miércoles, 15 de febrero de 2012

DE LAS ESCUELAS Y MAESTROS DEL RINCÓN DE ADEMUZ EN OTRO TIEMPO (y II)

Evocaciones y remembranzas de las escuelas de Torrebaja (Valencia) en mi infancia.





"Consideraba cómo les reñían con suavidad,
los castigaban con misericordia, los animaban con ejemplos, 
los incitaban con premios y los sobrellevaban con cordura, y,
finalmente, como les pintaban la fealdad y el horror de los vicios,
y les dibujaban la hermosura de las virtudes,
para que, aborrecidos ellos y amadas ellas, 
consiguiesen el fin para que fueron criados"
-Cervantes (1547-1616), Coloquio de los perros (1613).

“El maestro que intenta enseñar sin inspirar en el alumno el deseo de aprender
 está tratando de forjar un hierro en frío”
-Horace Mann (1796-1859)
educador estadounidense.

"Una sociedad vale lo que valen sus maestros"
-José Ignacio Wert (Madrid, 1950), 
Ministro de Cultura de España (2011-2015).


Viene de:
DE LAS ESCUELAS Y MAESTROS DEL RINCÓN DE ADEMUZ EN OTRO TIEMPO (I).



IV.- De las escuelas y maestros de Torrebaja en los segundos cincuenta y primeros sesenta.
Hace tiempo escribí acerca del censo escolar de Torrebaja (y Torrealta), referido a los años cincuenta, cuya consulta resulta obligada si se pretende conocer el nombre y los apellidos de los alumnos de las Escuelas Públicas (1940-53).1 Posteriormente lo hice evocando mis años escolares en Torrebaja, correspondientes al decenio 1955-65, sin más pretensión que dejar constancia de mis recuerdos en ese periodo histórico.2 Por lo demás, como se decía en la introducción de aquel trabajo, soy consciente de que “nada es como es, sino como se recuerda” –Valle Inclán (1866-1936), dixit-. De aquellos escritos iniciales poco o nada hay que rectificar, si acaso comentar algo...

Antigua Escuela Nacional de Torrebaja (Valencia), siendo maestro don Luis Perpiñán Aguilar, ca.1953 [Tomada de BADÍA MARÍN, Vicente. Torrebaja, mi pueblo, Valencia, 1953].


En las viejas escuelas del Ayuntamiento (1958-61):
Comencé la escuela a la edad de 6 años, junto con otros niños de mi quinta. Fue durante el curso 1958-59. El inicio de la escolaridad constituyó para mí un acontecimiento traumático, pues de ser el rey de la casa –primer hijo de padres mayores y niño muy deseado- todo el día jugando en la calle, libre y soberano, pasé a someterte a una disciplina y a competir con los demás por mi posición en el grupo. No me vino bien ir a la escuela, aunque mis padres trataron de animarme en la aventura. Me compraron una pequeña cartera de cartón duro en color marrón, con asas y cierre de hojalata, donde poner el plumier para los lápices y la goma, una libreta de caligrafía y la cartilla de primeras letras. Muchas veces he recordado aquella primera cartera y su triste final, pues, al poco de tenerla, jugando un día con mi hermano pequeño, se me cayó a una acequia que pasaba por el patio de casa y se mojó, quedando inutilizada...


No recuerdo bien, pero seguro que mi madre debió acompañarme a la escuela el primer día... Me asignaron la clase del piso bajo y me colocaron en un pupitre delantero frente a la pizarra, un gran espacio rectangular pintado en negro mate, donde el maestro dibujaba objetos conocidos junto al nombre, que debíamos copiar en el cuaderno. El pupitre era de madera, en color oscuro desvaído, con tapa y asientos abatibles y piso de tablas. En la parte anterior había unos orificios para los tinteros, pero los pequeños sólo utilizábamos lápices. Al fondo del aula, esto es, por detrás de los pupitres, había una gran mesa con bancos corridos, donde se sentaban los párvulos y algún mayor, a modo de guardería integrada, donde los niños se instruían en la socialización escolar. En todo caso, no recuerdo haber estado en aquella mesa de iniciación...


Mi primer maestro fue don Luis Perpiñán Aguilar (Tuéjar, 1918), del que cabria destacar su afición al dibujo... Su mesa se hallaba en la parte anterior, sobre una desgastada tarima de madera. De la pared de ese lado colgaba un cuadro encristalado, con la figura de Franco y un crucifijo, mientras que en la de la derecha, sobre la pizarra, había un gran mapa de España dibujado con pintura, donde se representaban los sistemas montañosos, los ríos principales y las capitales de provincia, señaladas éstas por gruesos puntos en relieve. Asimismo, había varios mapas geográficos de España y mundiales, físicos y políticos colgados de las paredes: unos en tela y otros en sólido cartón coloreado con ojales de latón en la parte superior. Había también una estufa de hierro colado y diversos armarios, con estanterías para libros y otros objetos de estudio. La iluminación del aula provenía de varias ventanas: una miraba al mediodía y daba a un balcón sobre la calle Pedro Arnalte –actualmente de la Fuente-; mientras que otras, encaradas al levante, recaían sobre la calle Fuentecillas y Cantón, ofreciendo una magnífica vista de El Rento y la vega del Turia a su paso por el término. Más allá de la ribera quedaban Los Molares (1.077 m), cuyas cotas más bajas formaban las laderas del Puntal del Mediero y la dehesa de Los Terreros, que estaban reforestando por aquellos años, así como la de La Palanca, zona parcelada en suertes, entonces rica en viñedos. Por esa época la escuela de niñas ya se hallaba en la carretera de Cuenca a Teruel, en el piso alto de la fonda Las Lucías, y su maestra era doña Isabel Marqués Ibáñez (1891-1977), viuda de Ángel Tortajada Gea (1901-36).3


Las reforestaciones de los montes de España comenzaron inmediatamente después de la Guerra Civil (1936-39), siendo uno de los grandes aciertos del franquismo, como la construcción de pantanos; pues muchas de las grandes masas forestales y de los indispensables embalses actuales tienen su origen en aquella época.

