miércoles, 18 de febrero de 2015

DE TORREBAJA A PARÍS Y ÁMSTERDAM VÍA BRUSELAS: UN VIAJE DE IDA Y VUELTA (I).

Evocación y reflexiones acerca de aquel viaje, agosto de 1971.




“La vaguedad nunca ha producido nada.
Es lo concreto lo productivo.
[...] No se dejen impresionar por el qué dirán. Opinen.
Defiendan su libertad de gustos y de juicios.
Piensen en la diferencia entre una rosa y una m...”
-Josep Pla (1897-1981)-.







Palabras previas.
Todos o casi todos tenemos nuestro particular “Cuaderno gris” –me refiero, lógicamente, al célebre dietario de Josep Plá (1897-1981), el payés universal-; bien es cierto, sin embargo, que la mayoría de los mortales no llegamos a escribirlo –cabría agregar, “por suerte”, ya que probablemente sería demasiado tedioso.

A este tipo de escritos, en los que el autor escribe sobre sí mismo, sobre lo que siente, recuerda u observa, se les ha llamado “literatura del Yo”. La expresión parece venturosa, y seguramente lo es; aunque no todo el mundo aprecia este tipo de textos, artículos, entradas o lo que sea que fueren. Al respecto, en un suelto de Andrés Trapiello (El País, 2007) se mencionan los Ensayos (1580) de Montaigne (1533-1592), obra que por cierto no he leído -aunque la tengo en la lista de las pendientes por leer-, en cuyo prólogo el escritor francés escribe: “Yo soy la materia de mi libro". Como digo, desconozco el contenido del libro, pero creo entender lo que quiere decir. Porque en cualquier libro su autor no habla de otra cosa que de él, escriba de lo que escriba. Es más, soy de los que piensan que cualquier escritor suele escribir siempre sobre lo mismo, hasta el punto que su obra completa es el mismo libro ampliado, retocado, mejor o peor escrito, bajo uno u otro disfraz estilístico, pero siempre el mismo y diciendo de lo mismo, bajo cualquier pretexto. Esta es mi opinión, pero como el tema puede ser objeto de polémica, que cada cual apechugue con la suya...

Días atrás, buscando en un arcón que tengo en la cambra, encontré una carpetita con algunos documentos, cartas, postales, mapas, planos... Entre las cartas había algunas con el formato típico de las utilizadas para la “vía aérea” de hace años, quiero decir con el borde enmarcado por unas figuras geométricas rojas y azules. No sé cómo serán hoy las cartas que se envían por avión, porque hace años que no envío epístolas por este medio. Algunas de aquellas tenían matasellos francés, y estaban dirigidas a mi nombre. En el remitente, sin embargo también figuraba mi nombre... Mi picó la curiosidad y abrí una de ellas, entonces lo comprendí. Se trataba de cartas escritas por mí, desde París, a mi padre en Torrebaja, Valencia, España. Mi padre y yo compartimos el nombre; y el primer apellido, claro. Y correspondían a un viaje que hice por varios países de Europa en agosto de 1971.

La lectura de aquella carta me provocó un sinfín de emociones y recuerdos, en un instante se agolparon en mi memoria infinitud de imágenes aparentemente olvidadas de aquel asombroso verano por Francia, Bélgica, y Holanda..., viajando en autoestop y en tren. Cuando transitamos por el camino de la madurez, recordar la juventud puede resultar emotivo, a la vez que patético. Si se me diera la oportunidad, no estoy seguro de que quisiera volver a aquellos años de plenitud, conociendo lo que vino después. Porque la dulce juventud no viene sola, conlleva también momentos amargos, de esfuerzo, pérdidas y dolor. Quiero decir que si volver atrás en el tiempo implicara revivir los momentos de sufrimiento por la muerte de mis padres, por ejemplo, creo que diría que no. Dejemos, pues, que la vida continúe su curso...

 
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Vista del camino de las Escuelas al puente del Ebrón en Torrebaja (Valencia),
actual Paseo de la Diputación (ca.1965).

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Vista del actual paseo de la Diputación en Torrebaja (Valencia),
con el puente sobre el Ebrón en primer plano (2015).


