miércoles, 12 de febrero de 2014

EN MITAD DE LA INVERNADA.


Reflexiones y soliloquios de un lugareño.


“El buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo,
 pues cada cual piensa que posee buena provisión de él”
-René Descartes (1596-1650),
pensador y filósofo francés-.




Climatológicamente hablando, este invierno está siendo bastante irregular en el Rincón de Ademuz, y por extensión en otros lugares de esta zona geográfica del poniente valenciano, entre Cuenca y Teruel; al menos a mí me lo parece.

Hoy 11 de febrero el día ha amanecido triste, con el cielo gris plomo, no se mueve una brizna de aire, tampoco hace frío, como si fuera a nevar... pero ni nieva ni llueve. Para variar de actividad tras los últimos trabajos sobre epidemiología descriptiva publicados, en los que había abordado el tema de las causas de muerte en Torrebaja durante tres periodos históricos de la primera mitad del siglo XX, culminados en una última entrada, donde trato de las conclusiones,[1] había pensado coger la moto y subir al Hontanar: el Hontanar en un puerto de montaña a más de mil doscientos metros sobre el nivel del mar, que se halla en el trayecto del Rincón de Ademuz hacia Cuenca, vía Salvacañete. Poco más arriba de las casas y la fuente que dan nombre al lugar -justo por encima del caserío, frente a los viveros forestales-, hay un área de descanso con mesas y asientos desde donde puede contemplarse una de las vistas más espectaculares de la comarca: con el valle del Turia a nuestros pies y las sierras de Javalambre y Tortajada cerrando el horizonte al levante... Pero para disfrutar de la panorámica es mejor subir un día despejado, mejor en la primera hora de la tarde, con el céfiro a nuestra espalda, y los últimos rayos del sol poniente reverberando sobre las cumbres nevadas del Javalambre. Dejaremos la excursión para otro día...

Vista parcial de la plaza del Ayuntamiento de Torrebaja (Valencia),
con detalle del torreón de los Picos, anejo a la Casa Grande y al edificio Consistorial (2014).

Las cosas son como son, pero más importante que la misma realidad es la forma cómo cada uno la vive, y más todavía cómo la recuerda. Recuerdo otros inviernos más soleados y tranquilos, en que después de comer me apetecía salir a pasear por la orilla del río. Mis paseos suelen ser en compañía de mi mujer, aunque a veces, las menos, voy solo. Aunque hiciera frío, bastaba que la tarde fuera soleada, bien abrigados nos poníamos en marcha. Cruzábamos el Turia por el puente de La Palanca y continuábamos por el camino del Otro Lado –ya en término de Ademuz-: la vía discurre entre la margen izquierda del río y la variante de la carretera nacional 330 de Alicante y Murcia a Francia por Zaragoza a su paso por estos pagos, hasta el puente de Guerrero, frente al molino de Abajo -me refiero al molino del Señor, que otros llaman del Mayorazgo-. Durante nuestros paseos muy raramente nos encontramos con alguien, además de que hay poca gente los vecinos no suele pasear, como si estuviera mal visto. De encontramos con alguien, lo propio es detenerse para saludar y cruzar unas palabras, pero otras veces sólo hacemos un gesto con la mano -todo depende de quién se trate y del estado de ánimo de cada cual, pues todas las personas no estamos en la misma onda-. En cualquier caso, nada excusa la descortesía...

