martes, 19 de junio de 2012

JUAN HERRERO HERNÁNDEZ, LA PERSISTENCIA DE LA MEMORIA (y II).


 Evocaciones y remembranzas de un nonagenario 
afincado en Torrebaja (Valencia).


Viene de:


            Y continúa diciendo:
  • En junio del 45 destinaron mi división a Mollerusa, un pueblo a veintitantos kilómetros de Lérida, por aquello de los maquis, que habían entrado por los Pirineos o no sé qué había pasado... El viaje desde Melilla fue infernal, el mar estaba muy picado y no se podía estar en cubierta, algunos nos bajamos a la bodega y permanecimos allí sentados, con agua hasta la cintura. En Mollerusa estuvimos cinco meses, pero no pasó nada. Hacíamos instrucción, marchas e íbamos al tiro con los cañones, cavábamos zanjas para la instalación del agua potable y el alcantarillado en el pueblo, que la estaban poniendo por entonces: respecto a las marchas, empezamos con veinte kilómetros y terminamos por cincuenta, veinticinco de ida y otros tantos de vuelta: no teníamos frío, no... Recuerdo que el jefe de la División era un General, no me acuerdo de su nombre pero era más borde que los mixtos... Iba por allí a caballo y ¡ojo que te viera tocar una manzana!, porque allí cultivaban manzanas, pero los árboles los tenían en las lindes de las fincas: nosotros íbamos a coger alguna y nos escondíamos por las acequias. En algunas casas abrieron algo de tasca, servían comidas y bebidas. La dueña de una de las tascas decía: ¡No se tenían ustedes que marchar nunca…! -claro, porque con los soldados se ganaban alguna perra-. Allí estuvimos hasta noviembre del 45, ya que se deshizo la División y nos enviaron a Barcelona –al 72º de Artillería, que caía por la calle Tarragona, cerca de la plaza de España y del Matadero-: allí estuve otros tres meses, y de Barcelona a casa, eso fue en febrero de 1946: sí, me licenciaron... Hubiera podido quedarme trabajando allí con mi hermano Manuel, pero preferí la vida del pueblo, me gustaba la cosa de vender por los pueblos y tener una vida más libre que encerrado en una fábrica. De regreso a casa vinimos en tren hasta Sagunto, y de Sagunto a Teruel –conmigo venía uno del Mas del Olmo, no recuerdo su nombre-: fue un viaje lleno de peripecias, topamos con gente buena y mala, pero lo peor fue el frío, ya que era febrero y desde Sarrión hasta Teruel vinimos en un vagón descubierto... Entre Sarrión y La Puebla detuvieron a unos estraperlistas que traficaban con aceite, aún llené yo una botella que llevaba para el agua. Y por casualidades de la vida, en la estación de Teruel nos encontramos con Pepe el Cristos, que también venía licenciado de Melilla... En Teruel fuimos a comer a una tasca que había en la calle San Francisco -La Campanera, le decían-: allí nos hicieron unas patatas con huevos fritos, pero fue gracias al aceite que llevábamos nosotros, porque la mujer de la tasca no tenía gotica. Pagamos con el aceite que sobró, porque a la hora de pagar nos dijo la mujer: Tanto vale el almuerzo, pero si me dejáis el aceite, nada... –así que se quedó la botella-. Claro, por entonces todavía había necesidad, y el racionamiento no terminó hasta el año 50... Después de tantos meses de mili, al llegar a Torrebaja sentí que se me abría el alma...

            Se alude aquí al traslado de la División del señor Juan, de Melilla a Mollerusa (Lérida), que él relaciona con la entrada de los guerrilleros del maquis por el valle de Arán u otras causas. Sin embargo, la invasión de la guerrilla se había producido en octubre del año anterior (1944);[1] en todo caso, el movimiento de tropas de Melilla a Lérida podría entenderse como una maniobra para reforzar la frontera: de facto, el maquis continuaba activo y en mayo del 45, con la caída de Berlín, se dio por concluida la guerra en Europa; aunque ciertamente desconocemos los motivos tácticos o estratégicos que motivaron aquel nuevo destino...

El señor Juan Herrero Hernández (Ademuz, 1922), segundo por la izquierda, con miembros de la Comisión de Fiestas de Torrebaja (Valencia), años 1965-70.