Estufa y pupitres de la antigua Escuela Nacional de Sesga-Ademuz (Valencia).

Al curso siguiente me pasaron al aula del segundo piso, cuya distribución era similar a la descrita, aunque más luminosa. Allí había otro maestro, don Eladio Arnalte Vicente, un personaje singular, de fuerte carácter y metódico en sus actuaciones. Don Eladio creo era de Casas Bajas (Valencia) y estaba casado con una señora de Villel (Teruel), tenía dos hijos -Vicente y Jesús- y vivía en un piso alquilado de la carretera, donde Ceferino Gómez (a) el Rito tenía la tienda de comestibles, vinos y licores. Fue mi maestro durante el resto de mi época escolar en Torrebaja y le evoco con una mezcla de simpatía y desasosiego, pues estimo tenía sentimientos encontrados hacia mi persona. Visto en la distancia creo que fue un excelente maestro, muy entregado en su labor y fiel transmisor de las directrices ideológicas y políticas del momento: no en vano era el Delegado local del "Frente de Juventudes" (1953). A lo largo de mi vida le he recordado muchas veces, pues estimo era un maestro competente, del que destacaría su gravedad, formalidad y circunspección, hijo del tiempo que le tocó vivir, como lo somos todos al fin. Siempre he creído en la trascendencia social indubitable de los maestros, ya que pueden marcar para bien o para mal el futuro de un niño; la impronta que suelen dejar resulta indeleble, hasta el punto de imprimir carácter, como se dice del sacramento de la Confirmación en los católicos. En mi caso no me cabe la menor duda que fue para bien, aunque no fui un alumno aplicado... De sus peculiaridades recuerdo que gastaba un guardapolvo gris, y la forma en que se elevaba sobre las puntas de los pies estando derecho, para después flexionar las piernas hacía los lados, y las “novias” que se sacaba forzando en extensión las articulaciones de los dedos de las manos: hacía un ruido que me enervaba, como cuando se raya en falso con una tiza sobre el encerado... Utilizaba un palo para el castigo físico, pero sólo lo usaba en último extremo y nunca injustamente; al menos en mi caso, que yo recuerde... Tras dejar la escuela nunca más volví a ver a don Eladio. Muchos años después, sin embargo, me enteré de su fallecimiento, siendo ya mayor, en un hospital de Valencia. Por un capricho del destino, mi hermano pequeño, enfermero en la planta donde estaba ingresado el maestro, le atendió en sus últimos momentos... Hace algunos años, siendo yo alcalde de Torrebaja (1991-95), con ocasión de la Concentración Parcelaria, me entrevisté con su hijo mayor, Vicente, ingeniero y profesor en la Universidad de Valencia, a la sazón Jefe de Estructuras Agrarias o algo parecido en la Consejería de Agricultura de la Generalidad de Valenciana; hablamos de nuestros recuerdos de infancia en Torrebaja, pero no de su padre... Esto fue durante la presidencia del Muy Honorable Joan Lerma i Blasco (1982-95).


De este tiempo puedo evocar mis dificultades con las matemáticas, en especial con las enormes, largas restas que el maestro nos proponía en la pizarra... A veces me pasaba toda la tarde frente al encerado, sin conseguir terminar la operación, pese a que los compañeros me susurraban los resultados desde sus asientos. Al entrar en las clases había que levantar el brazo en alto, según el estilo falangista, mientras se decía en voz alta ¡Ave María purísima…! Pero nunca se nos enseñó a cantar el "Cara el Sol", himno de la Falange  Española por excelencia... Durante los meses de invierno era obligado que cada alumno llevara a clase un tarugo de leña para la estufa. Con el fin de que nadie se descuidara, había un chico mayor que vigilaba la aportación. Antes de entrar en el aula te cogía el taco y lo echaba en un montón que había en un cuarto oscuro. Si no lo portabas debías volver a casa a recogerlo. La obligatoriedad de la contribución no incluía al hijo del maestro, aunque era el que más cerca se ponía de la estufa: cuestión intrascendente que, sin embargo, no pasaba desapercibida a los demás...

Durante el recreo de la mañana nos ofrecían la leche de la ayuda norteamericana, que los alumnos designados por el maestro habían preparado laboriosamente en una gran olla, calentándola sobre la misma estufa de calefacción. La servían en unos cazos de aluminio, recipiente que cada uno se traía de casa en una bolsita de tela. El azúcar había que traerlo también y los más afortunados le añadían Cola Cao. La poca afición que teníamos al estudio hacía que envidiáramos a los improvisados cocineros encargados de encender el fogón y preparar la leche, pues entre retirar la ceniza, llenarla con leña, encenderla y ventilar el humo pasaban la mañana. Una vez prendida ponían el agua en una gran marmita, le añadía la leche en polvo y la batían sin parar; nunca se desleía por completo, luego siempre te encontrabas algún grumo en el cazo. Mientras unos la bebían con fruición, otros buscaban el momento de tirarla, según circunstancias personales; probablemente, algunos no ingerían otro alimento entre la cena y la comida del mediodía.

Durante el recreo de la tarde, para merendar, nos daban un gran trozo de queso amarillo, cuyo sabor no logro recordar, pero creo tampoco me entusiasmaba. Con éste sucedía lo que con la leche: mientras algunos no se hartaban, comiéndose incluso el de los compañeros, otros lo tiraban bajo El Cantón, terraplén que servía de urinario a cielo abierto en aquella escuela. Más que cuestión de paladar, la voracidad por los lacticinios del desayuno y la merienda reflejaba la situación social de cada cual; pues, aunque casi todos éramos hijos de agricultores y jornaleros, siempre había pequeñas distinciones entre los niños de familias más pudientes. Además, los chicos teníamos más ganas de jugar que hambre, razón por la que de una u otra forma –ya fuera comiéndolo o tirándolo- liquidábamos el desayuno o la merienda en un voleo.

