que cuando me confirmé le pedí que fuera mi padrino. No tenía preferencia por ninguna asignatura en particular, todas se me daban bien, aunque siempre me han gustado más las ciencias: las matemáticas, las ciencias naturales... En el instituto tuve también buenos profesores, pero el cambio de ambiente fue notable. Seguía viendo a mis amigos del colegio por el equipo de baloncesto que teníamos, pero el instituto era otra cosa: profesores nuevos, situación nueva. Sí, todo esto en Alcoy, allí hay varios institutos, es un pueblo muy grande, una ciudad bonita, con sus barrancos y sus puentes, el doble de grande que Teruel; la ruta del modernismo pasa también por allí... Tiene también fiestas muy hermosas, no sólo los “moros y cristianos”; por ejemplo, la cabalgata de reyes es muy bonita, y más antigua... Parece que esté haciéndote las alabanzas de Alcoy, pero no es esto, tampoco lo necesita... Claro, como te decía, el cambio del colegio al instituto fue muy grande, ten en cuenta que al colegio entré con tres años y salí con catorce, a esa edad es toda una vida. Pero cada cambio supone hacer nuevas relaciones, ver cómo son los profesores, el ambiente... Además, son años en los que un niño está cambiando mucho, de los catorce a los dieciocho, el paso de la infancia a la adolescencia y primera juventud. A esa edad los chicos empiezan a pensar en lo que van ha hacer, se abre un horizonte nuevo, las distintas carreras entre las que elegir... Sí, en el instituto hice también amigos, pero al ser menos años que en el colegio la relación fue distinta, y conservo más relación con los del colegio. En ello influyó, además de un mayor tiempo de relación, el equipo de baloncesto, los entrenamientos y el partido fin de semana, los campamentos y el grupo juvenil. En los años de instituto empecé a pensar en lo que quería hacer. De pequeño quería ser veterinario, porque me gustaban mucho los animales. Mi madre recuerda que en esa época, con quince años, le pregunté si me haría sacerdote, y ella me contestó que para eso había que estudiar mucho, y me puso como ejemplo a un tío-abuelo nuestro, que era cartujo en Aula Dei de Zaragoza, y todos los años íbamos verle... Pero aquello pasó y no le volví a preguntar al respecto. Lo que sí tenía claro es que la rama sanitaria no me llamaba, no me veía capaz de hacer lo que había visto en algunos vídeos que nos ponían en el colegio. Claro, aquél tío abuelo del que te digo había estudiado Químicas, y trabajado durante un tiempo, pero con treinta y seis años lo dejó todo y se metió en la Cartuja, y allí estuvo toda su vida, murió hace unos años, el 30 de diciembre del 99. También me atraía lo de ser ingeniero de caminos, que es lo que finalmente hice, y me marché a la politécnica de Valencia...


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Don José Doménech Bardisa (Alcoy, 1980), párroco del Rincón de Ademuz, Valencia.


– Dejamos la vida del instituto en el pueblo y pasamos a la Universidad, en Valencia, ¿qué supuso ese cambio para ti?
  • El cambio fue sustancial, pero todo esto fue una evolución progresiva, porque esta orientación la tenía yo ya desde segundo y tercero de BUP, cuando eliges entre ciencias y letras y optas por unas u otras asignaturas... Yo seguí esa orientación y por eso elegí Caminos. Sí, era buen alumno, se me daban bien las matemáticas, y los estudios en general... Estamos hablando de 1998, tenía yo 18 años. La Universidad es un tiempo muy intenso, yo tuve que salir de Alcoy para ir a una gran ciudad como es Valencia, viví en un piso con mi hermano mayor que ya estaba allí estudiando Arquitectura. Después vino mi hermana... Claro, en el piso teníamos la responsabilidad de la compra, las comidas, la limpieza..., no solo ir a la Universidad y estudiar. También tuve que hacer nuevas relaciones, porque allí sólo conocía a mi hermano... De Alcoy fueron a Valencia otros compañeros, pero cada uno iba por su cuenta, ninguno estudió conmigo. Sí, con mi hermano me llevaba bien, todos los hermanos nos hemos llevado siempre muy bien. A Dios gracias, eso ha sido una bendición en casa... Tuvimos buena relación entonces, y la seguimos teniendo ahora. Para mí todo aquello era nuevo, los compañeros, las relaciones... Acostumbrado a las clases del instituto con cincuenta alumnos, llegas a la Universidad con aulas enormes, multitudinarias, en las que cabían casi doscientas personas, eso atemoriza un poco al principio... Allí no conocía a nadie, hasta que te vas abriendo y poco a poco consigues hacerte un grupo con el que tienes más afinidad. Al principio me ponía detrás, porque era imposible conseguir un asiento en los primeros bancos... Había gente que llegaba muy temprano y pillaba los primeros bancos; sobre todo los que venían de los pueblos con el autobús, estos llegaban muy temprano y cogían asientos para otros... Los que vivíamos en Valencia y llegábamos minutos antes de comenzar la clase teníamos que ponernos en los últimos bancos... Esto te obligaba a madrugar un poco más, así podías llegar antes y coger mejor banco. Pero no, en los primeros bancos no me he sentado nunca, porque nunca llegaba tan temprano ni me gustaba estar encima del profesor. Prefería estar a partir de la tercera o cuarta fila, así tienes mejor perspectiva de la pizarra, porque había cuatro pizarras: de lo contrario veías en relieve y era imposible tomar apuntes... En la Universidad muy bien, conseguimos hacer un grupo de amigos muy bueno, a algunos los he casado ya y bautizado a sus hijos; claro, soy el cura del grupo... Fueron años muy buenos, de crecer y disfrutar con los estudios, de superarse, porque son difíciles realmente, y exigían un esfuerzo que había que hacer. Las cosas que te exigen un esfuerzo te hacen también crecer...