            ¿Cómo continuó tu vida tras el servicio militar?
  • Cuando llegué a Torrebaja continué mi vida de antes, las faenas del campo, labrar, escabar, segar, lo que demandaba cada estación... No, yo no tenía novia formal todavía, pero ya me hablaba con Dolores desde antes de ir a la mili. Pero nuestra relación se consolidó y nos casamos, esto ya en 1948: la ceremonia tuvo lugar en la iglesia vieja, todavía no la habían tirado, el cura era don Valentín –se refiere a don Valentín Alegre Martín (1884-1956)- y el sacristán el tío Secundino –se refiere a Secundino Giménez Azcutia (1886-1961)-: Ponga un cojín en las gradas que yo no estoy acostumbrado a estar arrodillado –le dije bromeando- y lo puso... Tras la boda hicimos algo de convite y baile en el bar de la tía Lucía, que entonces lo llevaba el tío Eusebio -se refiere al señor Eusebio Gómez Soriano (1905-1994)-, basado en refrescos, pastas y dulces, lo que se llevaba entonces, y después hicimos una comida para la familia en casa de mi suegra. De recién casados estuvimos viviendo en Las Eras, en una casa del padre de Mari la Borita donde vivía mi cuñada, después nos bajamos a La Replaceta, a la casa del tío Isaías, donde vivían otras familias, pues había dos cocinas, allí estuvimos hasta que nos compramos nuestra casa y la arreglamos. Ya te digo, yo continué mi vida trabajando en el campo y durante la época de la fruta pues comerciando, lo mismo que había hecho siempre con mi padre, asociado con mi hermano y con Cándido -se refiere al señor Cándido Monterde Casino (1918-1995)- y luego solo... Al principio íbamos con el carro y después con un camión.


            ¿Cómo fue cambiar del carro al camión?
  • Pues pasamos del carro al camión casi sin darnos cuenta… En cierta ocasión había quedado yo con mi hermano Vicente, en una finca Encima el Camino: él venía de Ademuz y yo de Torrebaja y nos encontramos allí, en la pared de la finca de Gregorio… Estuvimos allí un rato charlando sobre lo que íbamos ha hacer; esto sería por los primeros años cincuenta. Era agosto y decidimos comprar peras para venderlas en Cuenca, llevando el camión del Bruno –se refiere al señor Antonio Pérez Díaz (1924-2009)-. De allí nos fuimos a ver algunos perales de Torrebaja, pero no nos pusimos de acuerdo en el precio. Así que nos fuimos a Torrealta, donde nos dijeron que había una buena cosecha de peras… En Torrealta tuvimos más suerte, porque en el día hicimos carga para el camión, a 2,50 pesetas el kilo. Las llevamos en banastos, no en cajas como se llevan ahora… A todo esto surgió un problema, porque mi hermano me dijo: Oye, que yo no tengo perras para pagar las peras… Yo le conteste: Pues mira quién te las deja, y cuando las vendamos le pagas. Mi situación era parecida. Sí, entonces la cosa estaba jodida. Me fui a casa de los Ritos, y les planteé la cuestión, a ver si me podían dejar dos mil pesetas, con el compromiso de devolverlas en cuanto las vendiera. No, sin interés… Se pusieron a hablar entre ellos y vi que el tío Tomás –el viejo- movía la cabeza. Yo pensé: Malo, no me las dejarán… Pero aún me dejaron mil pesetas… Total, que compramos, cargamos el camión y fuimos a Cuenca. Pero el hombre al que teníamos que venderle las peras no estaba, se había ido al pueblo. Aunque tenía una hija que valía todo el oro del mundo… Así que se las ofrecimos, fuimos a verlas y ella misma se las quedó todas, el camión entero, a tres cincuenta el kilo. Claro, tenía puesto en el mercado… Nos las pagó, volvimos a Torrebaja y al día siguiente le devolví las mil pesetas a los Ritos: se quedaron sorprendidos de que se las devolviera tan rápido: ¡Si lo llegamos a saber te hubiéramos dejado las dos mil pesetas! –me dijeron-. Entonces se funcionaba así. Sí, fueron tiempos malos, pero el que se movía vivía y comía… En otra ocasión resultó al revés, que ellos –se refiere a Tomás Gómez Martínez (a) el Rito- me pidieron les dejara dinero: No nos podrías dejar cien mil pesetas hasta el lunes… -pues yo entonces ya tenía alguna perrilla-. Tenerlas las tengo –les dije- pero el lunes tengo el compromiso de pagar unas manzanas. No te preocupes, el lunes las tienes –contestaron-. Le comenté el asunto al que le debía yo las manzanas -que era uno de la Masada de Jacinto, tío de José el Cuartillicas-, y consintió, así que se las dejé… Pero el lunes, apenas comenzaba a clarear el día, llamaron a mi puerta, era el de la Masada, que venía a cobrar. Le dije que a qué venía tanta prisa, que habíamos quedado en que le pagaría el lunes, y lunes sería hasta las doce de la noche… El hombre se marchó, pero antes de acabar el día los Ritos me devolvieron el dinero y le pagué al de la Masada… Sí, las cosas eran entonces así, la gente se ayudaba si podía y la palabra era más valiosa que una firma…
El señor Juan Herrero Hernández (Ademuz, 1922), primero por la izquierda, junto a su hija Alicia y otros vecinos -"Choni" y su padre, el señor Ángel Montesinos Blasco (1921-1995)- durante las Fiestas Patronales de Torrebaja (Valencia), años 1965-70.