Alumnos de la viejas Escuelas Nacionales de Torrebaja (Valencia),
siendo maestro don Luis Perpiñán Aguilar, ca.1950-55.

Lo más singular de aquellas escuelas era su ubicación, en las antiguas Casas Consistoriales...4 Su interior me recuerda la clase de aquella célebre película de François Truffaut -Los cuatrocientos golpes (1959)-: si a la escuela del francés le colocamos un retrato de Franco muy bien podría pasar por la de Torrebaja en mi infancia... Al exterior poseía una fachada amplia y lisa que nos servía de frontón para el juego de pelota. En la parte alta había una tela metálica, sujeta con palos, para evitar que la bola se perdiera en El Cantón, cosa que ocurría invariablemente, pues aquel juego era el más común entonces y los chicos sacaban con fuerza.5 Frecuentemente los pequeños nos veíamos desplazados por los mayores, que nos echaban de la cancha sin contemplaciones. En tal caso nos íbamos a la parte alta de la plaza, que todavía estaba de tierra batida, para jugar al “clavo”, los “cartetones” y las “perras”, según la estación... Para dichos juegos se trazaba un redondel en el suelo, donde se depositaban las monedas o las cartetas, que había que sacar del círculo con unos tejos de suela zapatilla o abarca, o con monedas de cobre remachadas por los bordes… Otros juegos como “bailar el trompo”, “a la una andaba la mula, a las dos tiró la coz...”, “churro, mediamanga y mangotero...” y “el galope” eran los habituales entonces entre los chicos, algunos de ellos bastante violentos; mientras que las chicas, siempre más modosas, jugaban “a las muñecas”, “a la goma” o saltaban tranquilamente “a la comba”, atendiendo a la cadencia de alguna inocente canción.

Alumnos de las Escuelas Nacionales de Torrebaja (Valencia),
siendo maestro don Eladio Arnalte Vicente, ca.1950-55.

El maestro –me refiero a don Eladio- se marchaba temprano los sábados, creo que a Villel, razón por la que los niños de su clase bajábamos a la de don Lisinio Aliaga Gimeno (1901-74), que por entonces ya había ocupado el puesto de don Luis. Todos juntos en la misma clase, rezábamos el Santo Rosario, desgranando la salmodia de las oraciones, mientras pasaban quedamente los misterios. Aquello era un verdadero suplicio para todos, incluido el maestro, que por los indicios recuerdo no pecaba de beato. De aquellos momentos evoco una anécdota que siempre me resultó enojosa. Resulta que en cierta ocasión me coloqué con uno de mis primos, al que le asomaban unos mocos verdiespesos que no paraba de sorberse cuando le caían por el labio hasta la boca... La vista de niños con mocos como velas era bastante común entonces. Asimismo el corte del pelo al cero, para reducir el gasto de peluquería y las posibilidades del asentamiento de parásitos. Por cierto, los niños íbamos al colegio bastante aseados, pues otra de las inspecciones frecuentes e inesperadas era enseñar las manos al maestro, por arriba y por abajo, y el tamaño y color de las uñas. Algunos tenían que regresar a casa para completar la limpieza. Volviendo a la anécdota, sucedió que el maestro reparó en las secreciones de mi compañero de pupitre y detuvo el rezo, llamando la atención de toda la clase para decir: ¡Mirad a Alfredo, tiene cara de primo alumbrado…! -y todos se rieron a placer de nosotros-. Y durante algún tiempo los niños mayores me bromeaban, recordándome lo de “primo alumbrado”. Creo que nunca perdoné al maestro tan desdichado comentario… 


Alumnos de las Escuelas Nacionales de Torrebaja (Valencia), años 1965-70,
siendo maestros don Lisinio y doña Isabel.
 


En las escuelas del nuevo Grupo Escolar (1961-64).
Parte del siguiente curso escolar (1961-62) se desarrolló en el nuevo Grupo Escolar, magnífico edificio recién construido, ubicado a la salida del pueblo, según vamos por el camino del Ebrón.6 Dicha vía fue bautizada posteriormente con el pomposo nombre de avenida de la Diputación Provincial de Valencia, aunque entonces no era más que un camino de herradura, que se convertía en barrizal cuando llovía, toda vez que se hallaba al nivel de las fincas colindantes. Las escuelas constituían una amplia arquitectura rectangular, dispuesta de norte a sur, basada en dos plantas y cuatro aulas, con dos accesos independientes, circundada por una valla de obra con chopos sombreando el patio. En la construcción contribuyó el vecindario en forma de concejadas, acarreando piedra y grava. Sin forzar demasiado la memoria todavía puedo recordar la bandera de España que ondeó durante años en la cima del torreón... A la planta baja se accedía por una puerta con soportal abierta en la fachada de poniente, que daba acceso a las dos aulas destinadas a los chicos. A la planta alta se accedía por otra puerta similar abierta en la fachada de levante, por donde se entraba a las aulas de las féminas. La parte de construcción orientada al oeste estaba destinada a pasillo y servicios, incluido despacho de profesores y almacén de mobiliario escolar.

Aunque por entonces se construyeron otras escuelas en la comarca, ninguna alcanzó la magnificencia de las de Torrebaja, con la excepción, quizá, de las de Ademuz, aunque éstas respondían a otro estilo. Su bella estampa, con tejado de doble vertiente, amplios ventanales iluminando las aulas de levante y el singular torreón que se alza en la fachada norte, donde el hueco de escalera para la primera planta, nos hace dudar de los críticos, conforme el franquismo invirtió poco en educación. En todo caso no puede generalizarse la aserción, pues en nuestro caso fue largamente pródigo. Con todo, para los alumnos y profesores de entonces, las nuevas escuelas representaron un lujo inimaginable, doblemente manifiesto por el contraste con las viejas aulas del Ayuntamiento. No sólo era nuevo el edificio, también el material escolar, singularmente unos estupendos pupitres con mesa común y sillas individuales, fabricados por la empresa “Federico Giner” de Tabernes de Valldigna (Valencia), y diversos objetos para el estudio: libros, mapas, proyector de diapositivas y multitud de juegos educativos: entre los más curiosos estaba un esqueleto de plástico, que se rellenaba con vísceras desmontables y se cubría con piezas de musculatura y el maravilloso "Mago electrónico": un robot de plástico -tipo "lego"- que adivinaba todas las preguntas que le hacías, girando misteriosamente sobre un espejito imantado y señalando las respuestas con su varita de alambre... El robotito "sabía" un poco de todo: ciencias naturales, geografía, tierra mar y aire, historia, cultura general, literatura y hombres celebres, sección donde había inventores, científicos, descubridores, deportistas... Si le preguntabas quién era o había sido el portero de fútbol más famoso del mundo te respondía raudo y sin dudarlo: ¡Alcalá Zamora! Aquellos fueron los rústicos prolegómenos de la oleada electrónica e informática que habría de venir en el futuro...