Antecedentes de mi viaje por Europa.
El curso 1970-71 fue para mí prodigioso, estupendo, fenomenal... Fue el primer año que estuve fuera de la casa de mis padres, en Valencia, sin la protección y el amparo que había tenido en Barcelona viviendo con mis tíos. Aquel curso lo viví de forma intensa y plena, libre y responsablemente. Procedía yo de Barcelona, donde había estado cursando el Bachillerato Elemental, y el comienzo del Superior. En vista de que no progresaba mis padres decidieron mi traslado a la capital del Turia, allí me matricularon en la Escuela de Enfermería, Facultad de Medicina, para estudiar lo que entonces se denominaba Ayudante Técnico Sanitario (ATS), y después Diplomado en Enfermería (DuE). A la vez me matriculé como alumno oficial nocturno en el Instituto Nacional de Enseñanza Media “Luis Vives”, de dos asignatura de 5º que me quedaban y de 6º curso completo.[1]

No logro recordar cómo sucedió, pero por entonces yo estaba entusiasmado con viajar, quizá efecto de mis lecturas juveniles, no sé. De los años previos recuerdo una serie de artículos publicados en La Vanguardia Española de Barcelona, en los que se relataba la aventura de un viaje en el Transiberiano, de Moscú a Vladivostok, ciudad del lejano oriente ruso; aquella serie me encantaba, decía de la gente, de sus costumbres, de lugares y paisajes. Fue quizá de este tipo de narraciones de donde provino mi afición a los viajes, a este que contaré y a otros muchos que hice después. El caso es que les propuse a mis padre un acuerdo, si aprobaba todo me dejarían hacer un viaje a París. Ellos aceptaron de inmediato, no pusieron objeción; conociendo mi currículo académico pensaron que no se habrían de ver en el aprieto de cumplir su palabra y dejarme marchar. Porque lo cierto es que yo siempre he sido mal estudiante, aprobando a trancas y barrancas... Aunque no crean, le ponía voluntad al estudio, pero me distraía mucho, en especial con la lectura y los juegos. Mas la libertad me sentó bien, aproveché mucho el tiempo, le cogí gusto a los libros de texto, incluso a las matemática y la química –cosa impensable en mí, a quien siempre han mareado los números-. Puesto a ser sincero diré que todavía cuento con los dedos... En algún momento esto me acomplejó, hasta que entendí que la inteligencia no es algo monolítico, compacto, de una pieza. Quiero decir que alguien que calcule rápido y bien no es más inteligente que otro que tenga que utilizar los dedos o la calculadora. Hoy se habla de la inteligencia emocional, porque la inteligencia es algo complejo, que abarca aspectos muy distintos del individuo. De hecho he conocido personas muy dotadas intelectualmente que han resultado un desastre en sus relaciones sociales o amorosas. ¡Seguro que ustedes también las han conocido! Porque esto, saber desenvolverse en la vida y tener éxito en los afectos, también es inteligencia... Propiamente, el más inteligente es el que consigue armonizar mejor todos los aspectos de la persona, cuyo fin último es o debería ser la felicidad. Ya lo decía no sé quién, pero fuera quien fuera lo suscribo: La vida es una lucha, la felicidad una conquista... La inteligencia puede ayudarnos en el trance, mas no garantiza el triunfo.



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Detalle de la carta remitida al autor por la Oficina de Viajes de la Delegación de la Juventud de Valencia, relativa a la obtención del Carnet Internacional de Albergues (1971).

Volviendo al hilo de lo que decía, todo fue que pese a haber sido hasta entonces mal estudiante, aquel curso aprobé todas las asignaturas de los cursos en que me había matriculado. En ello debió contribuir la situación de libertad en la que me encontraba, la ilusión y la madurez personal. Sea como fuere, constituyó una gran alegría para todos, para mí y para mi familia; para mis padres supuso además cumplir su compromiso de dejarme marchar a París... Antes de marcharse debía resolver la cuestión económica, pues dinero no tenía. La intendencia es importante en cualquier actividad, no basta con la ilusión y la buena voluntad. Por aquella época estaban construyendo en Torrebaja el camino de las Escuelas al puente del río Ebrón, lo que después sería el Paseo de la Diputación; y me ofrecí como peón. El maestro de obras era Constantino Aparicio, que a falta de otro obrero mejor me cogió. Era aquel un trabajo pesado, encofrando, acarreando grava, amasando cemento..., todo el día bajo el sol. Y el tío Constantino encima, que no te dejaba parar... Después trabajé con Ramón Blasco, en el jardín de la plaza del Ayuntamiento, que se estaba remodelando por entonces. Con Blasco el trabajo era más llevadero, aunque tampoco paraba. El desempeño de aquellas labores me proporcionó unos miles de pesetas, que me vinieron muy bien para mi viaje...