            Según parece has llevado o vendido fruta a media España.
  • Vaya que sí, primero con el carro, después con el camión del Bruno... También me asocié con Cándido Monterde, incluso compramos un camión... Sí, el camión de uno de Libros que llamaban Tomás el Borde. No, yo no he conducido nunca. Después compraba fruta y la enviaba a los asentadores de los mercados: Valencia, Jaén, La Carolina, Granada, Málaga, La Línea de la Concepción... Un año envié a Madrid doce camiones, date cuenta la cantidad de fruta que había entonces aquí. Claro, yo compraba la fruta, la seleccionaba por clases, la embalaba en cajas y la enviaba a los mercados con un camión. Junto a la fruta mandaba una carta con el número de cajas y la clase: flor, primera, segunda, tercera... Y cuando el asentador la vendía me enviaba una carta con la factura y un cheque, que yo cobraba en el banco. Así funcionaba la cosa entonces... Los camiones llevaban un ayudante para cargar y descargar, pero al final iba sólo el conductor, pues en las plazas siempre había gente para cargar y descargar... Yo he vivido con este negocio, no me he hecho rico, pero he mantenido mi vida y la de mi familia.

       Siendo yo niño te recuerdo como miembro de la Comisión de Fiestas de Torrebaja, ¿qué puedes decirme de entonces?
  • Sí, eso fue por los años sesenta y ocho hasta los primeros setenta, el primer presidente de la Comisión fue Tomás el Rito, después ya lo fue Cortés, sí, Pepe el Campero -se refiere al señor José Cortés Valero (Libros, 1918)-.[2] Pepe era muy animado y tenía facilidad para hablar con la gente y organizar lo que había que hacer. Aquellas eran otro tipo de fiestas, no como ahora: se contrataban las orquestas, las mozas se vestían de “falleras”, había toros, bailes populares, concursos de pelota, juegos para los niños... Para organizar las fiestas, todas las semanas nos juntábamos en el reservado de “Casa Emilio”, allí íbamos preparando las cosas: un año recogimos más de un millón de pesetas vendiendo rifas y loterías...
.