-- Me decías que el último año de carrera hiciste un Erasmus, ¿cómo fue ir a Trento, la famosa ciudad conciliar?
  • La experiencia fue muy buena, estupenda, y Trento es una ciudad preciosa, muy bonita... Lo de elegir Trento fue porque su Universidad es de las mejores de Italia. A Caminos en Valencia vienen muchos alumnos de todas partes del mundo a acabar sus estudios. En la Universidad de Valencia hay muchos Erasmus en todas las facultades, también mucha fiesta y poco estudio, porque la fama de este curso es de fiestas y juerga, y bien ganada por un alto porcentaje de alumnos. En cierta ocasión, estando en cuarto de carrera, mis padres me plantearon la posibilidad de irme de Erasmus. Pero por la razón de la mala fama que tenía no me apetecía marcharme un año fuera y tener que volver a España para cursar de nuevo las mismas asignaturas, y terminar la carrera. Tampoco me parecía que pudiera acabar el año siguiente... El caso es que se hizo la subasta de plazas entre los que se habían apuntado, pero en Caminos siempre sobraban plazas. Cuando vi el listado me picó el gusanillo y empecé a buscar información. Me entrevisté con el responsable de relaciones internacionales de mi facultad, el profesor que había establecido los convenios con las universidades extranjeras y demás. Cuando le pregunté por Trento me habló muy bien, había tres plazas en Trento: Ese año fue considerada la mejor de Italia... Personalmente me apetecía más Roma -porque ya había estado con mis padres y hermanos y me gustó mucho-; pero hubo varias cuestiones que me llevaron a pedir Trento. Descubrí que allí había ido un alumno que había hecho justo lo que yo quería hacer -las asignatura de quinto y la posibilidad del proyecto fin de carrera-: Porque a la hora de las convalidaciones, si ya se lo han convalidado a alguien es más fácil que te lo convaliden, pues ya se hizo el estudio en su día, la comparación de programas y todo lo que ello conlleva. Cuando me dieron la plaza fue como si no me lo acabara de creer, tenía la plaza pero podía perfectamente no ir... El caso es que me fue muy bien el curso, aprobé todo y eso me animó. Lo de irme a Trento fue el curso siguiente, 2004-2005.... Yo siempre he animado a la gente a hacer el Erasmus, no por las fiestas sino por la experiencia que supone. En ese año las decisiones se te plantean más abiertas... Las decisiones que tienes que tomar te van marcando el camino, te ayudan a crecer, o decrecer, según las elecciones. Porque las decisiones y los actos tienen consecuencias. Vas viendo tu grado de madurez, pues allí no hay nadie que te controle... De hecho, lo que ha sido el Erasmus sólo se ve al regreso, cuando vuelves y ves lo que te ha quedado de ese año... A mí me fue muy bien, por el enriquecimiento personal que me supuso; además, acabé las asignaturas y el proyecto fin de carrera, aprendí italiano, conocí a gente de muchos lugares, viajé, hice deporte, esquié..., con la gente de allí y con extranjeros de cualquier parte del mundo, personas que se encuentran en la misma situación que uno, situación que se presta más a compartir. Relaciones de este tipo resultan muy enriquecedoras para cualquiera.

En el ranking de las universidades del mundo -World University Rankings (2009)-, la de Trento fue una de las pocas universidades italianas de eso elenco, situándose entre la cuatrocientos y la quinientos.


-- ¿Dónde viviste durante tu estancia en Trento?
  • Estuve en un piso con gente de otros lugares: italianos, un español, un chino, un indio... En Trento hay una asociación (Ópera Universitaria di Trento) a la que puedes solicitar alojamiento. En el piso donde yo estuve éramos todos estudiantes de ingeniería, básicamente porque teníamos más cerca la Facultad de Ingeniería... Había pisos de chicos y pisos de chicas. En el piso todos éramos extranjeros, porque los italianos vivían en la ciudad o se marchaban a sus lugares de origen. Tuve suerte, conseguí concentrar todas las asignaturas en el primer semestre, excepto una, y me centré en sacarlas. Había que estudiar, pero superé las materias con bastante facilidad. Allí hacía bastante frío en invierno, y con doce bajo cero tampoco te apetece mucho salir, ni hacer deporte. En verano hacíamos excursiones en bicicleta, por tres euros podías alquilar una para todo el mes, aquello es muy bonito, el valle del Adige -Adigio en español- es un valle precioso rodeado de montañas con nieve la mayor parte del año, son los Alpes pero la ciudad está a sólo doscientos metros sobre el nivel del mar. Hacen un vino blanco muy bueno, parecido al ribeiro gallego, también son famosos los quesos, los yogures y las manzanas, manzanas que se venden en España... Yo voy de manzana a manzana: De las de Trento a las del Rincón de Ademuz. El valle de Trento ya te digo que es muy bonito, desemboca en dirección a Verona, por donde el lago di Garda, que también es muy hermoso, entre altas montañas que descienden a pico... Estuve en los carnavales de Venecia, que queda al lado, en Roma, Florencia y otros lugares. Estudiar estudié, pero no todo fue estudio, también me lo pasé bien, viajé y conocí gente. Claro, una vez que sales es importante conocer el país, no sólo la ciudad donde estás. Por eso yo siempre he animado a la gente para hacer el Erasmus, pese a la mala fama que tiene de fiestas y juergas. A mí me sirvió para encontrarme a mí mismo, para saber adonde iba y lo que quería... Si eliges lo que debes antes que lo que quieres estarás más tranquilo, disfrutarás más y te evitarás remordimientos futuros. Porque yo había ido a Trento con un propósito determinado, y lo mínimo que podía hacer era intentar conseguirlo.


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Don José Doménech Bardisa (Alcoy, 1980), en Perú (2009).