Pero como decía, este invierno es diferente, parece más desapacible y triste que el de otros años, será por eso que salimos menos y después de comer nos quedamos a sestear en el sofá, viendo los documentales de la dos en televisión... Nada tiene que ver tampoco este invierno y los de los últimos años con los de antaño, mucho más largos y rigurosos, en que las nevadas eran frecuentes e intensas, hasta impedir cualquier actividad en el campo, momento que aprovechaban los agricultores para recomponer los aperos y otra faenas, mazar alubias, desgranar maíz... Hablando de estos temas un amigo comentaba que en los años treinta y cuarenta caían una media 800 ml de lluvia al año, cuando ahora apenas llega a los 200 ml.  No sé qué será, o quizá sí lo sé y prefiero no expresarlo, pero cada año, cada estación y cada época de la vida es diferente y tiene su afán, hasta el punto que lo que en algún momento nos subyuga en otro nos fastidia. Los seres humanos somos así..., sea como fuere creo que siempre hay que luchar contra la apatía y la irresolución, contra el abatimiento y la molicie hacia la que el cuerpo tiende. Y digo esto consciente de no ser persona optimista, más bien todo lo contrario, soy un pesimista, lo que en estos tiempos equivale a ser un realista informado. Pero el que yo sea pesimista no significa que esté triste y melancólico, me río cuando algo me hace gracia, me gusta la vida y disfruto de ella, si bien a mi manera, como cada cual. Y aunque algo misántropo, no llego a ser huraño. Prueba de ello es que hace un par de semanas estuvimos mi mujer y yo en El Soto de Ademuz con unos amigos, comiendo calçots recién traídos de Tarragona; los asamos en una parrilla sobre brasas y los comimos con salsa romesco. Y como plato fuerte unos judiones de La Laguna del Marquesado (Cuenca). Entre la comida, la bebida y la buena compañía pasamos una tarde estupenda, al amor del fuego bajo, evocando yo en algún momento, en relación con los ricos calçots, el tiempo de mi adolescencia en Barcelona. No, aunque lo parezca no llego a ser huraño... Hay quien se entretiene yendo al bar, pero no es mi caso; si bien nada tengo contra los bares y la gente que los frecuenta. Simple cuestión de preferencias.

Vista general de Torrebaja (Valencia) en invierno, desde El Carril (2014).


Aunque salir menos me ha llevado a leer más..., ¡no hay mal que por bien no venga! Hace unos días terminé de leer un libro que me dejó algo descolocado, mejor desazonado: se trata de “Los misterios de Jesús” (1999), obra conjunta de Timothy Freke y Peter Gandy, traducida por Jordi Beltrán y con prólogo de Iker Jiménez. Trata del origen oculto de la religión cristiana, un tema inquietante. Yo soy creyente, católico practicante, y me apasionan estos temas. Ya sé que nadie me ha preguntado por mi fe, pero tampoco tengo por qué ocultarla. En el trato con las personas es conveniente saber de qué pie cojea cada uno, mejor saberlo de entrada que descubrirlo a destiempo. Respecto del libro, creo que siempre es bueno profundizar en el conocimiento de lo que uno cree. Creer no es un simple acto de la voluntad, como podría ser la cuestión ideológica en política, creer es algo más complejo, más íntimo y profundo. Aunque la ideología también puede llegar a ser muy visceral. En cualquier caso, huyo de los fanatismos. Tocante a la fe, estimo que no puede creer cualquiera, quiero decir que no basta con proponérselo..., aunque siempre es un buen comienzo. Porque esto de la fe es una gracia o un don de Dios –al menos eso dice la teología y yo lo creo, porque lo he vivido-. Hay quien opina que los creyentes son gente cobarde, personas que precisan de una esperanza a la que aferrarse para sobrevivir, aunque sea falsa. Yo pienso lo contrario, ya que hace falta mucho valor para creer y confesarlo en estos tiempos tan poco propicios para la mística, y mucho más para ser consecuente con lo que uno cree. Intuyo que ser creyentes nos ayuda a ser mejores, pero no forzosamente. No hablo de la fe existencial al estilo del pensador y siquiatra alemán Karl Jaspers (1883-1969), que la entendía como una “distensión entre la duda y la creencia”, sino de la fe religiosa, personal, espiritual, profunda. Aunque todo dependerá del individuo y sus circunstancias.