Vista coloreada de Torrebaja (Valencia), desde el puente del Ebrón,
con el nuevo Grupo Escolar al fondo, izquierda del camino ca. 1965-70.

El aula a la que fui destinado se hallaba al fondo del pasillo de la planta baja y su distribución era similar a las demás. Los bancos-pupitre se hallaban repartidos en tres hileras, donde se situaban respectivamente los alumnos de primero, segundo y tercer grado, este último paralelo a los amplios ventanales. Yo estuve en los pupitres del segundo y tercer grado, donde no pasé del último banco; no es que fuera tonto; pero, además de estudiar poco "estaba muy enjugazado" -al menos eso es lo que el maestro decía a mis padres-. Sin embargo, no recuerdo haber estado en los bancos del primer grado, donde se sentaban los pequeños y algún mayor que iba retrasado o no progresaba. La mesa del profesor quedaba al fondo y los oscuros encerados ocupaban grandes espacios de las tres paredes libres. No faltaban los retratos encristalados de Franco, José Antonio y un Santo Cristo. Tampoco los mapas de España y planisferios. La estufa se ubicaba a la cabecera del tercer grado, cuya primera mesa ocupaba invariablemente el hijo menor del maestro y primero de la clase: nunca dudé que mereciera tal puesto, pues era un chico listo, aunque algo blando comparado con la rusticidad de la mayoría. El sistema educativo evolucionó con el tiempo respecto de las viejas aulas. Como en aquellas, al entrar había que ejercer el tradicional saludo: brazo en alto y con la misma invocación mariana. Aunque ambos se fueron relajando gradualmente, hasta desaparecer en el olvido. Al igual que en las viejas escuelas, las inspecciones de manos y uñas eran frecuentes. Asimismo, había que portar el cotidiano tarugo de leña para la estufa, norma que no se modificó durante toda mi época escolar y cuya costumbre ya se halla documentada en las escuelas del Rincón de Ademuz a mediados del Ochocientos.7

Las clases tenían una metódica inalterable. Por las mañanas, mientras unos se encargaban de sacar la ceniza, encender la estufa y preparar la leche, otros cambiaban la fecha del día, marcada en un recuadro de la pizarra, y copiaban el texto correspondiente, que los demás teníamos que reproducir luego en la libreta de actividades. El texto del sábado era el del Evangelio de ese domingo, con algún sencillo dibujito alusivo. En general, la primera parte de la mañana estaba destinada al estudio y la copia del texto escrito en el encerado. Después venía el recreo, en que se tomaba la leche en polvo y se jugaba a los distintos juegos: marro, churro, galope… El fútbol no se practicaba entonces entre los de mi edad, pero sí alguna tabla de gimnasia rítmica; con todo, los deportes nunca fueron actividades de mi gusto. El patio estaba partido en dos mitades, de forma que las chicas tenían el suyo y los chicos el nuestro. Durante el recreo, los maestros y maestras paseaban juntos por el patio, charlando de sus asuntos. Otras veces se quedaban en su despacho, realizando alguna actividad o vigilando a los castigados. Tras el recreo, el maestro tomaba la lección a los distintos cursos. En invierno, la lección se daba alrededor de la estufa. Formábamos un círculo en torno del calorífero y nos iba preguntando, del primero al último. Si alguno fallaba la pregunta pasaba al siguiente, que te pasaba delante si acertaba. El puesto de los alumnos cambiaba en la parte media del semicírculo, pues los primeros y últimos eran siempre los mismos. Aquella forma de tomar la lección era novedosa para nosotros y muy estimulante, pues por poco amor propio que tuviera el alumno a ninguno le gustaba verse relegado.

Entre los objetos que el maestro se bajó de las viejas escuelas había un palo, de los que se empleaban en casa para embutir tomate en las botellas de cuello estrecho usadas para la conserva, y que él utilizaba para los castigos físicos. Lo tenía guardado en un cajón de su mesa y lo sacaba algunos días. Cuando se iba a impartir el castigo la clase se detenía en mudo y tenso silencio. El alumno era llamado a la presencia del profesor, éste sacaba con parsimonia el mango, al tiempo que te mandaba poner la mano extendida. Entonces te sacudía con fuerza en la palma, una, dos, tres veces..., según la infracción a sancionar. Si la retirabas cuando iba a pegarte, cosa frecuente, la ración era doble. Así era la norma… Más que dolor se experimentaba un intenso calor, que duraba más o menos tiempo. Los demás alumnos hacían comentarios y se reían por lo bajo, aunque corrían el riesgo de ser llamados a compartir el castigo si se mofaban del penado. La escasa frecuencia con que se utilizaba el palo demuestra su eficacia como correctivo, pues imponía respeto. Aunque, ciertamente, los chicos éramos muy rebeldes y brutos. Pero todo hay que decirlo, el castigo físico era una medida extrema y penosa, ya que habitualmente bastaba una mirada del maestro para que todos callaran.

Primer Grado de la Enciclopedia Álvarez (1954-66).