-- Acabas el Erasmus en Trento y vuelves a Valencia, ¿qué hiciste a partir de ese momento?
  • Bueno, cuando terminé el curso en Trento regresé a Valencia, y presenté el proyecto fin de carrera... Yo tenía un expediente académico mejor o peor, pero carecía de experiencia. Hice un currículo y lo entregué en una feria de empleo que se celebró por entonces en el Politécnico. Me llamaron de varias empresas y me hicieron ofertas, yo elegí la que más me interesó, porque ya te digo que entonces había mucho trabajo, por eso pude elegir... El hecho de haber acabado la licenciatura en un plazo relativamente breve, en relación a la media; y el conocer idiomas por haber estado en el extranjero pudo tener su influencia. No, por aquella época todavía no había estallado la burbuja. La empresa para la que trabajé tenía la contrata de la CV-35: Lo que es la pista de Ademuz... Parece que el Señor ya me encaminaba hacía aquí –comenta riendo-; y es que el Señor no para de darnos pistas, sólo hay que estar atentos. En la empresa que me contrató estuve dos años, trabajé mucho, hasta setenta horas semanales, porque había que trabajar mucho. Tuve muy buenos compañeros y el trabajo lo hacía a gusto, disfrutando. Estando allí recibí ofertas de otras empresas, incluso doblándome el sueldo. Yo no quería irme, aunque entendía que podían pagarme más por mi trabajo, ya que otras empresas lo valoraban en el doble. Otro compañero que había comenzado en la misma época que yo sí se marchó a la otra empresa. Yo aproveché para negociar una mejora del sueldo, pero esto medio año antes de la fecha que tenía previsto marcharme. La empresa aceptó y me aumentó el sueldo de forma sustanciosa. Cuando llegó el momento hablé con el delegado regional de la empresa y se lo dije. Puso una cara de disgusto que no veas, pues era el mismo con el que había negociado el aumento del sueldo. Pero cuando le dije que era para entrar en el seminario le volvió a cambiar el gesto, parece que se alegró, porque se puso más alegre y dicharachero. Me contó que esto ya le había pasado en otra obra, que un ingeniero se le había ido al seminario. Claro, entendió que yo no pretendía nada de lo que él se imaginaba, un nuevo aumento. Poco antes de marcharme mi jefe directo me dijo que se casaba con una compañera de trabajo que había conocido en la empresa, yo aproveché la confidencia para hacerle saber que pronto me marcharía. Cuando le dije que era para entrar en el seminario, me contestó: No me sorprende... Sé que esto puede resultar incomprensible para algunas personas. Mis compañeros reaccionaron bien, cada cuál a su manera, pero con mucha humanidad. Y cuando llegó el momento me marché –esto fue el 27 de julio de 2007- y entré en el seminario... Bueno, durante el mes de agosto hice el Camino de Santiago, desde Roncesvalles hasta Santiago: De Roncesvalles salimos mi hermano, un amigo mío y yo. Y en León se nos unió mi hermana y nueve amigos más... Hicimos una peregrinación de ochocientos kilómetros; yo la recomiendo mucho, resulta muy enriquecedora... En septiembre de ese año entré en el Seminario Mayor de Moncada, en Valencia.


-- Entonces, ¿cómo explicarías tu proceso de conversión hacia la fe, y tu decisión de ser sacerdote?
  • Para explicar y comprender esto hay que hacer un flash back y volver a hablar de mi familia, del ambiente en el que nací y me crié, y de tantas otras cosas... En el Día del Seminario a los seminaristas nos ocurría muchas veces que íbamos a parroquias y teníamos que dar testimonio de nuestra fe, de nuestra vocación. Yo elegía explicar a los demás cuál había sido mi proceso particular. Porque pienso que lo que hemos recibido gratis, gratis debemos darlo –no se puede guardar para uno-: Eso nos dice el Señor... Está claro que no todo el mundo puede entender esto como el que lo ha vivido en primera persona. Porque muchas veces faltan las palabras para ciertas cosas, incluso las imágenes pueden resultar pobres para explicar una experiencia. Mira, donde yo comencé a conocer a Dios fue en mi casa, en la forma en que mis padres se querían y nos querían a mí y a mis hermanos, y en la forma en que nos hablaban de Dios. Digamos que mi conocimiento de Dios fue connatural, no a través de la parroquia, el colegio o un movimiento religioso, sino a través de mi familia. Creo que esto es una de las cosas más hermosas que un hijo puede decir de sus padres. Claro, y en cómo te hablan de Dios, con ese cariño... He vivido desde niño en un contexto en el que la fe era algo normal, nada esforzado. No, ya te digo que no pertenecíamos a ningún movimiento religioso, íbamos a misa los domingos, sin más vínculo con la parroquia. Tampoco hemos pertenecido a ningún movimiento religioso, a ninguna comunidad. En Alcoy hay varias parroquias, nosotros íbamos a la que mejor nos iba por el horario, unas veces a una y otras veces a otra. No teníamos ningún vínculo fuerte con una en particular. A mi me bautizaron en “Santa María” de Alcoy, allí tomé la primera comunión y me confirmaron. Pero ya te digo, San Mauro nos cogía más cerca, asistíamos a una u otra según nos convenía por los horarios. Frecuentábamos varias parroquias, sin relación especial con ninguna de ellas... Pero lo de ir a misa el domingo era una cosa asumida por toda la familia como algo natural. Sí, en casa, después de la misa, solíamos hablar del evangelio del día, de lo que decía y su aplicación adaptada para nosotros cuando éramos pequeños, después fuimos creciendo... Podría decirse que los cinco –mis padres y nosotros- crecimos juntos en la fe. Sucede como cuando alguien da catequesis, que crece en la fe con sus alumnos. La fe no es algo inamovible, está vivo, crece o decrece con la persona...

Sigue explicando:
  • Esto está relacionado con aquella anécdota que te contaba antes, cuando tenía sobre quince años y le planteé a mi madre la posibilidad de ser sacerdote, y el hecho de mi tío-abuelo cartujo... Son cosas que a posteriori pueden ayudar a explicar y comprender una conducta, vivir la fe o refirmarla. A muchos chicos les sucede que cuando salen de su pueblo para ir a estudiar a la Universidad pierden el arraigo de su fe, porque se desconectan del ambiente de su lugar, de los grupos a los que pertenecían. Yo perdí el arraigo a Alcoy, porque al no vivir allí vas distanciándote de la gente, de los amigos, y es normal; pero no perdí el arraigo a la fe, y ello sin vincularme tampoco a ningún grupo. Aunque quizá me hubiera gustado... Mis compañeros de clase en la Universidad eran simplemente compañeros de clase: Unos se declaraban abiertamente ateos, otros creyentes... La mayoría de los compañeros era de Valencia, también los había de Murcia y otros lugares, pero casi todos de la capital. De éstos, los que habían tenido contacto y pertenecían a algún grupo o movimiento religioso -por el colegio o la parroquia- continuaban en su vínculo. Pero yo no lo tenía, más que en mi familia... A veces tardaba meses en ir a Alcoy, y no veía a la familia, pero continuaba yendo a misa todos los domingos. Ya más avanzada la Universidad, en época de exámenes iba a misa diaria, me levantaba temprano, iba a misa de siete y después me ponía a estudiar. Claro, cuando las clases comenzaban a las ocho de la mañana no podía, pero en época de exámenes que no había clase, a veces asistía diariamente a misa, antes de ponerme a estudiar.