         ¿Cómo ves hoy el Rincón de Ademuz con relación a los años de tu juventud, crees que ha evolucionado o ha retrocedido?
  • Para mí que en muchos aspectos ha retrocedido... Bueno, estoy conforme en que se han mejorado las comunicaciones, las calles, las casas y los servicios en general, pero lo que es la economía ha ido a menos, en especial la agricultura, que es de lo que se vivía antes. En Torrebaja se hizo la concentración parcelaria, pero, de momento ha servido para poco, pues los campos no se explotan como debieran y las ovejas campan como en barbecho. Y no te digo de otros pueblos... La vecindad también ha disminuido mucho, puedes ver que somos cuatro gatos, cada vez menos... En Ademuz había fábrica de maderas y varios carpinteros, y sólo quedará uno; aquí en Torrebaja estaba la serrería de Los Cesáreos, el tío Secundino el Sacristán, que era tonelero, el tío Cayetano, que hacía escaleras, la fábrica de muebles de los Doñates, tres herrerías –la de Adelín, la de Florencio y la de Manuel el Herrero-, todas han desaparecido: Claro, me dirás, ahora no hay caballerías que herrar... Había varias tiendas de comestibles y bebidas, la de los Ritos –El pequeño siglo-, la de Ceferino –Comestibles y bebidas-, la de Justiniano, que tenía el correo, todas han desaparecido. En los demás pueblos ha sucedido otro tanto... Ahora han puesto supermercados, uno en Ademuz y otro en Torrebaja, y las carnicerías y hornos, pero todo es muy distinto de lo de antes. Hubo el proyecto de construir un cuartel militar en La Dehesa y de hacer medio centenar de viviendas en La Loma, pero todo quedó en nada: sí, te hablo de Torrebaja. Avanzados los años cincuenta, los domingos y festivos íbamos los amigos a “Casa Justiniano” a pasar la tarde, allí bebíamos y hablábamos. Hicimos una peña para jugar a las quinielas y nuestra mayor ilusión, la de Justiniano y mía era hacer viviendas baratas si nos tocaban millones, porque había demanda; pero nunca nos tocaron... Quiero decirte que había ilusiones y proyectos, pero la realidad no acompañaba... Hay que decir que Torrebaja ha tenido siempre un problema, y es su individualismo: la gente sale a comprar y se mete en su casa, esto es, va a lo suyo y cada cual que se apañe –eso piensan, pues falta espíritu comunitario: por eso han fracasado siempre aquí las cooperativas-. Claro que se han hecho cosas y el aspecto de los pueblos ha mejorado respecto al de antaño, pero también es cierto que se ha despilfarrado mucho dinero; me refiero al Ayuntamiento, que comentan está empeñado hasta las cejas...

            El señor Juan dice de la economía y servicios de su tiempo, cuando la agricultura constituía la base de todo. Las herrerías de entonces se han reconvertido en una empresa de hierros y las de maderas en una gran carpintería metálica, al igual que las carnicerías, hoy representadas por una empresa de embutidos y otros productos cárnicos. Uno de los cafés que había se convirtió en restaurante y luego en hotel. No se construyó aquel proyectado campamento militar, pero sí hubo un gran cuartel para la Guardia Civil, y las viviendas planeadas en La Loma se materializaron en el grupo de las denominadas “casitas baratas” promovidas por el Ayuntamiento en los años noventa entre la carretera y la calle del Ángel. Sin duda que se han hecho muchas cosas en el pueblo y la comarca durante los últimos cincuenta años, sólo posibles merced a la solidaridad provincial y autonómica, y a la iniciativa local.

La señora Dolores Tortajada Soriano (1923-2005), primera por la derecha, con un niño en brazos, junto a un grupo de vecinas de Torrebaja (Valencia), años 1945-50.


        Juan, ¿cómo ves tu vida desde los noventa años, te sientes satisfecho de haber tenido una vida larga y seguir con la cabeza despejada, qué es lo que peor llevas de la vejez?
  • ¿Qué cómo veo mi vida?, pues bien, siempre la he visto bien, he vivido tranquilo con mi conciencia y no tengo remordimientos de nada. Si me han faltado, cuando he podido he respondido y si no, pues andando... No me ha gustado nunca discutir y siempre he ido a mi marcha, viviendo lo mejor posible, pero sin perjudicar a nadie. Mi trabajo ha sido la agricultura, y también el comercio de fruta... La gente y los tiempos de ahora son muy distintos a los de mi infancia y juventud, todo ha cambiado tanto que podría decirse que estamos en otro lugar. Veo falta de unión y buena vecindad entre la gente, aunque yo no me puedo quejar, porque muchos vecinos se interesan por mí, me preguntan cómo me encuentro, si necesito algo, pero no es eso a lo que me refiero... Lo que quiero decir es que en general la gente de ahora va a lo suyo, no es que antes no fuera, porque cada cual debe atender sus asuntos, pero creo había más armonía, más acuerdo y avenencia, y también más conformidad... He vivido con lo que he tenido y aunque no he ido sobrado tampoco me ha faltado un duro en el bolsillo para gastar. Hoy la gente aparenta tener más de lo que tiene, gasta más de lo que gana y eso no es bueno... Claro, de todo habrá, pero yo veo las noticias y entiendo que todo lo que está pasando con la economía es resultado de eso que te digo, de que la gente no se conforma con vivir de acuerdo a lo que tiene: ¡De lo que te compres, que te sobre una peseta...! –eso he pensado siempre-. Estoy satisfecho con la vida que he tenido, no tengo que avergonzarme de nada. Mi padre vivió hasta los noventa y dos años, y mi abuelo paterno también, y todavía tenía una burra para trabajar cuando murió... Debe ser que somos una familia longeva. Y sí, tengo la cabeza despejada, siempre he tenido buena memoria, desde crío se me quedaban las historias y los números... ¿Lo peor de mi vejez?, que las piernas no me llevan, pero no me duelen –aunque estoy mejor por las tardes-, y la soledad; pero ya te digo, aunque estoy sólo no me siento sólo, la gente se preocupa por mí, al menos eso siento yo... Tengo buena gana y las cosas que me guiso me sientan bien: como de todo... Lo peor fue la muerte de Dolores –se refiere a su esposa, la señora Dolores Tortajada Soriano (+2005)-, de la que me acuerdo mucho, cada día más...