Nunca observé pegar en las puntas de los dedos haciendo piña, como se decía que hacían otros maestros. Tampoco presencié guantadas hasta romper el tímpano, como contaban los alumnos mayores que sucedía antiguamente, ni tirones de orejas hasta desgarrarlas, como decía un testimonio de los arriba expuestos; tampoco patadas, golpes con sirgas de mimbre y correazos, escarmientos usuales en épocas anteriores.8 Como mucho, se practicaban ligeros tirones de oreja y algún capirotazo. Sin embargo, las sanciones más comunes eran ponerte “cara la pared” o “de rodillas” que a veces se duplicaba en un “cara la pared y de rodillas”. Entre otros castigos estaba aquello de “copia cien veces” y separarte psicológicamente de la clase, colocándote solo en una mesa, con distinta orientación al resto de alumnos. Espantoso castigo para los más parlanchines. Lo más temible, sin embargo, era estar “castigado sin recreo” –no en vano era el momento más esperado-.


 
 Segundo Grado de la Enciclopedia Álvarez (1954-66).


La materia básica docente se hallaba en los distintos volúmenes de la Enciclopedia Álvarez, correspondiente a los tres cursos de la enseñanza obligatoria de entonces, que se extendía de los seis a los catorce años: Primer grado (hasta 7 años), Segundo grado (7-12 años) y Tercer grado (12-14 años). Los manuales de las enciclopedias eran un producto típico del momento histórico y político en que se produjeron (1954-66) y sirvieron para educar y adoctrinar a más de ocho millones de niños durante esa década; tenían una función pedagógica e ideológica, basada en resúmenes, esquemas, dibujos y ejercicios complementarios: Recoger y examinar. Reproducir y clasificar. Vocabulario. Observación e Historia local. Ejercitar la memoria era básico: Sólo se sabe lo que se recuerda... En aquellos textos estudiábamos Historia de España, Historia Sagrada, los Evangelios, Lengua Española, Aritmética, Geometría, Geografía, Ciencias de la Naturaleza, Formación Política y Social (niños), Formación Familiar e Higiene Social, Formación Política (niñas) y Conmemoraciones escolares. Las enciclopedias se acompañaban de otros libros, para el maestro y para el alumno, cartillas “para enseñar a leer, escribir y dibujar con rapidez y perfección” y también Cuadernos de Trabajo, relativos a los temas contenidos en las Enciclopedias: aritmética, lenguaje...


 Tercer Grado de la Enciclopedia Álvarez (1954-66).

Copiar la lección, hacer dictados y componer redacciones era habitual. Otra actividad que recuerdo con agrado era la lectura. Por la tarde, la primera hora se empleaba en dicha tarea. Dos alumnos eran llamados por turno a la mesa del maestro, poniéndose derechos junto a la misma. Mientras el primero leía en voz alta, el compañero debía seguir mentalmente la lectura en otro libro, para lo que se utilizaban dos ejemplares del Quijote, entre otros títulos. Y cuando al maestro le parecía decía: El siguiente..., momento en que el camarada debía continuar la lectura en la misma línea y palabra. Si por distracción se había perdido, y no seguía el texto, el castigo era “sin recreo” o “probar” una dosis del inefable jarabe de palo… -pero esto sólo cuando la distracción se repetía. La lectura del Quijote en las escuelas data de principios del siglo XX, pues siendo don Santiago Alba Bonifaz (1872-1942) ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes dictó una Real Orden a 22 de octubre de 1912, en la que dice: "Los Maestros nacionales incluirán todos los días, a contar de 1º de enero próximo, en sus enseñanzas una dedicada a leer y explicar brevemente trozos de las obras cervantinas más al alcance de los escolares". En las escuelas de mi infancia en Torrebaja (años cincuenta y sesenta del siglo XX) todavía se seguían las sabias instrucciones ministeriales de aquel "prohombre del liberalismo dinástico de la Monarquía" (Cf. Wikipedia, voz Santiago Alba Bonifaz). Los planes educativos del medio-franquismo tenían estas cosas... Franco también conservó la Ley de Vagos y Maleantes de la IIª República, aprobada por todos los grupos políticos de las Cortes el 4 de agosto de 1933 (la popular Gandula), aunque modificada (el 15 de julio de 1954) para incluir a los homosexuales. Cf. Wikipedia, voz Ley de vagos y maleantes.

 Había también actividades puntuales vinculadas a las distintas estaciones del año, como en los juegos. Por ejemplo, la del Día de la madre, que se celebraba el primer domingo de mayo. Para la efeméride se realizaba un trabajo manual, consistente en una cartulina con algún dibujo o estampa pegada y un texto pertinente, para regalar a la madre. Aunque no faltaban rayotes, borrones, manchas de tinta, ni faltas de ortografía en la dedicatoria, nuestra madre recibía el regalo con la mayor ilusión. Al menos la nuestra, la de mi hermano menor y mía. Todavía guardo alguna de aquellas ilustraciones, que nuestra querida madre conservó toda su vida como recuerdo entrañable de nuestra infancia.

Durante el mismo mes de mayo, “mes de las flores” por excelencia, se conmemoraba también la festividad de María, la virginal madre de Dios. Para dicha celebración se colocaba en clase una mesa con mantel, a modo de altar, con una imagen de la Virgen, que los alumnos debíamos adornar cada día con flores frescas. Al final de la clase, por las tardes, se cantaba una invocación, cuyo estribillo decía: Con flores a María, que madre nuestra es... En primavera, si hacía buen tiempo, los maestros nos llevaban de excursión, generalmente a la partida de Las Piezas Largas; allí había varias fincas en barbecho donde jugar... También recogíamos insectos y lagartijas en botellas, y recolectábamos minerales o simples piedras..., y hojas de plantas para el herbario escolar.

 "Iniciación Profesional" de la Enciclopedia Álvarez (1954-66).