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Don José Doménech Bardisa (Alcoy, 1980), en Perú (2009).


-- Estando en Trento, ¿cómo vivías la fe, ibas a misa, estuviste en alguna comunidad o grupo religioso?
  • Estando en Trento hacía igual, allí era el único de mi grupo que asistía a misa. Iba a una parroquia que se hallaba cerca de donde yo vivía... No, nadie se metía conmigo, ni fui nunca consciente de que alguien me criticara por ello... Tampoco me avergonzaba de mi fe, en el sentido de que lo vivía con absoluta normalidad. Nunca me planteé no ir a misa; si sabía que el domingo había alguna actividad, excursión o lo que fuera con mi grupo, iba a misa el sábado por la tarde. No, ir a misa no era un hábito exactamente, digamos que formaba parte de mí. Tampoco lo experimentaba como necesidad, sino como algo natural, como respirar o comer... Sí, en la Universidad, conforme maduraba como persona iba madurando en la fe, a través de la oración y las lecturas. Claro, mi proceso de madurez comprendía también los estudios, las excursiones, los viajes, las relaciones con los amigos... Porque los cristianos somos personas normales, no puede ser de otra manera. Pero no, el hecho de mi fe no fue nunca una imposición; tampoco en la adolescencia, cuando uno puede mostrarse algo más rebelde... Hay una fecha clave en mi vida: el 22 de enero de 2005, san Vicente Mártir, patrón de Valencia. Yo me había planteado mi proyecto, mi plan de vida: Estudiar ingeniería, trabajar, formar una familia... Estando en Valencia tuve novia un par de años, pero aquello no prosperó. Lo que yo siempre he tenido claro es mi deseo de hacer la voluntad de Dios: Saber lo que el Señor quería de mí, y hacerlo. Esto lo he tenido claro siempre... El asunto es saber qué quiere Dios de nosotros, de cada uno en particular. Son cosas que yo me había preguntado en reuniones de jóvenes, en Verbum Dei en Siete Aguas, en la oración, cuando haces alguna lectura espiritual que te provoca alguna inquietud... Yo había rezado muchas veces preguntando al Señor: ¿Señor, qué quieres de mí...? –y nunca había obtenido respuesta-. No, no me llegaba ninguna respuesta o no sabía interpretarla. Cuando el Papa San Juan Pablo II vino a Madrid en 2003 fui en peregrinación con la delegación diocesana que la organizó, fuimos ocho autobuses, allí me encontré con gente de Caminos de los que desconocía su inquietud o práctica religiosa, porque nunca habíamos hablado de ello, que éramos creyentes, cosa curiosa... Claro, porque yo no me presentaba en la Universidad diciendo: Me llamo José, soy creyente y voy a misa... Las relaciones se van haciendo poco a poco, así vas conociéndote. Tenía épocas de mayor fervor en la oración, momentos en que uno se plantea estas cuestiones con mayor intensidad. Pero eso no es frecuente en el día a día, ocupado como estás en otras cosas, estudios, exámenes... Lo que quiero decirte es que yo había estado llevando el hecho de mi vida, construyendo mi proyecto vital, estudios, trabajo, quizá hacer una familia... Mis padres en ningún momento me dijeron que estudiara ingeniero de caminos, ni a mí ni a mis hermanos, a ninguno nos dijeron lo que teníamos que hacer... Ellos podían esperar otra cosa, pero nunca me dijeron ni desanimaron en mi propósito. Aquel día 22 de enero de 2005 que te decía era sábado y acudí a la misa vespertina, costumbre que adquirí para tener libre el domingo y poder llevar a cabo las actividades que surgían en el grupo Erasmus o en las asociaciones universitarias, esquiar o lo que fuera, cosas que no quería perderme. Aquella tarde, yendo a la parroquia de “San Pedro y San Andrés” en Povo (pedanía de Trento), que era la que tenía más próxima a donde yo vivía, sucedió que iba yo muy turbado. Recuerdo que era el atardecer, hacía frío, iba caminando, las vistas eran preciosas, porque aquello estaba en alto y la ciudad se vía al fondo, con las montañas del entorno nevadas... Mi turbación venía porque estaba a punto de terminar la carrera, pero seguía sin saber lo que Dios quería de mí...

Tras un inciso, mi entrevistado continúa explicando:
  • Mientras caminaba iba haciendo oración desde lo más profundo de mi corazón, diciéndole al Señor: Señor, qué quieres de mí..., pero dímelo ya porque necesito saberlo. Fui a misa con la determinación de que en aquella eucaristía tenía que quedar claro lo que Dios quería de mí, y puse en esa pregunta toda mi vida. Porque aunque esa pregunta la había hecho más veces, nunca había obtenido respuesta. Después lo entendí, porque yo no era libre para responder en aquellos momentos, condicionado por mi edad, por estar en una etapa de formación, y el silencio de Dios tenía sentido. Porque Dios habla cuando uno es libre para decidir... Claro, yo iba solo y en aquellos quince minutos que duraba el trayecto, fui haciendo oración. Aquí aprendí que cuando uno hace oración desde lo más profundo de su corazón, Dios responde de inmediato. En aquella eucaristía ni la primera lectura, ni el salmo, ni la segunda me dijeron nada. La clave estuvo en el evangelio: “Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres...” (Mateo 4:19). Aquellas palabras eran la respuesta, pero por un instante, por una infinitésima de segundo sentí la tentación de negarlo. Claro, aquella lectura, la que tocaba ese día en la Iglesia, la había oído muchas veces; pero en aquella ocasión me interpeló especialmente. Sentí de forma clara y profunda, que aquella era la respuesta a mi pregunta... Entendí que si me negaba a aquello que me decían las palabras del evangelio me estaba negando a mí mismo: No negaba a Dios, claramente me negaba a mí. En aquel momento de vértigo le dije sí al Señor... La decisión me provocó sentimientos encontrados. De una parte paz y una gran alegría, porque ya sabía lo que el Señor quería de mí. Pero al mismo tiempo sentí preocupación y respeto, porque mi decisión implicaba una gran responsabilidad, no era cualquier cosa. Claro, porque ser sacerdote no está de moda, pocos se plantean esa opción. Aquello fue para mí un fuerte encuentro de emociones... Estábamos en enero, todavía no había acabado la carrera, el proyecto fin de carrera no lo presentaría hasta octubre. Entendí también entonces que tenía que acabar los estudios, y que tenía que trabajar en mi profesión durante un año. Al cabo de ese tiempo entraría en el seminario... –no supe el motivo, pero entendí que tenía que ser así-. Tras aquella eucaristía en Povo me volví lentamente a mi casa, dando gracias a Dios y pensando a la vez en cómo iba a decir a mis padres lo que había decidido. Y en si sería capaz de aguantar tanto tiempo, pues todavía faltaba año y medio para poner en práctica mi decisión... No, viviendo en Trento no se lo dije a nadie. En alguna ocasión, estando en el laboratorio, trabajando en el proyecto con otro compañero de Alzira que tenía, me daban ganas de dejarlo todo y volverme a España. Claro, precisaba hablar con quien fuera y empezar los trámites para entrar en el seminario; porque no tenía ni idea de lo que había que hacer...