La tesis de los autores del libro de referencia viene a decir que en su origen el cristianismo era muy variado, había muchos grupos o sectas, hasta que cuajó en dos grandes grupos: los gnosticos y los literalistas. Los gnósticos tienen sus raíces en las antiguas religiones mistéricas paganas, personificadas en última instancia en el Osiris (egipcio)-Dionisos (griego) o el Mitra persa, el hombre-Dios que muere y resucita: Jesús sería  para la tradición judía el mismo personaje mítico, y sus seguidores místicos y librepensadores. Frente a estos se hallaban los literalistas, los que pensaban que Jesús había existido realmente como persona en un tiempo histórico concreto, siendo la Iglesia de Roma la que encarnó esta tradición y la que triunfó finalmente como institución jerárquica, autoritaria y dogmática. El libro en cuestión me resultó muy inquietante, no porque echara por tierra mis creencias básicas, que por otra parte reconozco superficiales, sino porque me descubría un mundo extraño -ignoto, impensado-, ya que nunca nadie me había explicado la cuestión de esta manera. El corpus bibliográfico que manejan los autores no es para tomarlo a broma... Lo que más me gustó, sin embargo, fue la hermosa dedicatoria de los autores: El presente libro está dedicado al Cristo que hay en ti –obviamente, se refiere al lector-. Esto me tranquilizó. Ya sé que habrá muchos a los que estos temas les resbalan, pero hay un momento en la vida de las personas en que no hay más remedio que preguntarse por la trascendencia, lo que nos lleva a inquirir por las tres preguntas clásicas de la filosofía de hoy y de siempre: ¿De dónde venimos (al nacer), qué hacemos (en este mundo), dónde vamos (al morir)? ¿Existe Dios? Y de existir, ¿se preocupa por nosotros, por el planeta tierra y sus moradores? Como es sabido, se trata de preguntas sin respuesta, o mejor dicho, cuestiones que cada cual debe responder como pueda, ya que dejarlas en blanco produce más desazón.


Vista de Los Llanos, con detalle del caserío de Mas de los Mudos (Castielfabib) y Torrealta (Torrebaja) al fondo, desde El Carril (2014).

Soy de los que piensan que una cosa lleva a otra y un libro a otro. Hay gente que, con la mejor voluntad, te deja o sugiere un libro para que lo leas, porque a ellos les ha interesado o gustado mucho. No saben que los buenos lectores, me refiero a los que leen con asiduidad, suelen tener su propia guía de lectura, basada en una temática o en intereses propios. Decía que un libro lleva a otro, y eso me sucedió a mí. El inquietante libro de Timothy Freke y Peter Gandy no me dejó indiferente, tampoco paralizado. Aunque me parece un libro interesante, no se lo recomendaría a cualquiera que no esté dispuesto a profundizar en el tema,  “con la mente abierta y el corazón sereno”. La inquietud que me dejó aquel libro me condujo a otro de John Paul Meier “Un judío marginal. Nueva visión del Jesús histórico” (1991). El tomo primero de este título expone las raíces del problema y de la persona de Jesús. Meier es un sacerdote católico, “uno de los más relevantes investigadores bíblicos de nuestra generación”, profesor de Nuevo Testamento en la Universidad Católica de América, en Washington, D.C. En comparación con el anterior, más fácil de leer por su pretensión divulgadora, éste otro es mucho más erudito y por ende difícil de entender y asimilar, razón por la que se precisa más preparación. Basta observar que las notas bibliográficas al final de cada capítulo, la mayoría en lengua inglesa y alemana, ocupan casi tanto como el propio texto del apartado. Ando por las primeras páginas, en las que se diserta sobre el “Jesús real” y el “Jesús histórico” –cuestión terminológica en la que el autor insiste-. Para responder a la pregunta básica, ¿quién era Jesús?, el ensayista nos hace la siguiente proposición:
  • Supongamos que a un católico, un protestante, un judío y un agnóstico –todos ellos historiadores serios y conocedores de los movimientos religiosos del siglo I- se les encerrase en la biblioteca de la Escuela de Harvard y se les prohibiese salir de allí hasta no haber elaborado un “documento de consenso”, sobre quién fue Jesús de Nazaret y qué intentó en su tiempo y lugar..

El libro de John P. Meier sería ese presunto “documento de consenso” –plasmado en tres densos volúmenes: I: Las raíces del problema y de la persona, II/1: Juan y Jesús. El reino de Dios, II/2: Los milagros, III: Compañeros y competidores-. Otro de los problemas del libro es que resulta un poco caro en su edición de tapa dura (que es el formato en el que a mí me gusta leer los libros), incluso en los portales del libro de lance; pero yo he tenido suerte, me lo han dejado. En cualquier caso, resulta más que recomendable, sobre todo para los interesados en este tipo de asuntos intelectuales, religiosos y espirituales. Al fin y la cabo, los libros son como las lentejas...