Periódicamente se recibía la visita del Inspector, personaje que causaba no poca impresión, incluso en los maestros. Se nos avisaba con antelación de la revista, para que estuviéramos preparados: las libretas al día, aseados y mostrando buen comportamiento. Ese día el maestro sacaba a algunos para que el Intendente les preguntara sobre los tema tratados en el curso, o para que escribieran algún texto en la pizarra. Si el alumno acertaba el maestro sonreía y si erraba, había después malas caras y reprimenda… Otra visita singular era la del señor Obispo. Los alumnos salíamos a recibirle a la carretera, portando banderitas de papel, lo mismo que cuando venía el Gobernador Civil de Valencia, ocasiones en que se hacían arcos de triunfo en las calles, forrando tres palos entrecruzados con ramas de chopo o de ciprés. Eran los tiempos del Nacionalcatolicismo,9 donde lo nacional y religioso, patria e iglesia fueron unidas: consorcio improcedente que tiene su fundamento histórico, pero que en mi caso no produjo ninguna dislocación mental ni ideológica, toda vez que “la religión era un elemento natural de la vida social” y como tal se vivía.10 Recuerdo con especial alborozo la visita del obispo auxiliar de Valencia -don Rafael González Moralejo-11 pues el maestro me hizo leer ante el prelado el texto de bienvenida, subido a un pilón que había bajo los castaños de la carretera: esto fue el 19 de mayo de 1964. Esa misma mañana hubo confirmaciones en la iglesia; por la tarde, monseñor visitó las escuelas, donde los alumnos declamamos en su honor algunas poesías previamente ensayadas.


Además de los maestros, el cura párroco -don Gabriel Sancho Marín-, nos instruía con infinita paciencia en doctrina cristiana, a través de los distintos catecismos –primero, segundo y tercer grado-, para lo cual recuerdo que venía a las escuelas nuevas cada semana. La educación religiosa y social se complementaba en la parroquia, merced a la actividad de monaguillo en la que yo ya me había iniciado con los anteriores curas –don Pedro Manuel Miguel Benedicto y don Salvador Plá Álvarez-, y que incluía ayudar en los oficios religiosos, cantar el Réquiem en los funerales y rezar el Santo Rosario: la Misa diaria tenía lugar a las ocho en punto de la mañana, había pues que madrugar para ayudar, desayunar y marcharse a la escuela... Cada acólito tenía asignado un día de la semana, siendo el viernes el mío. El párroco ejercía otra forma de singular instrucción, enviando a sus feligreses un sobre con noticias y artículos de periódicos o revistas. El sobre incluía una lista de vecinos entre los que debía circular, con la indicación de “pasar al siguiente y el último al sacerdote”. El remate de la formación religiosa se realizaba en familia, con la lectura de El Buen Amigo, popular revista de propaganda religiosa y social, fundada a principios de siglo (1922), cuyo lema era “Dios, Patria y Hogar”.12

Alumno de las Escuelas Nacionales de Torrebaja (Valencia), ca.1961-64.



La manipulación de la Historia fue común en la escuela franquista, como sucede al fin en todas las dictaduras y en algunas democracias, como actualmente en la nuestra (no hay más que ver la Ley de Memoria Histórica y la Ley de Memoria Democrática); pero ni en la escuela ni en casa se hablaba de política. Sin embargo, alguna vez oí mencionar en voz baja a los que habían sido rojos durante la guerra, época entonces muy próxima y de la que los mayores hablaban con frecuencia, contando anécdotas o sucesos. En los momentos de la guerra el apelativo “rojo” había sido llevado con orgullo, pero entonces era un estigma. Yo pertenecía a una familia conservadora y no sabía exactamente lo que significaba aquello de “ser rojo”, aunque intuía que no debía ser nada bueno... En cierto texto de la época, un libro de lecturas geográfico-históricas españolas y universales (1963), se decía explícitamente del “Glorioso Movimiento Nacional” y nuevo Estado español:
  • Pronto se vio que la república no podía traer la felicidad a los españoles. Divorciada del pueblo honrado y apoyada únicamente por políticos mediocres y aventureros, no había llegado a España más que para dividir a los españoles, para traicionar su historia y para negar todos sus valores espirituales. Y así las cosas, el Ejército español se levantó en armas contra unos políticos y un populacho sin freno que habían comenzado a asesinar a los mejores patriotas. Sobrevino una guerra a muerte, una guerra larga y cruel, donde un gobierno marxista, adueñado de las más populosas ciudades de España, malbarataba todo el acerbo histórico español, comerciaba con la honra nacional y cambiaba por metralla el tesoro inmenso de una España rica… Felizmente, el Ejército español, capitaneado por el Generalísimo don Francisco Franco, triunfó del gobierno marxista, barriéndolo de España y creando un nuevo Estado.13

A muchos lectores el texto precedente les parecerá una barbaridad, mientras que a otros no tanto. En cualquier caso caben matizaciones, pues la Historia al final es política y por ende interpretable. Pero como decía, aquella manipulación continua actualmente, pues políticos de escaso brillo y plumillas de retaguardia siguen creyendo, diciendo y divulgando entre sus partidarios que aquella guerra civil fue una lucha entre fascistas (nacionales) y demócratas (republicanos), olvidando que el odio y la matanza fueron mutuos, pues cada Badajoz tuvo su Paracuellos; que la incivil disputa tuvo muchos frentes; que en la ruina de la República contribuyeron tanto la acometida de la derecha conservadora como la ciega incompetencia de una gran parte de la izquierda más totalitaria, pues, como es bien sabido, en el “bando republicano” no todos eran demócratas ni valedores de la libertad:14 a menos que se entienda por demócratas a los marxistas (comunistas, socialistas...), anarquistas, nacionalistas, separatistas de uno u otro signo y todos los que buscaban la implantación del comunismo libertario o la dictadura del proletariado como método de salvar a España y redimir al pueblo...