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Detalle de "La Tour Eiffel" (1889), cuadro al óleo de George Pierre Seurat (1859-1891),
fundador del Neoimpresionismo
[Tomado de Wikipedia, La enciclopedia libre].


Mi propósito era marcharme en autostop, de facto ya tenía alguna experiencia en ello, pues había venido alguna vez por este medio desde Barcelona. En cierta ocasión vine con José Manuel Pinazo, un compañero que luego emigró a México, y que falleció joven. ¡Descansa en paz, amigo! Parece, sin embargo, que aquel iba a ser mi año de suerte, pues hablando mi madre con Tonica la Tata resultó que ella, su marido y su hijo Joaquín se marchaban por entonces a Holanda, donde trabajaba Antonio. Como les cogía de paso, no tuvieron inconveniente en llevarme en su coche hasta París...

Apenas recuerdo nada del viaje de ida, quizá porque la mayor parte del trayecto fue de noche, sólo que yo me dejaron en Versalles... Sin embargo, en las notas de mi diario leo: “Franco Assasin” –estas son las primeras palabras que leo en francés al atravesar la frontera-. El texto refleja el ambiente social y político de aquellos años previos a la transición. Yo llevaba una pesada mochila con mis cosas y un pequeño macuto en bandolera. Aquella noche dormí en el garaje de una estación de ESSO que encontré abierto, en un rincón entre dos coches, sobre una manta tendida en el suelo; a la mañana siguiente, lo primero que vi al salir fue la silueta de la torre Eiffel a lo lejos, envuelta en una densa bruma. ¡Ahora si que estoy en París! -me dije-. Ese fue el comienzo de aquel episodio: un viaje es como la vida, una aventura que no sabemos cómo terminará...



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Detalle de postal con una "Puesta de sol sobre Notre-Dam y la isla de la Ciudad" en París (Francia), 1971.