-- ¿Cómo fue comunicarle a tus padres la decisión que habías tomado de ser sacerdote, cuál fue su reacción?
  • Mis padres se quedaron sorprendidos con mi decisión, porque no se lo esperaban; pero tuvieron una respuesta positiva, sin manifestar gran disgusto ni gran alegría en el momento... Digamos que no lo deseaban ni lo temían; de ahí la sorpresa. Sólo me pidieron que en vez de trabajar un año, como yo había decidido tras terminar la carrera, trabajara dos... Claro, para que meditara mejor la decisión. Estando en Trento yo ya pensaba que si comenzaba a trabajar quizá después no tendría voluntad para dejarlo, por eso no me venía muy bien aceptar la propuesta de mis padres, de trabajar durante dos años. Ya que podía gustarme el ejercicio de la profesión, o enamorarme de alguna chica y pensar que mi decisión de ser sacerdote había sido una casualidad...


-- Ahora toca hablar de tu experiencia como seminarista en el Seminario Mayor de Moncada, ¿qué puedes decirme de aquellos años?
  • Mi experiencia fue muy buena, entré en septiembre de 2007 y seguí el proceso normal de todo seminarista... Los estudios para ser sacerdote comprenden siete años de formación: dos años de filosofía y tres de teología en la facultad; y dos años de licenciatura en la especialidad que eliges, yo elegí “Matrimonio y Familia” en el Pontificio Instituto Juan Pablo II, sede de Valencia. En el seminario me encontré un ambiente nuevo, totalmente distinto a lo que había conocido hasta entonces, había gente mucho más joven que yo y otros mayores. Aquello es un milagro de convivencia, por la variedad de gente hay: gente de pueblo, gente de ciudad, con mentalidad y formación distinta; gente que procedía del mundo laboral, sin estudios universitarios; gente que venía del bachillerato y COU directamente. Claro, también había gente de carrera como yo... No obstante esta variedad, el ambiente que se genera es muy bueno, de total convivencia, porque además de ser muy distintos estábamos conviviendo continuamente. Te levantabas por las mañanas con los mismos, coincidías en la capilla con los mismos, desayunabas con los mismos, cogías el autobús para ir a la facultad a Valencia con los mismos... Volvías con los mismos, comías con los mismos, hacías deporte, ibas a la biblioteca..., siempre con los mismos. Esto hace que se cree un ambiente de convivencia especial, porque ya éramos todos mayores: Nos unía un mismo espíritu, conviviendo las veinticuatro horas del día, esto durante varios años. Claro, hay que descontar los periodos de vacaciones de verano y durante el año. Si en la familia hay roces, imagínate lo que puede pasar con gente que no es de tu familia; pues no había problemas. Allí se hacen amistades verdaderas, para toda la vida... Se descubren muchas cosas, el valor de la misa diaria, la oración personal, la liturgia de la Iglesia, la dirección espiritual... El primer año es una maravilla, muy hermoso, porque todo es nuevo. Descubres los regalos que te va haciendo el Señor, las amistades que te decía se fraguan de por vida. El segundo año ya nada es nuevo. Aparecen nuevos compañeros, otros se marchan (porque se han ordenado, porque han visto que eso no es lo suyo, por lo que sea), y empieza el crecimiento personal, lo que supone un mayor esfuerzo. Sin esfuerzo no hay crecimiento. Hay que saber que en el Seminario no hay dos años iguales... La pastoral la hice en la parroquia de la “Asunción de Nuestra Señora” en Albaida, Valencia, cerca de Alcoy. Allí estuve tres años, quinto, sexto y el año de diácono. Todo el tiempo estuve con el mismo párroco, un alcoyano que tenía apenas seis años más que yo; no, no había vicario... Había dos sacerdotes jubilados que ayudaban. Con el párroco estuve muy bien, hicimos mucha amistad, íbamos a jugar juntos a frontón el año de diaconado. La verdad es que estuve muy bien, me sentí muy acogido... La facultad me iba muy bien, me gustaban todas las asignaturas, aunque con preferencia de la Teología sobre la Filosofía, pero todas me interesaban. No podría destacar una más que otra, disfrutaba con todas. La formación del seminario es integral: académica e intelectual en la facultad, espiritual y humana en el seminario. Porque la convivencia aporta mucha formación, te ayuda a conocer tus límites. Al final es necesario crecer en todo, no sólo en formación, me refiero a la persona y al sacerdote... Algún año han impartido cursos de cocina y economía doméstica, pero a mí no me los dieron. Yo ya tenía experiencia en esas materias por mis años de universitario en Valencia y en Trento, de vivir sólo, comprar, guisar, limpieza y aseo de la casa y esas cosas. Creo que recibí una buena formación, y lo recuerdo con mucho cariño... Del seminario cabe hablar bien, de lo contrario no tendría sentido.