V.- De la escuela de Torrebaja a un colegio en Barcelona, a modo de epílogo.
Mi último curso en la escuela de Torrebaja fue el de 1963-64. En abril de ese año formalicé la inscripción para la prueba de Ingreso en el Instituto de Enseñanza Media José Ibáñez Martín de Teruel, cuyo examen realicé durante el mes de junio. El mes anterior había recibido el sacramento de la confirmación de manos del obispo auxiliar de Valencia, don Rafael González Moralejo (mayo 19). Durante el siguiente curso (1964-65) hice el primer año de Bachillerato en el colegio-patronato Sagrada Familia y San Ignacio de Loyola de Barcelona (que se hallaba en el cruce de la calle Córcega con Cerdeña), examinándome como alumno libre en el instituto Auxiàs March de la misma ciudad -zona de Pedralbes-: allí rendí el resto de cursos del bachiller elemental, incluido el quinto del superior, siguiendo el plan de estudios vigente (1957). De Barcelona me trasladé a Valencia, donde continué los estudios medios y universitarios...

Los recuerdos de mis años de colegio en Torrebaja constituyen un reflejo del nuevo orden en la cultura y la educación española que trajo la victoria de Franco en la incivil contienda (1936-39). La característica principal de aquellos años fue el centralismo político, el autoritarismo cultural y el tradicionalismo religioso, claros exponentes de la Ley de Educación Primaria del 17 de julio de 1945. La construcción de las nuevas escuelas de Torrebaja constituyó un acontecimiento sin precedentes en la historia local. Aunque compartiendo edificio, alumnos (y alumnas) estábamos separados, incluso para los recreos. Los maestros gozaban de un respeto y una autoridad hoy inimaginable, hasta el punto que tutearles hubiera sido inconcebible.

Entre mis compañeros de clase no había niños que pasaran hambre, pues, aunque algunos se comían todo el queso que daban y repetían ración de leche en polvo, la mayoría no apreciaban los lácteos y los tiraban, especialmente el queso, alimento al que no estábamos acostumbrados. Preferíamos el desayuno tradicional, basado en café de malta con sopas de pan duro o los almuerzos de huevos con algo del frito. En Torrebaja tampoco conocimos la suciedad ni la miseria, pues los niños íbamos correctamente vestidos, con ropa sencilla y sin grandes remiendos, calzados con zapatos, botas o alpargatas, los pantalones bombachos o cortos sujetos por tirantes y con el cabello rapado casi al cero o con leve tupé; además, las inspecciones de manos y uñas eran frecuentes. Alguna vez recuerdo haber tenido piojos, con la consiguiente preocupación de los padres: había que raparse, lavarse la cabeza con vinagre y “peinar las liendres”…, pero la infestación no era frecuente, constituyendo, como ahora, pequeñas epidemias periódicas no asociadas a la falta de higiene.

Existían los castigos corporales, el palo y la regla de palmear, los tirones de orejas y algún coscorrón, pero nunca guantazos en la cara o patadas en el trasero. Otros castigos como “sin recreo”, “cara la pared” o “de rodillas”… eran frecuentes. También la copia repetida de algunas frases didácticas o alusivas a la falta cometida. El sistema educativo y el contenido docente se hallaban muy condicionados por la política y su vinculación con la Iglesia Católica, cuya influencia fue evolucionando con el tiempo hacia posturas más liberales. Ha pasado medio siglo desde entonces, y de aquel tiempo sólo nos queda el recuerdo teñido de nostalgia; sin duda que hemos mejorado en muchas cosas, aunque otras quedaron por el camino. No obstante, si echamos la vista atrás -sin ira ni reproches- seguro que encontramos muchos valores aprovechables, tanto más si aceptamos como válida la sentencia del actual ministro de Educación, Cultura y Deporte José Ignacio Wert: "una sociedad vale lo que valen sus maestros". Vale.

 




1 SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo (2009). Estudio antroponímico del censo escolar del municipio de Torrebaja a mediados del siglo XX, en Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. II, pp. 309-313.
2 ID (2009). Las “Escuelas Nacionales” de Torrebaja en el decenio de 1655-65, en Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. II, pp. 319-326.
3 ID (2009). Acerca del asesinato de Ángel Tortajada Gea (1901-1936), en Del paisaje, alma del Rincón de Ademuz, Valencia, vol. III, pp. 451-463.
4 ID. Del nuevo y viejo Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia), en la web Desde el Rincón de Ademuz, del lunes 2 de enero de 2012.
5 ID. La plaza de Torrebaja en mi infancia, en la web Desde el Rincón de Ademuz, del viernes 28 de octubre de 2011.
6 El nuevo grupo escolar para las Escuelas Nacionales fue inaugurado por el gobernador Civil de Valencia, don Jesús Posada Cacho, siendo alcalde de Torrebaja don Avelino Esparza Gómez (1956-70).
7 MADOZ (1847), tomo VI, p. 42.
8 CALVO NARCISO, A., Recuerdos breves, en: Voces que llegan de lejos, Ababol 6 (1996) 29-30. BLASCO ÁLVARO, B., Mis años escolares, en revista Ababol 15 (1998) 5-7. CALVO NARCISO, Leandro. Recuerdos de mi corta Enseñanza Primaria en la escuela nacional de Los Santos (1930-36), en revista Ababol 23 (2000) 6-9 y Ababol 24 (2000) 4-6.
9 Al decir del historiador Stanley G. Payne (1934): <No sería excesivo afirmar que la Guerra Civil española fue la experiencia más traumática por la que tuvo que pasar la Iglesia católica en un país de Europa occidental en la Edad Contemporánea. La persecución de la religión y del clero en la zona republicana sólo fue igualada, o quizá sobrepasada, por la que ejercieron los comunistas durante la Revolución Rusa (1917). Para los nacionales, sin embargo, la religión fue un apoyo –algunos sostienen que el más fuerte- y una motivación durante todo el conflicto. Por tanto, el triunfo de éstos fue, mutatis mutandis, un triunfo del catolicismo, que presidió un resurgir religioso de características casi fundamentalistas, sin parangón en cualquier otro país occidental europeo>. Vid PAYNE, STANLEY G., El primer franquismo, 1939-1959. Los años de la autarquía, Edita Información e Historia, S.L., Historia 16/ Temas de Hoy, S.A., Colección Historia de España 28 (1997) 82-89.
10 GÓMEZ PÉREZ, R., Política y religión en el régimen de Franco, Barcelona, 1976.
11 Archivo Histórico Parroquial de Torrebaja [AHPTb] Reseñas en los Quinque libri. Don Rafael González Moralejo era por entonces obispo titular de Dárdano y auxiliar del arzobispo de Valencia, don Marcelino Olaechea y Loizaga (1946-66).
12 Dicha publicación, dos hojas tamaño folio, se leía con agrado, pues contenía secciones para los distintos lectores de la casa: enseñanzas evangélicas, cuentos, curiosidades, recreativos (cantares, fuga de vocales, acertijos, chistes…), página agrícola, cocina, cultura y meteorología (¿Qué nos traerá el tiempo?, en cuyo epígrafe se veía un curioso personaje con sombrero mirando la luna con un telescopio). Mi padre se lo leía de cabo a rabo y mi madre, más práctica, sólo lo que le interesaba. Lo que más nos gustaba a mí hermano y a mí era una tira de viñetas ilustradas, donde se contaban historietas seriadas: Lazarillo de Tormes, La aventura del gitano, Tarde o temprano, Cascabel, La Noche Buena de Francisquito, Historia de “Cascarilla”, Abnegación, Santa Teresita del Niño Jesús, Historia de Tobías, Juan Miseria, etcétera.
13 TORRES, Federico (1963).  Mundo e Historia, Editorial Miguel A. Salvatierra, Barcelona, p. 58.
14 GARCÍA DE CORTAZAR, Fernando (2004). Los mitos de la Historia de España, Quinta edición, Madrid, p. 314.