Antes de continuar, veamos lo que dice aquella carta escrita a mis padres desde París:
  • Queridos papás y hermanito:/ ¿Qué tal? Yo por ahora, estoy estupendamente. Supongo ya habrán recibido la postal que les mandé./ Llegué a París el Sábado. Los de Holanda/ me dejaron en Versailles, que es un pueblo, por/ cierto precioso, distante unos 10 kilómetros de París./ Este Versailles está lleno de jardines y palacios. Encontré rápidamente el albergue de la Juventud,/ gracias al metro, que es grandioso, moderno [...] y muy completo./ Aquí en el albergue encontré, como les dije,/ a cinco españoles. Tres eran chicas catalanas y/ hablé en catalán con ellas. Un chico era también catalán y venía de Bélgica y Luxemburgo./ Las chicas venían de Londres. El otro español se marchaba para España [...]./ Dos días antes había estado otro español/ que se había marchado para Holanda./ La misma noche que yo vino otro español de Vitoria, Manuel, que había estado en un campo/ internacional de trabajo. Enseguida hicimos amistad y visitamos París juntos. Es estudiante/ de “Preu” letras, y le han tumbado el francés./ He visto muchísimas cosas. Estuve el otro día en la catedral de Notre-Dame escuchando un oficio. Es algo grandioso. Un sacerdote habló unas palabras en español. Yo me emocioné. Habíamos más de 9.000 personas// en la catedral./ Como sabrán, Notre-Dame está en “L`ille de la Cité”, que es una isla del Sena./ Hoy he estado en “Le Sacré Coeur de Montmartre”, algo divino. Es una iglesia fabulosa. Ya la verán por postales./ Los postales son baratas, 1F 4 tarjetas. Las compro en las tiendecillas de la ribera del Sena. Es algo muy típico./ He visto la torre Eiffel, fantástica. La Cine-/mateca francesa. Los jardines de Versailles/ y Luxemburgo. El arco del Triunfo que está en la place de l`Etoile. En la place de la Concorde, el/ obelisco que Napoleón trajo de Egipto./ He visitado el barrio Latino y el boulevard St Michel. El erótico barrio de Pigalle con sus sales de strip-tease, etc./ En fin, tantas y tan buenas cosas he visto que no sé que más contar./ Con el idioma de defiendo bastante/ bien. El francés más perfecto es el de París,/ y los parisinos lo hablan al igual que los/ andaluces el castellano, por lo que resulta bastante difícil de entenderlos y más si hablan rápido./ Por el día practico francés con la gente,/ en las tiendas y con el primero que se presenta./ Por la noche con los del albergue. Aujourd´hui he hecho amistad con un señor mayor, es árabe, pero habla muy bien français.// Ayer fuimos a la embajada y nos dieron un/ pase para todos los museos, nos lo cuña-/ron en la oficina de “Musée du Louvre”, que/ es donde está el director de los mu-/seos franceses. Con él hemos entrado en el/ Louvre, que vale 3f. Necesitaremos para verlo/ 3 ó 4 días, pues es más grande que todo/ Torre-Baja. Hemos visto un poco de pintura, “la Monna Lissa” de Leonardo/ de Vinci. Había cola para verla, y un guar-/dia al lado. Su sonrisa es fascinante./ También vimos algo de escultura, grabados/ y pintura egipcia, preciosa y exótica. Todo reliquias del país de los faraones. Momias y demás./ Me quedan alrededor de 250F.He gastado/ muy poco y he visto mucho. Me ha salva-/do la comida que me traje, y aún me que-/da bastante. Cada día bebemos 1,5 litros de leche/ cada uno. Compramos 1 botella de leche para/ cada comida. Desayuno, comida y cena./ Alguna vez nos llevamos la leche sin pagar./ Quisiera que estuvieran tranquilos, yo estoy muy bien./ Ya me conozco bastante la ciudad y no me/ pierdo; además, llevábamos un plano./ Le he mandado una postal a cada una de las/ tías y también a la Argentina. Igualmente a mis amigos./ Les estoy escribiendo desde las escalinatas que/ dan a la Cinemateca francesa, pues quiero ir a ver/ una película. Para los estudiantes sólo cuesta tres/ francos. Este edificio está frente a la Torre Eiffel./ Desde aquí se ve grandiosa en toda su altura. A sus/ pies los jardines con el césped y los árboles todos/ verdes y muchas flores, hay también mucha/ gente. Esto es fabuloso, muy bonito. París es una/ de las ciudades más cosmopolitas del mundo./ Hay gentes de todas las razas, colores y credos./ Otra cosa que me gusta mucho es la libertad/ que se tiene para todas las cosas; aquí nadie te dice nada hagas lo que hagas, digas/ lo que digas o creas lo que creas. Esto es muy lindo./ Lo que más siento estos días es que no puedan/ estar Vds., aquí junto a mí; los cuatro juntos./ Los horarios por aquí son muy diferentes; a las/ 10 de la noche no se ve un alma por la calle,/ todo e mundo está en su casa. Por la mañana a/ las 6 ya están arriba./ Estoy contento y lo paso muy bien. Iré pronto./ Les ruego estén tranquilos. Me han ocurrido/ cosas muy graciosas que ya les contaré y se/ reirán. Besos y abrazos de su hijo y hermano que les quiere. Alfredo. París, a 11-VIII-71.

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Postal con detalle de "Les Bouquinistes del Quai de la Tournelle" en París (Francia), 1971.


La carta está datada en París, el miércoles 11 de agosto de 1971; tenía yo 19 años recién cumplidos... Debí sentirme como todo joven a esa edad, con la sensación de tener toda la vida por delante y el mundo a los pies. Después he comprobado que esto nunca es así, que es uno el que al final se pone a los pies de la vida, y que la vida no es ninguna broma, aunque hay que tomársela con humor. En mi caso lo que tenía a mis pies eran los “Jardins du Trocadéro”. Al otro lado del Sena estaba la “Tour Eiffel” y el Campo de Marte, ya que me hallaba sentado en la escalinata de la “Cinémathèque Français”, entonces ubicada en el “Palais de Chaillot”. Se me enternece el ánimo al ver el comienzo del texto, “Queridos papás y hermanito”. Haciendo cálculos veo que mi padre tenía entonces 66 años, mi madre 57 y mi hermano 15 años; se hallaban pues en plena juventud. Digo esto porque yo también me siento joven, con una edad intermedia entre la de mi padre y la de mi madre entonces. No recuerdo, sin embargo, llamar a mis padres “papas”, mas resulta evidente que por lo menos hasta entonces así les llamaba. Otra cosa que debió cambiar por entonces entre nosotros fue el tratamiento, ya que cuando digo “Supongo ya habrán recibido la postal que les mandé” les estoy tratando de usted. Pero en nuestra vida adulta, tanto mi hermano como yo siempre tratamos a nuestros padres de tú. El cambio debe verse como un signo de los tiempos, pues nosotros siempre les oímos a ellos tratar a sus padres de usted... Alude el texto a una postal que les había enviado; lo cierto es que aquella fue la primera de las muchas que les escribí en aquel viaje, como forma de tranquilizarles, para que supieran más o menos donde me encontraba en cada momento. ¡No obstante los años, todavía conservo aquellas postales!