Mi entrevistado apura los últimos sorbos de té -ya frío-, y continúa:
  • La alegría es una señal de vocación. Pueden haber etapas difíciles en la vida, con más problemas, en las que se está más serio, eso en todas partes, pero no de forma permanente. Respecto a las dudas durante el periodo formativo, bueno yo no dudaba de que el Señor me había llamado... En segundo año me debatía entre la Cartuja que yo había conocido de pequeño por mi tío-abuelo y que me enamoraba, y las Misiones. Los cartujos hablan poco pero tienen una conversación sabrosísima: En los pocos momentos que hablan su conversación no tiene desperdicio, son hombres de Dios y es tanta su humanidad y sobrenaturalidad que el Señor se hace presente en la vida de estas personas... Yo le decía a mi director espiritual: Don Juan, tengo dividido mi corazón entre la Cartuja y las Misiones... –tranquilo, ya se verá lo que tiene que ser, me decía él-. Por aquella época un compañero me propuso ir a conocer las Misiones, para tener una experiencia misionera. Y el 13 de enero de 2009 me dijo: Ya sé dónde vamos, nos vamos a Perú, a la selva amazónica, donde nadie quiere ir. Aquello me interpeló, lo que me llevó a preguntarme por qué quería ir a Misiones, ¿me llevaba el deseo de tener una experiencia solidaria para el verano o era otra cosa? Esto me turbó, y recurrí de nuevo a la oración. Haciéndome la misma pregunta que me había hecho en Trento cuatro años antes: ¿Señor, qué quieres de mí...? Que tenía que servir al Señor lo tenía claro, mi pregunta era más bien cómo, desde dónde. Yo leía a diario el evangelio del día, pero ese día no lo había leído y sentí la tentación de leerlo. Pero no lo hice, preferí que fuera durante la eucaristía... Y mira qué casualidad, el evangelio que se proclamó ese día fue el mismo de Trento: Seguidme, y os haré pescadores de hombres... Pensé entonces que estaba donde debía estar, y que el Señor ya dispondría. La semana de Fallas de ese año tuve oportunidad de pasarla en la Cartuja de Miraflores, en Burgos. Y en verano me marché dos meses a Perú, con los franciscanos, a conocer qué eran realmente las Misiones... A partir de ese momento estuve tranquilo y se disiparon mis dudas en ese sentido, el Señor me quería en el seminario y yo le mostraba mi entera disponibilidad, a lo que Él quisiera. Ya no le volví a preguntar... En Perú estuve en el Vicariato Apostólico de Requena, Departamento de Loreto -cerca de Ecuador y de Brasil-, en la parroquia del distrito Genaro Herrera, con el obispo, que es valenciano: el Vicariato es tan grande como toda Andalucía, pero sólo tiene ciento cincuenta mil habitantes. Fuimos a Iquitos en avión y de allí nos embarcamos para Requena. Allí conocí lo que son las misiones, los pequeños poblados a la orilla del río, la forma de vida de la gente...


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Don José Doménech Bardisa (Alcoy, 1980), durante su ordenación como diácono por don Carlos Osoro Sierra, arzobispo de Valencia (Moncada, 2013).


-- Háblame ahora de los momentos finales del Seminario, de tu ordenación y primer destino.
  • El sábado 27 de abril de 2013 –33 años después de haber sido bautizado-, recibí la ordenación de Diácono. Los días previos a la ordenación yo estaba muy tranquilo, pero de tanto preguntarme la gente acabé poniéndome nervioso. El miércoles de esa semana, como me encontraba ya algo inquieto me dirigí a la Capilla a orar: Estos nervios qué hacen ver... –le pregunté al Señor-. Si esto no es lo que Tú quieres, no pasa nada, porque no hemos dado el paso definitivo, pero dímelo. Justo antes de entrar me había llamado un compañero por teléfono, y sin venir a cuento me dijo: No te preocupes, el Señor ya sabe cómo eres, tranquilo... –aunque no me tranquilizó demasiado-. Pero el primer párrafo del Salmo 138 de las Vísperas decía: “Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento o me levanto, de lejos penetras mis pensamientos”/ “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno” –esto me dio una paz definitiva, porque sentí como si ya me hubiera elegido desde las entrañas de mi madre-. Cuando cuento esto la gente me dice: Vaya, cuánto te habla el Señor... –yo les respondo que el Señor nos habla continuamente, sólo hay que saber escucharlo-. Las personas somos muy complicadas, pero el Señor “descomplica” mucho las cosas. Claro, hay que tener confianza. De lo contrario, ¿qué relación filial sería esa si no tenemos confianza en el Padre? El diaconado lo recibí en el seminario de Moncada, y la ordenación como Presbítero en la Catedral de Valencia, el 14 de junio del año siguiente, de manos del señor arzobispo, don Carlos Osoro. Antes de la ordenación, don Carlos ya me dijo que venía al Rincón de Ademuz...

Continúa el relato:
  • No cabe duda que el Señor nos conoce a cada uno... En cuarto año del seminario (debía ser del 2010 al 2011), por Navidad, un grupo de amigos vinimos al Rincón de Ademuz a visitar a don Pablo Bohigues –entre ellos don Pablo Soriano Martínez y yo-: don Pablo Bohigues había coincidido conmigo tres años en el seminario, aunque él era algo mayor. Vinimos por Utiel, y al pasar por Ademuz alguien nombró que allí estaba de párroco “Edu” –se refiere a don Eduardo Rengel Albert, que antes había estado en Torrebaja-: y sin decir nada pensé que me gustaría estar en un pueblo como Ademuz... –era la primera vez que estaba en el Rincón de Ademuz y no conocía nada de la zona-. Por eso cuando el señor obispo me dijo que venía al Rincón de Ademuz, pensé: Señor, estás en todo... Claro, digamos que ya me venía preparando el camino desde que trabajé como ingeniero en la pista de Ademuz, después me despierta el anhelo pasando por Ademuz, y finalmente me destinan a Ademuz... Después de la ordenación estuve en Lourdes, fui con la peregrinación diocesana, acompañando a la parroquia de Albaida. Allí descubrí realmente el sacramento de la Confesión, porque sentí que el Señor me hacía partícipe en el perdón de los pecados, lo que me produjo una alegría inmensa. En el acto penitencial de Lourdes éramos un montón de sacerdotes, hubo muchas confesiones que me impactaron, y comencé a sentir una alegría especial, al comprobar que el Señor ponía en mi boca palabras en las que yo no hubiera pensado nunca para consolar al penitente, para exhortar y perdonar. Por eso digo que en Lourdes descubrí la alegría del Sacramento de la Confesión, algo que no había experimentado hasta entonces. El verano de la ordenación, durante las vacaciones estuve sustituyendo al párroco de Chulilla –me alojaba con las monjas del Villar del Arzobispo-, y la segunda quincena de agosto vine al Rincón de Ademuz, a ayudar al equipo interparroquial: en Ademuz estaba don Eduardo Rengel y en Torrebaja don José Antonio Durá. Como venía a sustituir a don Eduardo me vino muy bien para conocer la zona. La primera misa que celebré fue el día de San Roque, en Puebla de San Miguel. Así empecé a conocer a la gente, que me preguntaba si era yo el nuevo sacerdote que iba a sustituir a don Eduardo, porque ya sabían que él se marchaba.