Tras el acto de inauguración del nuevo Grupo Escolar de Torrebaja (Valencia),
siendo alcalde don Avelino Esparza Gómez (izda) y don Jesús Posada Cacho (centro),
gobernador civil de Valencia, ca.1961-62
[Foto Archivo Las Provincias].

Fuerzas vivas de Torrebaja (Valencia) durante un acto oficial en la carretera,
con los maestros -don Juan García Pardo, segundo izda., una maestra y don Eladio Arnalte Vicente-
y el señor alcalde, don Alfredo Sánchez Esparza, ca.1950-55.

Niño de las Escuelas Nacionales de Torrebaja (Valencia); años 60, mediados.

El nuevo Grupo Escolar de Torrebaja (Valencia) en su fachada de poniente,
desde la calle Fuente; años 60, mediados.

El nuevo Grupo Escolar de Torrebaja (Valencia) en su fachada meridional,
desde la avenida de la Diputación, con el piso todavía de tierra
; años 60, mediados.

Niñas de las Escuelas Nacionales de Torrebaja (Valencia), años 1945-50.

Niño de las Escuelas Nacionales de Torrebaja (Valencia), años 1945-50.

Antigua Escuela Nacional de Sesga-Ademuz (Valencia), con detalle de estufa y pupitres (2009).

5 comentarios:

Irina dijo...

Me llamo Iris y estudié hasta los doce años más o menos en las escuelas Nacionales de Castielfabib. Me ha traído a la memoria muchos recuerdos de aquella época el descubrir esta página, y como buena republicana me he reído un buen rato al ver las fotos de los niños con el mapa de fondo, sobre todo al darme cuenta de que lo que se ve más claramente es el mapa de Rusia..
Conservo mi foto, con el libro abierto sobre el pupitre , el mapa de España detrás, y la cara de circunstancia que mandaban los cánones.
A las niñas se nos acicalaba especialmente para ese momento y yo salí preciosa con mi permanente recién hecha, jaaaa, jaaaa.
Bromas a parte. A pesar de las circunstancias, más duras para unos que para otros seguramente, fue una época de mi vida que recuerdo con nostalgia, pues de alguna manera el hecho de ser niño durante la post guerra te unía de un modo especial.
Me ha encantado ver los pupitres y la estufa de leña.
Gracias por la oportunidad de poder expresar mis recuerdos.
Animo y felicidades por este blog.
Iris

Unknown dijo...

Mi nombre es Francisco Castilla Monzó y nací en enero de 1952, cursando mis estudios elementales y bachillerato en el Patronato de la Sagrada Familia y San Ignacio de Loyola, en la calle Cerdenya esquina con Corcega de Barcelona por las edades intuyo mas o menos curso arriba o curso abajo, que coincidimos con los mismos profesores Antonio Jara y Serviliano Jara. Creo que puedes recordarlos ya que eran una institución en el colegio. Solamente estaba buscando recuerdos del colegio.Saludos Francesc

Jorge Alonso Berzosa dijo...

Estoy realizando un trabajo para la puesta en valor de los maestros de escuela, y para ello estoy buscando el nombramiento de hijos predilectos o adoptivo, o que tengan una calle a su nombre en algún pueblo o aldea del Rincón de Ademuz o los Serranos. Me pongo en contacto con usted porque creo que es la persona adecuada para orientarme. Muchas gracias.

ALFREDO SÁNCHEZ GARZÓN dijo...

Hola, Jorge Alonso Berzosa: así al pronto, no recuerdo que haya algún pueblo de mi zona que tenga una calle a nombre de algún maestro, ni nombramiento de hijo predilecto o adoptivo; no obstante, haré memoria y si hubiera alguno se lo haré saber. Sí recuerdo que hubo un acto de homenaje de un grupo de antiguos alumnos de Los Santos (Castielfabib), que homenajeo en 2011 a don Bernardo-Manue Pérez Gimeno, su maestro en los años cuarenta-cincuenta. Le adjunto la reseña, por si fuera de su interés: http://www.desdeelrincondeademuz.com/2012/08/ramon-manas-aguilar-natural-de-los.html Un cordial saludo.

artroposfera.es dijo...


En épocas antiguas, las escuelas estaban más cerca de la naturaleza, donde niños jugaban con insectos y lagartos, aprendiendo de su entorno. Una conexión perdida en la era moderna.