Venciendo la comodidad me he decido a dar una vuelta por el campo. No me gusta pasear por el pueblo, sus calles desiertas, las puertas cerradas, las persianas bajadas... me entristecen el ánimo –sobre todo cuando el día no acompaña; los días soleados es otra cosa-. Bajando por la calle Fuentecillas hacia las Casas de la Venta veo que entre las últimas casas y la fuente de los Pobres han abierto una calle nueva.[2] Antes era un camino de tierra y piedras muy en pendiente, apenas transitable. Ahora es una calle en toda regla, con aceras a los lados y piso cementado. La nueva calle, río Turia la llaman, comunica la de Fuentecillas con la de Valencia. En la margen izquierda, están construyendo una magnífica pared de piedra cara vista para sujetar el terraplén. Sin duda que la piedra bien encarada siempre luce más que el bloque de cemento, incomparablemente mejor. Me dicen que la piedra procede de la cantera de Vallanca: Estupendo, pues ante similar calidad y precio, mejor utilizar lo autóctono –pienso para mis adentros-. Esta parte del caserío se encuentra al levante del pueblo, encarada al norte, por lo que la calle será poco transitada y menos en invierno, por el hielo. Desconozco si lo habrá valorado el Consistorio, espero que sí. Pero quizá hubiera sido preferible hacer una gran escalinata con amplios peldaños, como las que hay en Ademuz, comunicando la Avenida de Valencia con la calle Mesón, ya que la pendiente de la nuestra puede que supere el 10% de desnivel. ¡Pero ahora ya está y lo hecho, hecho está!

Vista de la nueva calle y detalle del muro de piedra cara vista en Torrebaja (Valencia),
vía que une la calle Fuentecillas con la de Valencia (2014).



Detalle del muro de piedra cara vista en el camino bajo la calle Fuentecillas,
 en Torrebaja (Valencia), 2014.

Detalle del muro de piedra cara vista en el camino bajo la calle Fuentecillas,
 en Torrebaja (Valencia), 2014.

En la parte baja del terraplén del Cantón están haciendo otro muro, con el mismo tipo de piedra de Vallanca, bordeando el camino que discurre por esa parte del Rento: entre la fuente de los Pobres y el antiguo cauce del Ebrón. No voy a discutir la cuestión de las prioridades que pueda haber en el pueblo, pero habrá que coincidir en que el muro está quedando muy bien, lo cual no deja de colaborar en la “puesta en valor”, mejor revalorización, de esta parte del pueblo, desde siempre tan dejada, pues no hay que olvidar que la zona del Cantón, donde el antiguo refugio de la guerra, fue durante décadas y hasta los primeros años sesenta, el mingitorio de las escuelas de niños. ¡Todos los alumnos de entonces orinaban allí! Hoy la bajada posee una sólida baranda de metal y frondosos árboles crecen en la ladera, con el muro de piedra todo quedará mejor, más pulcro: No merece la pena ahorrar en estética... –esto o algo similar decía el poeta y “apóstol de la no violencia” italiano, Lanza del Vasto (1901-81), y con razón, pues bastante fealdad hay ya en el mundo-. Por eso hay que alabar cualquier actuación municipal, pública o privada que hermosee el entorno. Estoy con los que piensan que la belleza ambiental mejora a las personas, aunque no necesariamente; de la misma forma que la miseria y la fealdad las torna ruines -aunque esto es sólo una impresión personal-. Y cuando digo bello no me refiero a lo caro y reluciente, más bien a lo sencillo y natural. Como puede comprobarse, ante las personas guapas propendemos a ser más amables; quizá por analogía en un lugar hermoso tendamos a portarnos mejor.

En el acceso al Parque Artesanal, zona a la entrada del pueblo que popularmente conocemos como polígono industrial, también están levantando este tipo de muros de piedra. En este mismo entorno han construido una torre cuadrangular de bloques forrada de piedra -con delicados bloques labrados en las esquinas-: faltan los adornos bolados y lanceolados en la parte alta. Intuyo que con la idea de que simbolice al pueblo y su señero torreón de Los Picos, el que luce en la plaza del Ayuntamiento, adosado a la Casa Grande y al edificio Consistorial: torreón que dio nombre a Torre Baja, la antigua Torre Fondonera u Hondonera de las crónicas –por oposición a la Torre Somera o Jusana, que es Torre Alta-.[3] Contra las voces que se oponen a este tipo de actuaciones quiero decir que quizá haya otras prioridades en el pueblo, pero cuando no se pueden llevar a cabo, mejor hacer cosas pequeñas que mejoren lo que hay, antes que empecinarse en acometer grandes proyectos que después no se pueden terminar... ¡Y esto no va sólo por Torrebaja, sino por el Rincón de Ademuz en general!