Se hace mención aquí de don Pablo Soriano Martínez, [1] y de don José Antonio Durá Bataller,[2] su predecesor en estas parroquias.


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Don José Doménech Bardisa (Alcoy, 1980), párroco del Rincón de Ademuz, Valencia, durante la misa de apertura de la Visita Pastoral, con el arzobispo don Antonio Cañizares (Ademuz, 2014).

-- ¿Cómo fue tu entrada oficial en Ademuz y demás pueblos del Rincón, te sentiste acogido?
  • Claro, yo vine aquí con gran ilusión, desde que supe que venía ya empecé a rezar por la gente, aunque no conocía a nadie; la misión del sacerdote es querer a la gente... Entré en Castielfabib el 20 de septiembre de 2014, y el siguiente, día de san Mateo, en Casas Altas, Vallanca y Ademuz. La gente ya me conocía, porque ya te digo que había estado dos semanas en agosto. Me acogieron muy bien, con mucho cariño, decir otra cosa sería mentir... Las parroquias del Rincón de Ademuz son ideales para cualquier sacerdote, especialmente por la forma de ser de la gente; porque al final los lugares los hacen las personas. En los dos años que llevo aquí he estado muy a gusto, contento: Cuando le preguntan por mí, mi madre dice que soy un cura feliz... Recién aterrizado aquí el señor arzobispo, don Antonio Cañizares, comienza la Visita Pastoral justo por el Rincón de Ademuz. Recuerdo que pensé: ¿No había otro sitio en toda la Diócesis?, porque yo acababa de llegar y estaba empezando a conocerlo todo.... Porque no tenía idea qué era una Visita Pastoral ni de lo que había que hacer, cómo se organizaba y todo eso. Pero fue una bendición que viniera, ya que me posibilitó conocer mejor la zona pues tuve que ir a más sitios, esforzarme más... El señor obispo llegó a la diócesis el 4 de octubre, y yo tampoco le conocía. Don Antonio es una persona afable y muy cercana, con mucha experiencia, porque ha estado en varias diócesis, en Roma como Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, además es de la tierra. Por eso todo el Arciprestazgo –desde el Rincón de Ademuz hasta Alcublas y Pedralba- recibió la Visita con gran alegría, como un tiempo de gracia, de mucha comunión entre los sacerdotes. Todos los sacerdotes quedamos en ir a las misas estacionales, para acompañarle, lo que supone muchos desplazamientos: la misa estacional es la conclusiva de la Visita a una parroquia. Aquí don Antonio hizo la misa de apertura de la Visita y estuvo tres días.

Se cita aquí a don Antonio, cardenal Cañizares Llovera, arzobispo de Valencia, natural de Utiel (1945), Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (2008-2014), arzobispo de Valencia desde 2014.

-- Respecto a tu ministerio en el Rincón de Ademuz ¿qué parroquias llevas?
  • Empecé llevando las parroquias que llevaba don Eduardo: Ademuz, Casas Altas, Castielfabib, Puebla de San Miguel, Vallanca, Mas del Olmo, Negrón y Val de la Sabina. Entonces las parroquias del Rincón de Ademuz estaban divididas en dos sectores y los dos sacerdotes que había eran párrocos. En la Visita Pastoral don Antonio hizo el anuncio de que quería enviar otro sacerdote, para que en el equipo interparroquial fuéramos tres. Eso coincidió con la manifestación de la inquietud misionera de don José Antonio, al que le concedió permiso para marcharse como misionero. Y el equipo de gobierno de la Diócesis pensó que sería más conveniente que en el Rincón de Ademuz hubiera un párroco y dos vicarios, para darle más unidad. Así, en vez de llevar cada uno una parte de las parroquias, todos las lleváramos todas. De esta forma cada uno está en sus parroquias, con independencia de donde resida, para lo que concibieron la figura de un párroco (que soy yo) y dos vicarios: don Pablo y don Ambrosio. Aunque cada uno se encarga más de ciertos lugares, porque también es bueno que la gente tenga un rostro... Pero las decisiones las tomamos entre los tres. El hecho de ser yo el párroco es porque llevo más tiempo... Esto coincide con el sentido de unidad que te decía hay en el Rincón de Ademuz, donde existe un coro interparroquial, unas cáritas interparroquiales... Los tres curas quedamos a las ocho de la mañana, y juntos rezamos laudes y el oficio, esto varios días a la semana; después desayunamos y comentamos las actividades del día. Esto lo hacemos en Ademuz y Torrebaja, rezamos en la iglesia y desayunamos en la Casa Abadía. Después cada uno se marcha a su quehacer...