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Postal con "La Conciergerie et la Flèche de la Sainte Chapelle" al fondo en París:
el también llamado "Palais de la Cité" fue la antigua residencia de los reyes franceses (1971).

Indico que “Llegué a París el Sábado”, que era 7 de agosto. Cuando nombro a “Los de Holanda” me refiero a Antonio, Tonica y su hijo Joaquín, familia de Torrebaja que iba camino de aquel país, donde el padre trabajaba en una multinacional. Tonica era hija de Antonia y Román, (a) los Tatas, unos vecinos de mis padres con los que siempre mantuvieron excelentes relaciones. Años después, hablando de aquel momento, cuando “me dejaron en Versailles”, Tonica me dijo que ellos se marcharon angustiados, pensando qué sería de mí. Yo me quedé tan pancho, sin la menor inquietud. Lo único que sentí es no haberles pedido su dirección, pues en aquel mismo viaje acabé llegando hasta Ámsterdam. Pero esto es adelantar la historia... Pasé el resto de la tarde visitando Versalles, algo más que un pueblo, y ciertamente precioso, con inmensos palacios y jardines como no había visto en la vida. Escribí en mi diario: Anoche, cuando me dejaron Antonio y Tonica, caminé desde Versalles hasta París, pasando por Sevres. De noche los palacios y jardines de Versalles me parecieron magníficos, rebosantes de historia y realeza. Caminé con un cartel colgado en la mochila, indicando “París”. No me paró nadie. Cuando me cansé de caminar entre en el garaje de una estación de ESSO que estaba abierto, para pasar allí la noche. Entré, tendí la manta en un rincón entre dos coches y me dormí. Allí he amanecido esta mañana. Al salir a la calle lo primero que he visto es la silueta de la Tour Eiffel a lo lejos, envuelta en una densa niebla. Acabo de salir del lavabo y me encuentro muy bien, tranquilo. Estoy escribiendo en las escaleras del “Parc de St Cluod” en Sevres, frente al Centre Intenational d`Etudes Pedagogiques, son las 7:55 horas. El tejado del edificio es de pizarra, el parque muy grande, con césped y muchas flores, bonito de verdad; pero no tiene una triste fuente donde beber y asearme. Es cierto que nací en una pequeña localidad, pero conocía la ciudad –Barcelona y Valencia-, donde había vivido varios años; sin embargo, seguía siendo un chico de pueblo. No resulta extraño, pues, que me impresionaran aquellos versallescos edificios.


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Cartel oficial de la película "El acorazado Potenkin", de S.M. Eisentein (1925)
[Tomado de www.filmaffinity.com].


Desde niño me ha gustado el cine, y todavía me apasiona. Mis películas preferidas en la infancia fueron las del oeste. Nunca olvidaré la primera vez que vi Los siete magníficos, película de John Sturges (1960), con Yul Brynner, Steve McQueen, Charles Bronson, James Coburn, Horst Buchholz, Robert Vaughn, Eli Wallach y Brad Dexter en el “Cine Resman” de Torrebaja. La película es ciertamente estupenda, tiene argumento, acción, buena realización y mejor dirección. Lo que más me gusta de ella, sin embargo, es el final, cuando el chico joven regresa al pueblucho para quedarse con su chica. Triunfa el amor por encima de todo lo demás, y el pistolero cambia su vida de violencia por la más pacífica de granjero o cultivador, solo por amor. La chica, en verdad, lo merecía: se trataba de una Rosenda Montero en plenitud. Mi problema ahora es encontrar una película que sea de mi agrado. A una película le pido lo que a un libro o una obra de teatro, que me divierta, que me distraiga, que me ilustre, que me emocione al fin. Pero ya digo, cada día me resulta más difícil encontrar una que me satisfaga... Aquel verano en París descubrí la cinemateca francesa, yo no sabía ni remotamente de su existencia. Me la descubrieron los españoles con los que me relacionaba, algunos del albergue de la juventud donde dormía y otros que conocí visitando la ciudad. La cinemateca francesa se fundó a mediados de los años treinta y tiene como objetivo coleccionar, restaurar y conservar el patrimonio cinematográfico mundial, no solo francés. Mi primera película en la cinemateca fue Le Cuirassé Potenkin, de S. M. Eisentein (1925), una cinta muda, emblema de la filmografía rusa, paradigma de la propaganda revolucionaria y una de las mejores películas de todos los tiempos. Sin duda por el lenguaje que utiliza y la potencia de las imágenes, que narra el motín del acorazado Potenkin de 1905 contra los oficiales zaristas. Todos los asistentes a aquella proyección estábamos arrobados, como asistiendo a una procesión de imágenes religiosas. Esto fue el martes 10 de agosto, en la proyección de las 18:30 horas. Aquella experiencia me resultó impresionante, pues yo no dejaba de ser un joven de Torrebaja, en el Rincón de Ademuz, esto es, un chico poco formado y con mentalidad pueblerina