Detalle del torreón que se está construyendo a la entrada de Torrebaja (Valencia),
émulo de la torre de los Picos existente en la plaza del Ayuntamiento (2013).

De regreso de mi paseo me encontré con un vecino de Ademuz que se ha construido una mansión en Torrebaja. Tras los saludos de rigor, me preguntó: ¿Qué, cómo va lo del proyecto de campo de golf, parece que va otra vez en marcha...? Pues no sé nada -le respondí confuso-. Y era cierto, nada sé de este proyecto, aunque sí me gustaría saber. El proyecto del campo de golf en Torrebaja –inicialmente presentado por la mercantil Río Ebrón Residencial (2005)- planea sobre la población desde hace años, como si de un nubarrón se tratara, sin saber si estallará en una lluvia benéfica o en pedrisco destructor. En tiempos de nuestros padres ya hubieran mandado al tío Julián a la era de san Roque, para que lanzara media docena de cohetes y espantara el nublado. Es un rumor del que se habla en los mentideros vecinales, pero del que nadie sabe nada a ciencia cierta. Entendido así es una espada de Damocles que está condicionando la dinámica del lugar sin caución alguna. Se asemeja al proyecto de concentración parcelaria del año 1978, que tras un cuarto de siglo de andadura, se terminó tarde y mal. En cualquier caso, ha servido de poco..., aunque mejor están los campos ahora de lo que estaban, todo hay que decirlo.

Según consta en la prensa escrita, aquel macroproyecto se presentó en Torrebaja ante empresarios, representantes de la Administración autonómica y provincial, y de la Mancomunidad de Municipios del Rincón de Ademuz. Sobre planos y hermosos dibujos coloreados –¡bien es cierto que el papel todo lo soporta!- los autores de la propuesta, los señores Carlos Soler y Enrique Negre, del despacho de arquitectos “Carlos Soler Arquitectos”, explicaron de forma exhaustiva la actuación prevista: un campo de golf de 18 hoyos, un club de golf, un centro de hípica, otro de pesca y un tercero de tenis, un hotel, viviendas y apartamentos tutelados (320), una escuela ambiental, un centro de interpretación de la naturaleza y un observatorio astronómico... -y dos huevos duros, añadiría yo, como se decía en aquella célebre película A Night at the Opera (1935) de los hermanos Marx-.

Aquella idea debía contar con el beneplácito y la colaboración entusiasta de las administraciones públicas, siendo el Plan de Ordenación Urbana de Torrebaja lo primero que se debía abordar. Según se dijo, la iniciativa de aquel plan partió del propio Ayuntamiento, y desde el principio ya hubo varias empresas interesadas: Bladigolf, Vistagolf, la constructora del Grupo Martí y Novavega. Incluso se habló de una Unión Temporal de Empresas (UTE) –informaron desde el Ayuntamiento-.[4] El señor alcalde de entonces, don Francisco-Javier Varela Tortajada, lo explicaba así:
  • [...] es algo espectacular porque aunque en la costa ya están acostumbrados a este tipo de proyectos para nosotros es la primera vez y esperamos que genere nuevas inversiones privadas en el pueblo que refloten la economía e inviertan la tónica de despoblación actual.[5]

Estupendas palabras, pero la realidad no se hace sólo con deseos y buenas intenciones. El proyecto era tan espectacular y grandioso que resultaba fantástico, y lo fantástico sólo cabe en los cuentos de Las Mil y una noches, en que los personajes viajan sobre alfombras mágicas voladoras. Lo cierto, sin embargo, es que ya han pasado catorce años y de todo aquello aquí no hay nada de nada; aunque sí muchas idas y venidas de coches negros con los cristales tintados. Del asunto ya hablamos cuando entrevisté al señor alcalde de Torrebaja –me refiero a don Octavio Gómez Luis-.[6] Por eso decía que sucede lo que con la Concentración Parcelaria, que ante un proyecto de ese calado nadie hace nada en el campo, ni se cultiva, ni se compra ni se vende, por si al final cuaja en algo y las tierras se ponen a precio de oro. ¡A campo revuelto, ganancia de pastores! Bien es cierto que llegaron a firmarse compromisos de compraventa por algunas propiedades, a 600 euros la cuartilla, cuando la mejor tierra de la zona no llega a los 300 euros bien pagados. 