-- Y ya para terminar, ¿cuáles son los principales problemas y perspectivas que ves en el Rincón de Ademuz?
  • Cuando hablas con las personas mayores recoges la melancolía de los que conocieron mejores tiempos en los pueblos del Rincón de Ademuz, cuando había mucha gente y todas las casas estaban habitadas, mientras que ahora la población es escasa y la mayoría de viviendas están cerradas... Otros te manifiestan que no ven perspectivas de futuro para estos pueblos, no saben qué va a pasar, eso les preocupa y entristece. Porque ellos conocieron otro Rincón de Ademuz, un Rincón de Ademuz que ya no existe; ese sentimiento lo invade todo, se palpa en el ambiente... Yo tampoco sé qué se podría hacer, no tengo la solución, pero soy consciente de la riqueza potencial de la zona, por su naturaleza y medio ambiente, por la calidad de los productos que se dan y se podrían dar... Yo no había probado nunca un tomate como los he probado aquí, de sabor exquisito... Pero por alguna razón no se consigue comercializar bien. Y lo mismo podría decirse de las manzanas, las nueces, por ejemplo... Si esto lo supieran en Valencia pagarían lo que fuera por poder consumir estos productos. Yo descubro la riqueza y potencialidades de los productos, de sus paisajes, ver las sabinas milenarias, el Pino Vicente y el Cerro Calderón en Puebla de San Miguel, la Cruz de los Tres Reinos y la Muela del Royo en Castielfabib, y tantos otros lugares estupendos que hay por la zona... He descubierto aquí paisajes que no te imaginas puedan existir en la Comunidad Valenciana, lo que constituye un patrimonio natural de primer orden. Decididamente, el Rincón de Ademuz sigue siendo un gran desconocido... ¿Cómo veo a la gente de aquí?, pues yo me he sentido muy bien acogido, la gente te abre sus casas, porque es muy acogedora... Habría que decir que la figura del sacerdote resulta muy significada socialmente, para bien o para mal. En las ciudades el sacerdote pasa desapercibido, pero no en los pueblos. Hay gente que te ve con mucha simpatía y otros no tanto... Personalmente me siento acogido y querido, esa es mi impresión. Supongo que distinta de la que puedan tener otros profesionales que vienen de fuera, me refiero a profesores o sanitarios, por ejemplo. La gente es abierta, colaboradora, acogedora, está disponible, no tiene problemas en desplazarse cuando hay necesidad... Hablando con sacerdotes que han pasado por aquí, siempre me preguntan por algunas personas, se acuerdan de sus nombres, lo cual dice mucho en su favor. También es muy gratificante oír hablar a los feligreses de los anteriores sacerdotes, pues de todos cuentan anécdotas y cosas buenas...


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Don José Doménech Bardisa (Alcoy, 1980), párroco del Rincón de Ademuz, Valencia, durante la misa de apertura de la Visita Pastoral, con el arzobispo don Antonio Cañizares y don José Antonio Durá, párroco de Torrebaja (Ademuz, 2014).


A modo de epílogo.
Don José Doménech Bardisa, cura párroco del Rincón de Ademuz (Valencia), me resultó fácil de entrevistar, tiene la conversación fluida, no hubo necesidad de tirarle mucho de la lengua, porque es un gran conversador; no tanto de extractar, ya que le gusta contar las cosas con detalle. Me sorprendió su madurez, no obstante su juventud. Pero más que su grado de madurez, me llamó la atención la naturalidad con que hablaba de Dios –sin duda herencia de la forma en que a él le hablaron sus padres-.

Como suele decirse, nació en el seno de una familia acomodada y se educó en un colegio religioso, tanto él como sus hermanos. Toda su familia participaba de la misma inquietud, hasta el punto de que ir a misa los domingos era algo natural en ellos: Podría decirse que los cinco –mis padres y nosotros- crecimos juntos en la fe. Su vinculación con las parroquias que frecuentaban era puntual, sin pertenencia a comunidades o grupos parroquiales, lo que pone en evidencia la importancia decisiva de la familia en la transmisión de la fe.

Por lo demás, José fue un niño absolutamente normal, tenía sus amistades en el colegio, su equipo de baloncesto, los entrenamientos, los partidos semanales, los campamentos de verano, excursiones… -como tantos otros de su edad-: Propiamente se ha considerado muy afortunado y ha sido enormemente feliz. Porque como bien dice: Si en tu casa te quieren y las cosas van bien, creces bien. Lo que le diferencia de otros, quizá, es su asiduidad a la iglesia todos los domingos –hábito que no abandonó de adolescente, ni en Valencia ni en Trento- y su amor a la institución, cuando lo habitual es que tras tomar la Primera Comunión los jóvenes desaparezcan de la iglesia.

Buen estudiante, en el colegio, en el instituto, en la Universidad, en el Erasmus… Trabajador y responsable, consciente de que “sin esfuerzo no hay crecimiento” posible, siempre ha llevado las riendas de su vida y construido su proyecto vital: Si eliges lo que debes antes que lo que quieres estarás más tranquilo, disfrutarás más y te evitarás remordimientos futuros. Sus padres no influyeron a la hora de elegir carrera, tampoco en su vocación sacerdotal. Cuando les comunicó su decisión de entrar en el seminario “tuvieron una respuesta positiva, sin manifestar gran disgusto ni gran alegría en el momento…” -lo que refleja su sorpresa inicial, ya que no lo esperaban-. Aunque viendo su determinación acabaron aceptándolo. Al fin los padres lo único que desean para sus hijos es la felicidad, que sean felices, y al decir de su madre don José “es un cura feliz”.

Pero aún siendo personas creyentes -y de Iglesia-, no debió ser fácil para sus padres, al verle cambiar un porvenir brillante y prestigioso como Ingeniero de Caminos por la vida humilde y sencilla de un cura de pueblo entregado a los demás. Decididamente, “ser sacerdote no está de moda, y pocos se plantean esa opción”.

Pero hay algo más en don José, su profunda espiritualidad y comunión con el Señor, reflejo a su vez de una absoluta confianza en la Providencia -al fin resulta un hombre de Dios-: Lo que yo siempre he tenido claro es mi deseo de hacer la voluntad de Dios: Saber lo que el Señor quería de mí, y hacerlo. Valgan estas palabras finales como la mejor conclusión de esta entrevista. Vale.





[1] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Don Pablo Soriano Martínez, nuevo cura de Torrebaja (Valencia), del lunes 25 de enero de 2016.
[2] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Don José Antonio Durá Bataller, nuevo cura de Torrebaja (Valencia), del miércoles 9 de noviembre de 2011.

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