         ¿Qué piensas que debería hacerse en Torrebaja para ser mejor pueblo?
  • Deberían hacerse muchas cosas... Respecto a las personas, que la gente fuera menos egoísta, más participativa y colaboradora... Hace falta un camino que una la avenida de la Diputación con la avenida de La Presa y urbanizar Los Pajares... Mantener limpia La Loma y La Dehesa, cuidar el monte para que no haya fuegos… Tocante a lo del campo de golf que dices, pues no sé lo que puede resultar, en principio soy partidario y vendería, porque ya ves que el campo no da nada; pero creo que tampoco debería dejarse perder la agricultura, aunque no sé cómo podrá mantenerse en el futuro...

            Juan, yo no te conozco como una persona religiosa, de los que van a la iglesia y eso; pero, dime una cosa para terminar, ¿piensas en la muerte, tienes miedo de morir?
  • No, yo no soy creyente, pero respeto a las personas que creen y van a misa... Mi mujer sí que lo era, pero yo no: eso es algo personal, allá cada cual con su conciencia... Además, tengo un sobrino de mi mujer cura –se refiere a don Antonio Tortajada Díaz (Castielfabib, 1947-. Esto es como la política, cada uno piensa lo que piensa. Aquí en Torrebaja siempre nos han considerado a los de mi familia como de izquierdas, pero estando en Ademuz, esto es, antes de la guerra, mis padres siempre votaron a las derechas. Después vino la guerra y con Franco se acabaron las elecciones. La última vez que yo voté fue en tiempos de Suárez, desde entonces no he votado, no confío en los políticos... No, nunca me ha interesado la política ni he estado en el Ayuntamiento. Claro que pienso en la muerte: todas las noches cuando me acuesto me pregunto si me levantaré por la mañana. Por eso al despertar me digo: ¡Todavía estás vivo, Juan…! Pero no, no tengo miedo a la muerte, han muerto mis padres y mis hermanos, mi mujer… Algún día me tocará a mí, y cuando me llegue ya me sacarán. Pero no, no tengo ningún miedo: es algo que tiene que pasar, nada más... Durante una temporada me costaba dormirme, pero ahora tengo un transistor que me ayuda: me duermo con las noticias y me despierto con música...
El señor Juan Herrero Hernández (Ademuz, 1922), en la puerta de su casa en Torrebaja (Valencia), junto a unos vecinos en su nonagésimo cumpleaños (2012).