Vista parcial de Torrebaja (Valencia), desde El Ramblar (2014).


No sé si algunos propietarios llegaron a percibir algún dinero por aquellas transacciones, pero la mayoría nada. El principal inconveniente que yo le veía al proyecto era que había que vender las fincas y con un término tan diminuto como el de Torrebaja -4,7 km2-, el municipio pasaría a ser en la práctica propiedad de una empresa foránea, como en la época señorial lo fue de los Ruiz de Castellblanque. Una vez vendidas las tierras, si la empresa cambiara de idea o el proyecto no llegaba a materializarse, las consecuencias podrían llegar a ser nefastas para el municipio. Parece que después cambió el propósito y la empresa, y se dijo que en vez de comprar, lo que se haría es alquilar las propiedades. Pero estamos en las mismas: nadie sabe nada de nada, solo habladurías, bulos, rumores. Por eso la gente anda tan desconfiada, tanto que ya no se cree nada, ni aunque lo diga el alcalde.

De regreso del paseo me pongo a escribir estas líneas, sin más pretensión que entretener al lector y pasar el resto de la tarde en casa. Vale.





[1] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Conclusiones al estudio de las causas de muerte en Torrebaja durante tres periodos históricos de la primera mitad del siglo XX, en el sitio web Desde el Rincón de Ademuz, del domingo 9 de febrero de 2014.
[2] ID. La fuente de los Pobres, un receso en el Camino Real, en el sitio web Desde el Rincón de Ademuz, del sábado 19 de noviembre de 2011.
[3] ID. La Casa Grande y el torreón de Los Picos de Torrebaja (Valencia), en el sitio web Desde el Rincón de Ademuz,  del miércoles 26 de octubre de 2011.
[4] CIVERA, Miriam. Una empresa plantea construir un campo de golf, un hotel y 320 viviendas en Torrebaja, en: Levante El Mercantil Valenciano, sección Comarcas, del sábado 11 de junio de 2005, p. 36.
[5] Ibídem.
[6] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. Don Octavio Gómez Luis, alcalde de Torrebaja (Valencia), en el sitio web Desde el Rincón de Ademuz, del lunes 17 de octubre de 2011.

3 comentarios:

Óscar Pardo de la Salud. dijo...

Amigo Alfredo como siempre un verdadero placer pasear por tu bitácora.
Me han gustado mucho tus reflexiones sobre la intimidad de las creencias, etc...
También como relatas la tranquilidad del pueblo, y tu melancolía ante la preocupación que supone la gran despoblación del medio rural.
Con respecto a la gestión municipal, creo que se está haciendo un buen trabajo. Veo un equipo de personas responsables, que están llevando obras acorde con el presupuesto y tamaño del pueblo.
Un fuerte abrazo.

ALFREDO SÁNCHEZ GARZÓN dijo...

Hola, amigo Oscar, un placer el saber de tu persona... Yo también creo que desde el Ayuntamiento están realizando un buen trabajo en lo que conozco, pues no se trata tanto de hacer mucho y grande sino de hacerlo bien... Como conozco el paño soy sensible al esfuerzo de los que se preocupan de la "res publica" con generosidad y altruismo. La experiencia enseña que es imposible que las personas estemos de acuerdo en todo, de ahí la bondad del comentario sano, exponiendo siempre alternativas frente a las críticas –y tres alabanzas junto a un reproche-; pero pensar que todo lo que se hace es bueno resulta tan iluso como pensar lo contrario. Ya sé que no están los tiempos para grandes eventos, pero lo que se haga hay que hacerlo bien, esto es, con gusto y pensando en el futuro. Gracias por tu comentario, y un abrazo...

Anónimo dijo...

Yo lo sé hacer
Es esencial contar con una buena calefacción en nuestra vivienda durante los meses de invierno, no solo para mantenernos cómodos y calientes, sino también para prevenir enfermedades respiratorias y mejorar nuestra calidad de vida. No escatimes en invertir en un buen sistema de calefacción para tu hogar.