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Cartel oficial de la película "Viridiana" de Luis Buñuel (1961)
[Tomado de www.filmaffinity.com].

Otro día fuimos a ver Viridina, de Luis Buñuel (1961), película como la anterior prohibida entonces en España. Esto fue el viernes 13 de agosto, en la proyección de las 20:30 horas. No, no es que yo tenga una memoria prodigiosa para las fechas, es que lo estoy leyendo en un programa que conservo en recuerdo de aquella aventura. Pero bien hubiera podido acordarme incluso de la fecha y hora de la sesión, pues ambas películas me impactaron... Yo era un cinéfilo en ciernes, pero aquello no lo había visto nunca: ni en Torrebaja, ni en Barcelona ni en Valencia se veía aquel tipo de cine. Me chocó mucho también escuchar la película en español, con subtítulos en francés, pues en el cine “Xerea” de Valencia, una sala considerada entonces de Arte y Ensayo que yo frecuentaba, lo habitual era ver películas en algún idioma extranjero con carteles castellanos; algunas de aquellas cintas eran verdaderos tostones, pero como queríamos ser modernos y no desentonar las veíamos con recogimiento, especulando sobre lo que querían o no decir. ¡Estuvo bien la experiencia con Viridiana, por una vez me sentí diferente, esto es, superior, orgulloso de mi idioma! Muchos de los asistentes a aquella proyección éramos españoles, y en ciertos momentos algunos de ellos aplaudían. Yo tenía bastante con mirar y escuchar... Después he visto varias veces más aquella película, pero la impresión de aquella primera vez fue anonadante. La sala de proyección de la cinemateca era más bien pequeña y estaba muy solicitada. La tarde que vi Viridina por poco me toca pasar la noche “á la belle étoile”, pues el albergue donde dormía estaba lejos del centro, en la avenida de Jean Jaurés, y cerraban a las 22:00 horas.

Fragmento del programa de la "Cinémathèque Français" durante el verano de 1971 en París (Francia), cuando se hallaba en el "Palais de Chaillot".

El domingo 15 de agosto volvimos a la cineteca para ver un film “avant-garde” (vanguardista), titulado Dada et Surréalisme: Viking Eggeling, H. Richter, M. Ray, F. Léger, Picabia, R. Clair, A. Artaud, Hugnet, S. Dalí, L. Buñuel. La cinta era muda y muy extraña, más bien me pareció una broma; pero debía ser muy buena, pues la gente de la sala la seguía con unción. No, yo no comprendí nada, si es que había algo que entender. Poco o nada sabía yo entonces de Dadaísmo ni de Surrealismo; tras ver la película seguí sin saber. Después he sabido que el primero era un movimiento artístico y cultural de principios de siglo, cuyo mayor exponente fue un rumano de nombre Tristán Tzara (1896-1963). Si no entiendo mal, el dadaísmo se opone al convencionalismo del arte burgués, y en lo profundo al racionalismo positivista. El dadaísmo se expresa a través del arte, de la pintura, de la escultura, de la poesía, del cine, incluso de la música. Esencialmente, sin embargo, lo que pretende el provocar, ¡que no es poco!, estando su origen en la apatía, falta de interés y desencanto de los artistas de entreguerras. En cualquier caso, las imágenes de aquella película no te dejaban indiferente.







[1] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Anecdotario rinconademucense (VII y VIII), en la web Desde el Rincón de Ademuz, del lunes 9 de febrero de 2015.

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