            Palabras finales.
           La trascripción precedente corresponde a varias conversaciones mantenidas con el señor Juan Herrero Hernández para este fin, en su mayor parte grabadas. Para no alargar la entrevista, no se incluyen aquí sus recuerdos –evocaciones y remembranzas- de la Guerra Civil (1936-39), ya reseñadas en la bibliografía de referencia.
            Aunque necesariamente somero, el repaso dado a la vida del entrevistado constituye una revisión de la historia de nuestra comarca y país en el último siglo, que arranca en el Ademuz de su infancia durante la Dictadura primorriverista (1923-30), pasando por la II República (1931-36) y la Guerra Civil (1936-39) –ésta ya en Torrebaja-, continuando en el franquismo (1939-75) y la época democrática hasta nuestros días, historia que necesariamente discurre como telón de fondo de su biografía. Aunque se trate de simples pinceladas circunstanciales, para intentar situar su semblanza vital en el tiempo cronológico, porque la vida de cualquier persona no se puede resumir en unas páginas.
            Si plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro, esto es, continuar la vida y darla a conocer fuera la aspiración máxima de toda persona, el señor Juan ha logrado aproximarse a su consecución; pues, aunque no haya escrito sus memorias, vivencias y pensamientos, el desarrollo de su acontecer –como el de cualquier otro ser humano- hubiera dado materia sobrada para componerlas. Personalmente, mientras le escuchaba pensaba yo en mi padre, censurándome por no haberle prestado más atención cuando vivía... Porque sus historias, anécdotas y vivencias eran similares a las que me narraba el entrevistado, además de corresponder al mismo segmento histórico. Pero entonces era yo demasiado joven e inmaduro para aprovechar su experiencia y la riqueza de sus reflexiones...
            Hoy, en el ocaso de su dilatada existencia, el señor Juan ha tenido a bien repasarla, sincerándose conmigo y ante su conciencia: nada cree, nada teme y nada espera, pidiendo ser este el mejor epitafio para su tumba -semejante al que figura en la del escritor griego Nikos Kazantzakis (1883-1957), cuyos restos descansan en un mausoleo sito en la muralla de su ciudad natal en Creta (Grecia)-.[3] Sin embargo, estima la vida, y reconoce la necesidad de que los hombres y mujeres convivan en paz, solidaria y amigablemente. Sólo en dos momentos de la entrevista afloró la emoción a su rostro y le tembló la voz, al acordarse de su esposa Dolores y mostrando el agradecimiento que le merecen sus convecinos por las continuas atenciones que le dispensan. ¡Muchas felicidades -amigo Juan-; y que Dios te guarde! Vale.


© Alfredo SÁNCHEZ GARZÓN.
De la Real Academia de Cultura Valenciana (RACV).



[1] <Las infiltraciones comenzaron a principios de octubre (de 1944), a cargo de unos 1.000 maquis que pasaron la frontera en grupos de unos centenares o unas docenas, por Roncesvalles y otros puntos [...] Menudearon los choques, con varios muertos entre policías y tropa, pero los guerrilleros llevaron la peor parte y muchos de ellos se replegaron a Francia, desanimados. El 19 de octubre, en conjunción con nuevas incursiones por Navarra y Aragón, se produjo el ataque por el valle de Arán. De 3.000 a 5.000 hombres armados tomaron quince o veinte aldeas donde desplegaron el habitual aparato de mítines, banderas e himnos, y en Francia se publicaron partes cargados de optimismo [...] Sin embargo, los maquis fracasaron ente Viella, capital de la comarca, donde pensaban instalar un gobierno provisional. La rápida reacción franquista, a cargo de Yagüe, García Valiño y Moscardó, desbarató las partidas y embolsó a los guerrilleros [...] La mayoría había logrado volver a Francia, pero el saldo había sido desmoralizador: 129 guerrilleros muertos, 241 heridos y 218 prisioneros> Tomado de: MOA, Pío. Años de hierro. España en la posguerra 1939-1945, La Esfera de los Libros, S.L., Madrid, 2007, 4ª edición, pp. 570-571.
[2] SÁNCHEZ GARZÓN, Alfredo. A José Cortes Valero (a) el Campero, “In Memoriam”, en: http://alfredosanchezgarzon.blogspot.com.es/2013/01/a-jose-cortes-valero-el-campero-in.html, del viernes 1 de febrero de 2013.
[3] ID. A la luz de los almendros en flor del Rincón de Ademuz, en: http://alfredosanchezgarzon.blogspot.com.es/2012/04/la-luz-de-los-almendros-del-rincon-de.html, del martes 3 de abril de 2012.

El señor Juan Herrero Hernández (Ademuz, 1922), tomando el sol en una esquina de la plaza del Ayuntamiento en Torrebaja (Valencia), frente a su casa (2012).

No hay comentarios: